La tecnología destruye empleo. Todos hemos escuchado alguna vez en la vida esta afirmación, acompañada de ejemplos como “antes, en el campo, la gente trabajaba y, ahora, las máquinas han destruido todo ese empleo”… Como sucede ante cualquier cuestión compleja, las respuestas simples suelen ser erróneas y requieren de un análisis más profundo.
Empecemos examinando datos. Tomemos, por ejemplo, la empleabilidad en los países más industrializados y, por tanto, con mayor nivel tecnológico. Desde 1950, la ratio de desempleo en Estados Unidos ha variado entre mínimos de 2,5% y máximos del 11%, siempre en correlación con los ciclos económicos.
En datos absolutos, el número de personas empleadas pasó de 60 millones en 1950 a más de 160 millones en 2019. Gran Bretaña se mueve también entre el 4% y el 12% variando cada año, y la cifra total de personas tienen trabajo sobrepasa los 30 millones de empleados y no ha parado de crecer desde 1950. Japón pasó de 35 millones a 65 millones de empleados.
Los datos macro hablan por sí mismos. El valor agregado que genera la tecnología no ha destruido empleo, todo lo contrario: ha generado más. En los tres países con mayor nivel tecnológico y con mayor número de robots y máquinas, la cifra total de personas trabajando no ha parado de crecer.
Han sido cuatro las revoluciones tecnológicas
Desde que la tecnología irrumpió, han existido cuatro grandes saltos en la industria:
- 1.0, en 1784, basado en los equipos de producción de vapor y agua.
- 2.0, en 1870, basado en la producción en serie gracias a la división del trabajo y la electricidad.
- 3.0, en 1969, basado en el uso de la electrónica e IT para una producción automatizada.
- 4.0, en el siglo XXI, basado en inteligencia artificial, big data, machine learning, cibersistemas físicos, robots, etc.
Como consecuencia de la revolución tecnológica 3.0 y 4.0, en los dos últimos años se ha acentuado la desindustrialización y la polarización laboral.
La desindustrialización ha causado un descenso a largo plazo del empleo industrial, que se ha registrado en todas las economías desarrolladas desde 1980. Lo que ha sucedido, como se visualiza en el gráfico, es una creciente “terciarización” de los sectores económicos. Es decir, los empleos en el sector servicios se han incrementado de forma constante y absorben los puestos de trabajo perdidos en la industria. En este caso, no se ha destruido empleo, se trasladado de un sector a otro.
Menos empleo en las áreas de remuneración media
La polarización laboral refleja, por su parte, la creciente importancia de las actividades más y menos remuneradas de la economía a costa de los empleos de nivel medio. El porcentaje de empleo ha aumentado tanto en las actividades con alta remuneración como en las de baja remuneración, mientras que las actividades de remuneración media se han reducido.
La gráfica refleja los cambios en los porcentajes de empleo ocupacional en las actividades con remuneración baja, media y alta en 16 países de la Unión Europea en el periodo 1993-2010.
La conclusión es evidente. La tecnología no destruye empleo, lo transforma. En consecuencia el trabajador del siglo XXI será muy distinto al que conocimos en el siglo XX. Las diferencias radican sobre todo en la forma de pensar, pero también en las habilidades y aptitudes que demanda el mercado. Requieren una formación específica.
¿Cómo tiene que ser el trabajador del siglo XXI?
Si nos referimos a profesionales que trabajen para las empresas, la primera conclusión es que prácticamente van a desaparecer los empleados que realizan trabajos rutinarios o transaccionales en oficinas. Los trabajadores que aportan ideas y estrategias serán más valorados por las organizaciones. Por contra, las empresas prescindirán de los empleados que solo contribuyen con trabajos transaccionales.
¿Disminuirá entonces el número de trabajadores y se destruirá empleo?
Rotundamente no. Es preciso matizar. Desde hace tiempo sostengo que la clave no es el marketing one to one, sino el marketing “juan to juan”.
Las empresas del siglo XXI, muy digitalizadas, necesitarán más que nunca empleados que sean capaces de gestionar y atender a los clientes, ya sea en formato presencial o virtual.
Su estrategia de negocio incluye implementar la experiencia del cliente y les será imprescindible contratar trabajadores que garantizan el factor humano en la relación con el cliente. Zappos, la compañía que mejor ha asumido el enfoque de la experiencia del cliente, es un claro ejemplo de cómo una empresa puede triunfar en el mercado a través del talento para tratar con los clientes en la venta online – Zappos es una marca con un gran servicio al cliente que casualmente vende zapatos–.
Los trabajadores por cuenta propia verán otro gran impacto en el mercado laboral. Va a aumentar considerablemente la demanda de trabajadores que sepan hacer trabajos manuales, ayudar a los demás a desarrollar cualquier actividad, bien sea física o mental, o que proporcionen cualquier tipo de servicio. En este nuevo escenario, habrá que desarrollar dos tipos de habilidades:
- Hard skills, relacionadas con el conocimiento. Las profesiones y carreras que dominarán el futuro ofrecerán conocimientos en matemáticas, biotecnología, medicina e ingeniería. En España se podrían crear 1.250.000 millones de empleos vinculados a formación STEM (science, technology, engineering and mathematics) en los próximos 5 años. A tenor de la cifra actual de estudiantes en estas áreas, no se podrán cubrir todas las plazas necesarias.
- Soft skills. Según el informe The Future of Jobs Report 2020, de World Economic Forum, las habilidades y competencias más demandadas serán las siguientes:
- Solución de problemas complejos
- Pensamiento crítico
- Creatividad
- Gestión de personas
- Coordinación
- Inteligencia emocional
- Toma de decisiones
- Orientación de servicios
- Negociación
- Flexibilidad cognitiva
Las empresas van a competir en ser capaces de generar cercanía a través de las personas. Por ello, añadiría a las habilidades mencionadas la gestión de la comunicación y la gestión de personas, enfocadas a generar una experiencia personal distinta en las relaciones con los clientes.
Para competir en el siglo XXI se necesitan competencias y conocimientos nuevos, distintos de los que se tenían en el siglo XX.
Como recomiendo siempre en mis artículos, al igual que hacemos con el software de nuestros ordenadores y dispositivos: actualizar nuestro cerebro si queremos seguir operativos.
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