Stefan Armborst*
En sus reflexiones sobre la crisis sanitaria actual, desde la perspectiva de la ecología social, la ingeniera y antropóloga Yayo Herrero advierte sobre “el siguiente problema civilizatorio: el haber construido la organización material de las sociedades en contra de la naturaleza de la que formamos parte y en contra de los vínculos y las relaciones que sostienen la vida”.[1]
Por tanto, en esta contribución queremos revelar por qué la tecnología 5G es totalmente incompatible con la necesaria y verdadera transición ecológica que requiere, imprescindiblemente, de la transformación de los fundamentos materiales, económicos y sociales del actual modelo industrial.
Como veremos, la tecnología 5G, lejos de ser una herramienta para afrontar la emergencia climática, acelerará todavía más el proceso hacia el colapso eco-social. Porque el 5G exige un aumento exponencial del consumo de energía y materia prima que agrava el extractivismo, las emisiones y la destrucción ecológica. Por ello, me preocupa, aunque no me sorprende, que en ámbitos de la economía y de las finanzas se alabe el 5G como clave para la recuperación económica. Según sus pronósticos, “en el año 2034, el 5G contribuirá con 2,2 billones de dólares a la economía mundial”.[2] Me pregunto, al escribir este artículo, por qué los mismos que promueven el 5G omiten pronosticar las enormes pérdidas económicas por destrucción del medioambiente y las consiguientes catástrofes climáticas y pérdidas de empleo.
La estrategia del “shock digital” que vende la digitalización como panacea para recuperar la senda del crecimiento económico –otra vez disfrazado de verde– inevitablemente aumentará la huella ecológica global de la red y nos conducirá con pasos agigantados al precipicio en que se hundirá el modelo basado en el consumo de combustibles fósiles dominante. Por la relación directa entre el consumo de minerales y energía con el crecimiento del PIB y, por tanto, con las emisiones de gases de efecto invernadero.
Los ingenieros omiten referirse al cómputo de la enorme huella ecológica por la producción, mantenimiento y obsolescencia de las instalaciones de la tecnología 5G
El análisis concreto de la tecnología 5G, desde el enfoque del gasto energético y de materiales, corrobora esa relación directa. Dado que implica necesariamente millones más de conexiones, antenas retransmisoras y nuevos dispositivos. Siguiendo el excelente análisis de Antonio de Aretxabala[3], la utilización de ondas milimétricas –el denominado New Radio (NR)– permite un enorme aumento del volumen de transmisión de datos, pero tiene mayores pérdidas por alcance. Esto se quiere resolver mediante un modelo de conectividad múltiple en que la cantidad de nodos de acceso excede a la cantidad de usuarios dentro de la red. La mayor eficiencia digital implicará necesariamente un mayor despliegue de recursos y, por tanto, un consumo acrecentado de electricidad, energías fósiles, materiales y residuos.
Los ingenieros –que con boca grande afirman que las pequeñas células trasmisoras utilizadas para proporcionar la conexión 5G serán energéticamente eficientes y alimentadas de manera sostenible– omiten referirse al cómputo de la enorme huella ecológica por la producción, mantenimiento y obsolescencia de tales instalaciones.
El 5G requiere muchas más estaciones base y “small cells” (pequeñas células, mini antenas, puntos de acceso) para brindar sus servicios a través de la multiconectividad entre miles de millones de dispositivos de telefonía móvil y fija, junto con el Internet de las Cosas (IoT). Según China Mobile, el 5G necesita el triple de estaciones base para la misma cobertura que ofrece actualmente la tecnología móvil del Long Term Evolution (LTE). El consumo de energía de una estación base 5G triplica también el consumo de energía de 4G LTE.
A pesar de que el 4G es suficiente para satisfacer la demanda de conectividad, se proyecta instalar miles de torres y dispositivos, usando miles de veces más energía que los sistemas existentes. Este tremendo impacto medioambiental no se justifica, aunque aumente la eficiencia energética de cada dispositivo móvil individual, porque aumentará ese impacto ecológico por el enorme consumo eléctrico y de materiales.
Lo dicho hasta ahora, se complementa con lo que afirma Aretxabala: “La implementación del 5G implicará enormes gastos de capital y energía, conlleva una proliferación de más de 100 veces de estaciones base, sus cimentaciones, la construcción de las antenas y cableados desde los nuevos o viejos altos hornos, el transporte, la minería metálica y de tierras raras, el mantenimiento mucho más frecuente y numeroso de los dispositivos, nuevas combinaciones de semiconductores inalámbricos e inteligencia artificial para administrar redes extremadamente complejas.”
“A medida que la demanda de conectividad continúa disparándose, también lo hace el consumo de energía de las operadoras de telecomunicaciones», advierte Jon Abbott, director de tecnologías para clientes de telecomunicaciones estratégicas globales en Vertiv.[4] Los gobiernos y la UE pretenden convencernos de que el uso del 5G y la inteligencia artificial reducirá el consumo de energía de la red inalámbrica. Lo que no tienen en cuenta es el aumento sustancial general del uso de energía con el 5G, y especialmente el incremento energético exponencial, sobre todo, para ampliar y mantener numerosos centros de datos.
La industria de las telecomunicaciones actualmente consume alrededor del 3% de la energía mundial. La computación en la nube por sí sola ya utiliza alrededor del 2% de la electricidad del mundo. Actualmente las redes inalámbricas requieren en promedio diez veces la potencia consumida por las redes cableadas. Cuando se despliegue el 5G, se teme que el tráfico de datos aumente en una proporción similar y necesitará ampliar las estaciones base por un factor también proporcional.
En resumen, la tecnología 5G será significativamente más intensiva en su uso de energía que las generaciones anteriores de conectividad inalámbrica. La tecnología 5G probablemente aumentará el total del consumo de energía de la red en un 150% a 170% para 2026, según el informe publicado la primavera pasada por Vertiv, una empresa de análisis de tecnología. Dicho estudio calcula que en 2030 la tecnología de la información consumirá una quinta parte de toda la electricidad mundial. Todo esto va en contra de los objetivos y compromisos firmados por los gobiernos en el marco de los Acuerdos de París, para reducir las emisiones y el efecto invernadero.
El daño del 5G también lo corrobora el estudio de Belkhir & Elmeligi, Evaluación de la huella de emisiones globales de las TIC: tendencias hasta el 2040 y recomendaciones donde refiere que “las previsiones de consumo de energía mundial proveniente de las TICs (que aumentó casi un 10% anual entre 2015-2020) son del 10% en 2020, 4% de los gases de efecto invernadero (GEI) y un 20% en 2025, 8% de los GEI, porcentaje actual debido a los automóviles, y alcanzaría el 14 % de los GEI en 2040.»
Los centros de datos y las infraestructuras de telecomunicaciones serían los sectores en donde más crecería el consumo energético. En total, la infraestructura digital de hoy consume alrededor del 10% de la electricidad global, y las supuestas necesidades crecen a un ritmo alarmante, cuyas expectativas parecen imparables, en particular debido a las demandas futuras de inteligencia artificial (IA), los robots, el internet de las cosas (IoT) y la denominada industria 4.0.
Mark P. Mills, miembro senior del Manhattan Institute y miembro de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Aplicadas McCormick de la Universidad Northwestern, advierte sobre el gran salto en el consumo de energía: “La infraestructura para hacer frente a la era 5G podría consumir hasta tres veces más energía. Sin embargo, en términos de energía, la IA requiere más datos y más energía del silicio, y el mundo querrá usar miles de millones de chips de IA.” [5]
El teletrabajo, la educación online, las vídeoconferencias, las aplicaciones inteligentes del transporte público, la telemedicina, el control inteligente de la generación y consumo de electricidad, se decía que iban a ayudar a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero… pero está resultando todo lo contrario
Con la humanidad enfrentándose a un calentamiento global y la crisis energética mundial, el movimiento para expandir el consumo de energía para obtener más tecnología innecesaria es imprudente e irresponsable.
Hoy nuestro consumo de combustibles fósiles de calidad menguante es del 86%, mientras que las energías denominadas renovables nos proporcionan el restante 14%. A escala global, las energías renovables ascienden a apenas un 7%, sin que por ello se haya disminuido la utilización de energías fósiles. A esto se suma de que la mayor parte de la infraestructura de estas fuentes energéticas supuestamente «verdes» estará generada por hidrocarburos. A nivel global, resulta imposible mantener el nivel de industrialización basándose únicamente en estas “energías alternativas”, incluso sin crecimiento económico.
No necesitamos un crecimiento supuestamente ‘verde’ e ‘inteligente’, sino decrecer con criterios de justicia, igualdad, autonomía y auténtica sustentabilidad
La economía digital puede ser catastrófica para el clima, los suelos, la salud y para la biodiversidad como barrera de futuras pandemias, y en lugar de salvarnos, incide en nuestros ya agudos, letales y preocupantes desequilibrios sistémicos. Si aún no hemos aprendido esta lección es que somos muy, pero que muy, necios.
En resumen, para reducir la huella de carbono necesitamos reducir el grado de digitalización de la sociedad y decidir colectivamente sobre un modelo de convivencia y organización económico-social que afronte de verdad el riesgo de un (muy) posible y plausible colapso. O cómo lo explican Adrián Almazán y Jorge Riechmann: “No necesitamos un crecimiento supuestamente ‘verde’ e ‘inteligente’, sino decrecer con criterios de justicia, igualdad, autonomía y auténtica sustentabilidad. La paralización de la tecnología 5G, y el desmantelamiento parcial de otras ya instaladas (algoritmos de inteligencia artificial, tecnologías inalámbricas, etc.) es crucial si queremos hacer en serio un balance de costes y beneficios y, quizá más importante aún, contar con el tiempo suficiente para poder decidir de manera democrática el rumbo de nuestras sociedades.” [6]
Esta mirada sobre el aspecto energético de la tecnología 5G –aun quedando muchos otros temas ecológicos por tratar– muestra cómo los pregoneros de la digitalización global aferrados a sus beneficios y poder –provenientes de la triple alianza entre corporaciones transnacionales del sector de las telecomunicaciones, instituciones supranacionales y gobiernos (internacionales y estatales)– están decididos a sacrificar no solamente la salud humana, sino el (ya tan dañado) equilibrio ecológico en el altar del becerro de oro del “desarrollo tecnológico”.
(*con aportaciones de Marisa García y Kerstin Salen)
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