La definición de la era geológica por la que transita la Tierra mantiene vivo el debate científico. A menudo se ha utilizado el término Antropoceno por ser el hombre el principal agente de transformación del planeta y disparador del cambio climático. Mientras los investigadores clarifican sus posiciones, un libro recién editado (CSIC y Catarata) coloca en contexto episodios dramáticos de la Tierra y su posible colapso. Señala que hace 252 millones de años, la vida en el mundo fue un desastre y estuvo a punto del abismo.
Los distintos fenómenos fisicoquímicos que alteraron los ecosistemas y la vida en la Tierra, hasta llevarla cerca de la desaparición, son descritos con soltura y abundancia de detalles por José T. López Gómez. En las páginas de La vida al borde del abismo discurren muchos eventos y circunstancias que revelan las vulnerabilidades de nuestro aturdido y querido planeta en su longeva andadura. Hace más de 4.500 millones de años.
López Gómez, doctor en Geología por la Universidad Complutense de Madrid y científico titular del CSIC en el Instituto de Geociencias, ha liderado una decena de proyectos relacionados con el registro sedimentario continental y marino de los períodos Pérmico y Triásico. Conoce la accidentada vida planetaria, sus heridas y saneamientos, incluso sus procesos regenerativos. Cuenta que con el paso del tiempo, el planeta consolidó unos océanos y una atmósfera provista de una capa protectora de ozono y con suficiente oxígeno que favorecieron la evolución de la vida. Fauna y flora se abrían paso a buen ritmo. Pero…
La Tierra y sus otras señales de colapso
Pero esta situación se vio drásticamente interrumpida hace 252 millones de años. Una serie de procesos destructivos colapsaron los ecosistemas continentales y marinos. En la transición de los períodos Pérmico y Triásico, la vida sufrió una crisis letal. Desapareció el 90% de las especies marinas con esqueleto y el 70% de las continentales. De ese brutal desastre se conoce poco. ¿Qué lo ocasionó?
López Gómez señala en su libro que todo se originó en una región de la actual Siberia. “Fue un evento de tal envergadura que casi había que volver a poner el contador a cero. Después, progresivamente, en la etapa posterior, la vida nuevamente surgió en condiciones todavía hostiles», dijo.
El científico hizo una reflexión sobre lo sucedido entonces y algunas similitudes con la situación derivada del cambio climático que vivimos en la actualidad. Sostiene que el calor es el motor que ha estado detrás del desarrollo del sistema terrestre. De hecho, es la palabra clave para entender su evolución y la crisis del planeta. A pesar de que la vida en la Tierra había tomado inercia con la existencia de especies marinas y continentales desde comienzos del Pérmico, hace 300 millones de años, en el interior del planeta sucedía algo que sería el inicio de un cambio global.
“Pangea, para simplificarlo, era el único continente que existía en la Tierra. Era un gran tapón que impedía salir a la superficie el calor generado en su interior. Se trataba de un continente tan grande que acumuló mucha temperatura debajo y provocó inestabilidad”, dice.
El límite P-T, la crisis de extinción
Precisa que ese es el escenario en el que hace 252 millones de años comenzó un vulcanismo muy intenso y prolongado en un área situada en lo que hoy es el noreste de Siberia. “Para hacernos una idea de su dimensión y poder estimar sus efectos, hablamos de una acumulación de basaltos y rocas volcánicas”, indica el investigador a CSIC. “Con una superficie aproximada de 7 millones de km2, lo que corresponde a un área equivalente a la de Estados Unidos”.
La subida de inmensas cantidades de material volcánico a la superficie del planeta durante un prolongado tiempo generó un grandísimo volumen de gases tóxicos. Estos se fueron retroalimentando en contacto con otras rocas, el agua y la atmósfera. Rápidamente empezaron a alterar la composición de la atmósfera, la dinámica del continente Pangea y del gran océano Pantalasa.
López Gómez subraya que “se trató de un ciclo destructivo muy eficiente que apenas dio tregua al planeta”. El inicio de esta contingencia, denominada «la crisis del límite P-T» supuso un cambio importante en nuestro calendario geocronológico. No solo representó el paso del Pérmico al Triásico, sino también el de la era Paleozoica a la del Mesozoico.
Luego de la extinción masiva, ¿cómo se recuperaron los ecosistemas? El autor relata que la fauna y flora que logró sobrevivir buscó alternativas para mantener su existencia. Desarrolló formas evolutivas más eficaces, como reducir su tamaño. También surgieron “individuos oportunistas de zonas vecinas” que aprovechaban los huecos dejados por las especies extintas. Además, aparecieron nuevas especies. De todas formas, esta vuelta a la vida llevó su tiempo. Implicó “un largo período que abarca unos 5 millones de años, la etapa más larga de recuperación si se compara con otras extinciones masivas”, explica el investigador.
Calor y emisiones de CO2, las coincidencias actuales
En ‘La vida al borde del abismo’ se exponen elementos presentes en la mayor extinción masiva de la Tierra que pueden ser vinculados con el cambio global de los últimos años y un eventual colapso. Para empezar, dice López, “los datos que aportan los estudios sobre la crisis del límite P-T dejan muy claro que la extinción se debió al volumen inmenso de gases emitidos por la actividad volcánica. Especialmente el CO2, que alteraron la atmósfera y los ecosistemas oceánicos y continentales”.
Este gas es fundamental para la vida, pero su exceso provoca daños irreversibles en muchos ecosistemas. Hoy tenemos un importante problema a escala mundial debido al aumento exponencial en el contenido de CO2 en la atmósfera registrado en los últimos 75 años.
“Como resultado más inmediato, existe un aumento de la temperatura media global y de la acidez, el enemigo silencioso”, apunta. Las cifras más recientes no mejoran la situación. A nivel global, el mes de julio de 2023 fue el período más caliente conocido desde hace 120.000 años. Y el invierno de 2024 ha vuelto a batir récords de altas temperaturas. Además, “el ritmo de desaparición actual de las especies es 1.000 veces más rápido que el que sucede en los procesos naturales”.
A los expertos del cambio climático ya no les sorprende que tanto la subida de la temperatura media global como la alteración de los ecosistemas que estamos experimentando compartan con la crisis del límite P-T el aumento del CO2 como factor decisivo. En este sentido, el autor advierte que, “si hemos aprendido algo con la extinción del P-T, es que no vamos por el buen camino”. Sostiene además que “los daños sobre la Tierra se pueden encadenar y reproducirse en todas direcciones y derivar en un colapso”.