“No existe en el mundo un equipo perfecto. El juego no te da la oportunidad de ser perfecto. Hay momentos, situaciones, días o apenas minutos”. Jürgen Klopp.
Vivimos en un tiempo dominado por la histeria y la inmediatez. No interesan los procesos constructivos sino el producto final. Semejante estado de excitación evita que pensemos el fútbol como lo que realmente es: una actividad en la que quienes mejor se adapten a las circunstancias del juego tendrán mayores probabilidades de triunfar.
Aun cuando las palabras del entrenador del Liverpool inglés fueron pronunciadas antes de un partido por la UEFA Champions League, las mismas encierran una de las pocas verdades del fútbol: este es un juego de circunstancias, nada más que eso. Y estas cambian; a veces por la intervención o la voluntad planificada, o, en gran parte de los casos, por la influencia de factores externos.
Es por ello que uno de los valores que define a un gran equipo es la adaptabilidad, es decir, la capacidad de reorganizarse y auto organizarse a todo lo que sucede en un partido. Siendo el fútbol un deporte de oposición directa, esto tiene que ver con sacar provecho de la disposición del balón y evitar que el rival haga lo propio.
Pongamos como ejemplo al FC Barcelona. El equipo de Ernesto Valverde cerró la última jornada con una goleada incontestable. Los ocho goles endosados al Huesca bien podrían definir un estado de forma maravilloso, apoteósico, y sin embargo, si se tiene en cuenta lo expresado por Klopp, la conclusión sería otra, una más cautelosa y menos eufórica.
Al tiempo que los blaugranas se daban un festín de goles, su oponente, uno de los equipos recién ascendidos desde la segunda división, también supo marcarles dos tantos. Nada que no sea natural en un combate golpe por golpe, pero, al ser el Barça uno de los protagonistas de este episodio deportivo, los tantos del Huesca constituyen un pesado llamado de atención.
Teniendo en cuenta la reflexión de Klopp, se podría concluir que a este Barcelona versión 2018-2019 aún le falta encontrar alguna respuesta a esos momentos, a esos episodios en los que pierde el control del partido. Esto, aunque parezca un ítem de fácil resolución, no lo es; su incapacidad para gestionar y adaptarse a episodios adversos es una de las razones por las que han recibido fuertes cachetazos en las últimas ediciones de la Liga de Campeones, un torneo que bien podría definirse como la competencia de los pequeños detalles.
Y es que más allá de los goles convertidos –vale la pena recordar que no cualquiera anota ocho tantos en un partido-, lo que debe ocupar a Valverde y a su staff es que su equipo, con o sin refuerzos, sigue “ausentándose” en algunos momentos de la competencia. Ante el Huesca fueron dos goles que hoy nadie lamenta, pero en Europa, tal cual lo demuestran los lances ante Atlético de Madrid (2015-2016), PSG y Juventus (2016-2017) y Roma (2017-2018), estos errores so tan costosos que afectan a toda la estructura del club.
Valverde está en un largo camino hacia una nueva versión de su Barça. Suena extraño decir que un equipo que ganó Liga y Copa hace un par de meses deba vivir tal metamorfosis, pero el fútbol, al igual que la vida, se rige por aquel principio darwiniano que nos recuerda que “no es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente. Es aquel que es más adaptable al cambio”.
Momentos, días y minutos. El fútbol cambia, tal cual como explicó Klopp. Negarse a esto, y creer que es lineal, estable y previsible es el primer paso hacia el fracaso. Lo sabe Ernesto Valverde, y es esto lo que le mantiene despierto en las noches.
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