La COVID-19 no es la primera pandemia de la historia. Pero sí es la primera de la era digital. Era lógico pensar que las nuevas tecnologías tendrían un rol relevante en el combate para impedir la propagación de la enfermedad. Sin embargo, pese a la publicidad que las ha rodeado, las aplicaciones de los móviles para seguirles los pasos a los contagiados no han logrado despegar. No son precisas ni despiertan confianza
Las funcionalidades de las aplicaciones relacionadas con la COVID-19 desarrolladas incluyen mapas en vivo y actualizaciones de casos confirmados. También hay alertas basadas en la ubicación en tiempo real, sistemas para monitorear el aislamiento del hogar y la cuarentena. Otras generan informes directos al gobierno de las actividades de los «sospechosos» con el coronavirus.
Algunas ofrecen monitoreo de signos vitales, consultas médicas virtuales y rastreo de contactos. Pero estas prometedoras ofertas han dado resultados poco convincentes.
Contra la propagación de la COVID-19
En España se anunció el lanzamiento de una aplicación móvil que se estba probando en la Comunidad Canaria. La herramienta Asistencia COVID-19 incorpora la interfaz de programación de aplicaciones de Apple y de Google. La combinación le permite abarcar la totalidad de los usuarios de móviles, tanto los iOS como los Android.
La Comunidad de Madrid en colaboración con Telefónica, lanzó in sistema de autoevaulación, llamado CoronaMadrid.
El País Vasco utiliza la aplicación Covid-19.eus que permite avisar al círculo de personas con las que ha existido contacto, que podría considerarse un vector de riesgo. Mientras, Cataluña dispone de la aplicación Stop Covid19 Cat.
Preocupación por la privacidad
El primer gran obstáculo en el uso de las aplicaciones móviles para rastrear la propagación de la COVID-19 y contener el brote, ha sido la preocupación por la privacidad personal. Una aprehensión razonable, a juzgar por los resultados de un estudio de investigadores de la Universidad de Illinois. Analizaron 50 aplicaciones relacionadas con COVID-19 disponibles en la tienda Google Play y descubrieron que la mayoría de las aplicaciones requerían acceso a los datos personales de los usuarios. Solo unos pocos indicaron que los datos serían anónimos, cifrados y seguros.
De las 50 aplicaciones que evaluaron los investigadores, 30 requieren el permiso de los usuarios para acceder a datos desde sus dispositivos móviles. Solo 16 de las aplicaciones indicaron que dichos datos serán anónimos, cifrados, seguros y reportados solo en forma agregada.
El rechazo a estas aplicaciones por parte de los usuarios constituye una condena segura al fracaso. Después de todo, por muy útil que sea para detectar la enfermedad o mantenernos a salvo, es completamente inservible si las personas no la utilizan.
Miedo al estigma
Un segundo elemento que juega en contra del uso de estas aplicaciones -y por lo tanto de su éxito- es el temor que sienten las personas a ser estigmatizadas por tener la enfermedad. Si algo nos enseña la historia sobre las epidemias es que la histeria colectiva se enfila en contra de quienes se contagian.
El seguimiento se ve como una forma importante de controlar la propagación del virus. Ayuda a prevenir otro brote, al rastrear y controlar las cadenas de infección. Y es hacia allá adonde apuntan algunas aplicaciones, como Corona Warn, anunciada en Alemania como una aplicación de seguimiento del coronavirus.
El proceso implica la identificación de personas contaminadas, de modo que se puedan tomar medidas para evitar la propagación de la infección a otros. Es aún más importante en los casos en que la persona enferma no tiene síntomas y puede que ni siquiera sepa que está enferma.
Una vez que se identifica a la persona infectada, se realizan esfuerzos para localizar y evaluar a las personas con las que han estado en contacto en las últimas dos semanas. Si se descubre que uno de esos contactos está infectado, la investigación comienza nuevamente.
El miedo a ser señalado como el «caso 0», el responsable de numerosos contagios, o el portador de la enfermedad, es una buena razón para negarse a utilizar la aplicación.
Temores políticos
La vigilancia digital puede ser un instrumento muy eficaz de control de la población. Pero presenta aspectos preocupantes en relación con los derechos y libertades de las personas. Esta dualidad de usos genera un enorme debate sobre el diseño y aplicación de las tecnologías de vigilancia digital.
Situaciones excepcionales como la de la COVID-19 hacen que se vuelva más urgente la pregunta acerca de qué tecnologías utilizar para evitar la propagación de la enfermedad.
China es el ejemplo más contundente de vigilancia digital del Estado sobre su población. Ha sido utilizada para constreñir a la población en el cumplimiento de las normas de confinamiento. Por el momento, los datos disponibles indican que países como China han sido bastante más eficaces que España, Italia o Estados Unidos en frenar la expansión de la epidemia. Cuando se explican los factores que han podido contribuir a esta desigual afectación, se suele indicar, no sin reservas, el uso de la vigilancia digital como instrumento eficaz de evaluación y control de la población infectada. Pero al costo de perder la libertad de movimiento y la de pensar de manera diferente.
Por consiguiente, a la par de este «éxito», el gobierno chino ha sido acusado de violar los derechos humanos de su población en reiteradas ocasiones. Por lo tanto, surge el temor entre las personas, especialmente en países donde las autoridades han dado muestras claras de autoritarismo, a permitir que se les vigile, aunque sea para para protegerlas de un contagio potencialmente mortal.
Llegar a la población que se requiere
Un problema que se deriva de los anteriores es la necesidad de que las apps sean utilizadas por un número de personas tal que realmente sea efectivas. Si son muy pocos los usuarios, independientemente de lo refinado que sea el software, no será suficiente.
Un estudio de Covid Tracing Tracker del MIT Technology Review determinó que con las docenas de aplicaciones de rastreo de contactos digitales implementadas en todo el mundo y muchas más en camino se requeriría que fuesen utilizada por un 60% de la población para dar resultados.
Ese es el porcentaje que muchas autoridades de salud pública dicen que están atacando mientras intentan proteger a sus comunidades de la COVID-19. El número se tomó de un estudio de la Universidad de Oxford publicado en abril. Pero ninguna nación ha alcanzado esos niveles. Por lo tanto, muchos han criticado las tecnologías de «notificación de exposición» como esencialmente inútiles.
No todo está perdido
Sin embargo, los investigadores que produjeron el estudio original dicen que, de hecho, niveles mucho más bajos de adopción de aplicaciones podrían ser de vital importancia para abordar la COVID-19. No es necesario, entonces, establecer un piso tan ambiciosos como el de 60%.
Por otra parte, alcanzar ese objetivo del 60% parece casi imposible. Pero gran parte del debate sobre las aplicaciones de rastreo de contactos se ha centrado en alcanzar ese nivel de usuarios, que resulta inalcanzable. Ello ha sido contraproducente para el uso de las tecnologías para controlar la pandemia.
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