Por Juan Salinas Quevedo
13/08/2017
Según los datos que ofrece la Organización Internacional del Trabajo, el 90% de las prendas de vestir de última moda se fabrican en pésimas condiciones laborales en zonas de libre comercio en países como Tailandia, Camboya, China o Marruecos. Cada día, los consumidores adquirimos en establecimientos de moda de grandes marcas prendas realizadas por trabajadores que viven en la extrema pobreza.
En las once fábricas que una conocida marca deportiva tiene en Indonesia se producen 55 millones de zapatos cada año, calzado que estas personas no se pueden permitir. Según un estudio de la ONG Campaña Ropa Limpia, sus empleados trabajan 12 horas diarias sin paga adicional a cambio de un salario medio de 38 euros mensuales. Este hecho se produce porque las empresas rentabilizan mucho más tener que pagar una cantidad más pequeña a un trabajador de un país subdesarrollado que a uno del primer mundo donde el precio sería mucho más cuantioso, debido principalmente a la ausencia de estatutos y sindicatos, sin posibilidad de reclamar unas dignas condiciones ni un salario adecuado.
Estas prácticas son más comunes en fábricas pequeñas que son subcontratistas de otras más grandes dedicadas a la exportación, lo que dificulta que los trabajadores reivindiquen sus derechos por miedo a ser despedidos y en ocasiones agredidos física y verbalmente. El problema se ve agravado además por la falta de seguridad laboral ya que muchos de estos empleados realizan sus actividades en lugares que carecen de medios suficientes como para poder trabajar sin peligros. En Bangladesh, en 2013, un edificio de talleres se desplomó acabando con la vida de 1127 trabajadores.
Exhibido en más de 60 festivales de cortometrajes nacionales y 80 internacionales de 37 países distintos (YAQ Distribución), Lakrua es un proyecto de animación que nos muestra la cadena de montaje que se establece entre la confección de una prenda en una cochambrosa chabola de Tailandia hasta su punto de venta en una lujosa tienda de Madrid.
Denuncia social y romanticismo
El corto nace con la intención de denunciar y esclarecer la diferencia existente entre ambos mundos a través del recorrido de un vestido cuyo valor queda elevado exponencialmente una vez que entra en los mercados donde el valor de origen de una prenda es de 1,5 euros y asciende hasta un precio de venta que alcanza los 20 euros.
De forma satírica, asentando su discurso en el poder de una imagen naif sin diálogos, se conjugan denuncia social con un cierto romanticismo que emerge de la tristeza de contemplar lo dramático de esta situación cuyo mensaje sencillo pero certero es accesible para todo tipo de públicos. Su productor y codirector, Javier Quevedo, declara: “Nuestra intención es intentar abrir los ojos para hacer entender todo lo que hay detrás de la industria textil y que no conocemos, y cómo las grandes marcas contribuyen a que exista la esclavitud hoy en día”.