Por Iñigo Aduriz
22/05/2017
«Quería trasladar mi agradecimiento a Susana y a Patxi porque, desde distintas posiciones políticas, ambos son compañeros que están trabajando y que han trabajado por hacer del Partido Socialista Obrero Español un partido más fuerte». Su equipo y sus seguidores habían llegado a amenazar con dejar el PSOE si la vencedora era la presidenta andaluza, pero anoche, tras su triunfo contundente y solo después de ganar, Pedro Sánchez se puso el traje conciliador.
Fue, en todo caso, un gesto que le honró si se compara con la actitud que mantuvo el equipo de Susana Díaz, que en su intervención ni siquiera felicitó a su nuevo secretario general –a aquel que con tanto ahínco respaldó en 2014 para encumbrarlo al poder– y, por no hacer, ni mencionó su nombre a pesar de la clara victoria del madrileño en todas las comunidades autónomas a excepción de Andalucía y Euskadi.
El resultado final fue todo un golpe para la andaluza, cuyos golpes de autoridad de los últimos meses no han sido respaldados por las bases: el 50% de los votos de la militancia se los llevó Sánchez, con 15.000 apoyos más que Díaz, que se quedó en el 40% y con menos papeletas que avales en algunas agrupaciones andaluzas. De lejos, les siguió Patxi López, con apenas el 10% del respaldo de los afiliados.
Una vez que pase la celebración de la victoria, el gran reto del nuevo líder será coser un partido prácticamente roto sobre todo a raíz del fatídico Comité Federal del 1 de octubre en el que el sector favorable a Díaz, coincidente con el aparato y la vieja guardia, decidió expulsar a Sánchez de la dirección de los socialistas por las malas.
La polarización se hizo desde entonces omnipresente en todas las decisiones del partido, y sobre todo y lo que es más grave, en el rumbo ideológico y programático. El PSOE parece seguir la misma senda que otros partidos socialdemócratas europeos, como el francés o los laboristas británicos, divididos entre quienes apuestan por un giro a la izquierda y por los que quieren mantener una moderación calculada con acuerdos con el centroderecha o el liberalismo.
Está por ver, por tanto, si esta vez el madrileño es coherente con su defensa de una formación nítidamente de izquierdas y enmienda su «error» de no lograr un acuerdo con Podemos para conformar un Gobierno alternativo al PP. «Me equivoqué al tachar a Podemos de populistas, el PSOE tiene que trabajar codo con codo con Podemos«, dijo a finales del año pasado en una entrevista en La Sexta.
Así, atendiendo a todo lo dicho por él durante la campaña y también en los últimos meses después de su fatídica salida de la Secretaría General, lo más lógico sería que, en las próximas semanas, pactara con los de Iglesias para sacar adelante una moción de censura contra Rajoy. Él ya ha dicho que la planteada por Podemos le parece precipitada: «Es una cuestión de números, no de montar un número«, señaló la pasada semana.
¿Pero está él en condiciones de presentar otra moción con su candidatura? No ya por el resultado de las primarias, en las que a pesar de su triunfo claro el la división quedó de manifiesto con los votos registrados por Díaz y López, sino también por la composición del grupo parlamentario y, sobre todo, del poder regional –casi todos los barones respaldaron a Díaz– cualquier decisión que quiera tomar Sánchez en ese sentido volverá a despertar los fantasmas del 1 de octubre y de la profunda división del PSOE.
Lo que sí parece claro es que el nuevo secretario general recuperará la línea más dura de la oposición al PP y que esto pueda hacer al PSOE recuperar en el medio plazo los votos que en las últimas citas electorales fueron a Podemos.
También parece evidente que se avecinan meses muy complicados para la cohesión interna, con la convocatoria del Congreso federal de junio y, sobre todo, con los congresos autonómicos en los que los afines al secretario general en cada territorio tratarán de reivindicar sus cuotas frente a los barones, principalmente contrarios al madrileño. A su favor tendrán que la militancia ha hablado y se ha decantado por Sánchez.