Por Cambio 16
11/11/2016
A finales del siglo XIX, John Singer pintó a una mujer sensual pero recatada, con un vestido negro ceñido y el tirante del mismo debajo del hombro. Parecía un cuadro común pero el público se escandalizó y aseguró que esa mujer era liviana, pecadora, falsa e infiel. Su madre hizo un escándalo para que el pintor quitara el lienzo y cuando no lo logró, la señora aseguró que el artista estaba dañando la reputación de su hija y el resto de su vida. Desde ese momento, el cuadro de Singer se convirtió en uno de los más incómodos en la historia y su autor nunca pudo lidiar con la culpa.
Leo Sternberg cuenta cómo Matisse, uno de los mejores artistas de la ruptura, fue despreciado por distintos artistas. Con su cuadro “La alegría de vivir”, otros artistas como Paul Signac intentaron que nunca más fuera reconocido como un gran pintor. De hecho, Signac escribió: “Parece que Matisse ya no es el mismo. En una tela de dos metros y medio, pintó unos personajes extraños, contorneados con una línea gruesa como un pulgar. Luego lo cubrió todo con una tinta mate, bien definida, que aunque pura es repulsiva a la vista. Parece uno de esos frentes multicolores de las tiendas de pintura, barnices y artículos domésticos”.
Es por esa razón que Steinberg propone la división entre los creativos capaces de mirar al futuro y la masa anónima llamada público. El autor asegura que este malestar no es para siempre pero al menos estas obras, parecen ser escandalosas hasta nuestros días.
“Saturno devorando a su hijo” (1820-1823)
Francisco de Goya
No se necesita mucho para sentir un terrible pánico cada vez que se mira, lo que es una de sus grandes virtudes. Para entender esta obra debes acercarte desde lo visceral antes que conocer la leyenda. Porque ver el rostro perturbador de un hombre deforme y enorme devorando a mordiscos un cuerpo, podría fascinarte o provocarte la más horrible repulsión. La historia cuenta que el dios Saturno tuvo que comerse a sus hijos para permanecer en el trono después de ver la fuerza que éstos tenían. Así, lo vemos con su rostro impávido y los ojos bien abiertos para darnos cuenta del desasosiego y el terror que emana.
“Susana y los viejos” (1555)
Tintoretto
Susana es una mujer bella y temerosa a la que espían dos viejos en el baño. Intentan tener relaciones con ella y aseguran que si no accede, dirán que se quedó sola con el único objetivo de encontrarse con un joven. Susana no accede y los viejos la acusan de adulterio y consiguen que se le condene a muerte. Daniel el profeta interviene y logra salvar a Susana, condenando a los dos ancianos a la ejecución.
Tintoretto, a diferencia de todos los pintores que retratan el momento lascivo o el abuso, plasma el momento erótico, antes de que el acto se perpetúe. El pintor se centra en el momento de vanidad y voyerismo por parte de los dos viejos.
“Judith decapitando a Holofernes” (1613)
Artemisia Gentileschi
Una de las pinturas más devastadoras es la representación de este momento mítico en el que Judith salva a su pueblo y asesina al conquistador Holofernes. Cuando el ejército babilónico invadía su pueblo, ella decidió seducir y embriagar a su líder una noche para matarlo. Lo logró y por fin liberó a su pueblo de los opresores. El relato es heroico pero lo que hay detrás del cuadro es terrible.
Algunos interpretan la obra como una representación feminista de la pintora y la complicidad femenina. Sin embargo, Judith representa a la autora y su lucha contra la opresión. Cuando su maestro Agostino Tassi la violó, ella pintó esta obra como un grito desesperado de odio y repulsión.
“La columna rota” (1944)
Frida Kahlo
Un cuadro capaz de hablar de dolor y sufrimiento por sí solo. La salud de la pintora era deplorable en la década de los 40 con secuelas horribles después de un accidente de autobús que tuvo en 1925. Además, el dolor emocional que sentía por el término de su relación con Diego, hacía que Frida sintiera que estaba sola contra el mundo. Se retrata sola en un páramo desierto. Su mirada es fría y la sostiene una columna jónica rota. Es la expresión de la vida rota, de la posibilidad de dolor y los soportes de nuestra existencia, tal como señala la profesora de Arte contemporáneo de la Universidad complutense de Madrid, Carmen Bernárdez Sanchís.
“Guernica” (1937)
Pablo Picasso
Una de las obras más cruentas del malagueño, “Guernica” siempre ha sido considerado un cuadro que habla de los horrores que provocó la guerra en este pequeño pueblo. Una luz demoniaca observa los lamentos destruidos y a los hombres en ruinas. El historiador de arte, Julio Pérez Manzanares, asegura que es un alegato contra la crueldad de las guerras y la ignominia. La denuncia que hizo Picasso sigue presente para entender las desgracias de la guerra.
“El gran masturbador” (1929)
Salvador Dalí
Desde el título, esta supone un juego entre nuestras perversiones y lo que observamos en el lienzo. Considerada una pieza clave del método de creación paranoico-crítico, la obra de Dalí revela los misterios del sexo y los tabúes. Sin duda tiene connotaciones sexuales, como esa mujer que descansa al lado de las piernas y los genitales de un hombre. Pero este cuadro también nos muestra un autorretrato de Dalí, con la nariz en el suelo, un bigote que se transforma en alcatraz y sus ojos cerrados.
Dalí siente pánico del sexo después de que su padre le enseñara fotografías de enfermedades venéreas para alejarlo de los prostíbulos. El saltamontes representa sus fobias de la infancia. Los expertos aseguran que la pareja abrazada representa a sus padres: ella petrificada y muerta mientras que él, se marcha con su sombra alargada.