La mayoría de las enfermedades infecciosas emergentes tienen como origen una fuente animal, no humana. La actual epidemia de coronavirus ha devuelto a la opinión pública el interés por la relación entre la vida salvaje y la aparición de enfermedades infecciosas. Al maltrecho panorama sanitario mundial, habría que sumarle las consecuencias de la pérdida de biodiversidad.
Un estudio publicado en la revista Nature señala que este tipo de enfermedades genera una carga significativa para las economías mundiales y la salud pública. Además, en el momento de su publicación en 2008, advertía que los recursos mundiales para contrarrestar la aparición de este tipo de enfermedades estaban mal asignados. Los esfuerzos científicos y de vigilancia estaban centrados en los países donde existía una menor probabilidad de que se produjera una enfermedad infecciosa emergente.
Ocho enfermedades infecciosas emergentes prioritarias
Definitivamente, se desconoce si la OMS tenía sus ojos puestos en China, pero sí que tiene una lista de ocho enfermedades prioritarias por su potencial para causar una emergencia y porque no se cuenta con vacunas o medicamentos eficaces para su erradicación.
El virus del coronavirus está en esa lista. Produce dos enfermedades cuyos brotes epidémicos en su momento causaron desconcierto y alarma: MERS-CoV (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio, 2012) y el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo, 2003-2004).
La lista llega al colmo de clasificar una enfermedad X, que representa una epidemia internacional grave producida por un patógeno desconocido. Por supuesto, bajo ningún concepto podríamos afirmar que se trata del Sars-CoV-2, la nueva cepa del coronavirus, pero la pregunta salta a la vista.
Enfermedades infecciosas emergentes, una tendencia
Para 2008, “Las tendencias mundiales en enfermedades emergentes” -el artículo en Nature– apuntaba que entre 1940 y 2004 la incidencia de estas enfermedades había aumentado significativamente con su punto más álgido en la década de los ochenta vinculado a la pandemia del VIH.
Eso fue hace 12 años aproximadamente. Hoy a este contexto de enfermedades relacionadas con el salto de patógenos de animales silvestres a humanos se suma el tema de la pérdida de la biodiversidad.
Al existir una menor biodiversidad se reduciría la transmisión de agentes patógenos; sin embargo, algunos estudios coinciden en que la transmisión de agentes patógenos y la enfermedad que arrastran aumentan con la pérdida de la biodiversidad. Una mayor biodiversidad permite la modificación en abundancia, comportamiento y condiciones de agentes, huéspedes y vectores.
Por ejemplo, un huésped intermedio de alguno de estos patógenos por inadecuado podría frenar la virulencia de un virus, pues no encontraría un ambiente óptimo para su evolución.
Pérdida de la biodiversidad
Resulta perturbador entonces que la pérdida de la biodiversidad sea un factor más para la incidencia de enfermedades infecciosas emergentes. El año pasado se conoció la peligrosa prospección de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (IPBES), un millón de especies entre animales y plantas están al borde de la extinción.
Hace algunas semanas un estudio apuntaba al pangolín, un mamífero folidoto con escamas, como el huésped intermedio de la nueva cepa del coronavirus, Sars-CoV-2. Es inevitable, extrapolar las conclusiones. Si un huésped intermedio por inadecuado es capaz de atenuar la virulencia de un patógeno, ¿qué resultaría del coronavirus de Wuhan para los humanos si no existiese este probable huésped intermedio llamado pangolín?
El nuevo coronavirus
Sin embargo, no todo está dicho sobre el nuevo coronavirus. Nada es definitivo en su origen, evolución o diagnóstico. La única certeza es que causa una enfermedad infecciosa emergente, cuyo virus saltó de la vida salvaje a los humanos; cómo, cuándo y dónde son un misterio. El virus se propaga con eficacia y mantiene en estado de alerta a los sistemas sanitarios del mundo.
Sin embargo, este episodio de coronavirus pareciera el loop de una lección no aprendida, es decir, es mejor evitar la incidencia de estas enfermedades infecciosas emergentes que combatirlas. Entonces, combatirlas ¿requiere – entre otros factores- frenar la pérdida de biodiversidad?
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