Por Sandra Martín / Fotografía: Fernando Sánchez
Rodeados de árboles y pequeños edificios de piedra grisácea y acompañados por una atmósfera más que idílica, los estudiantes de la Universidad Antonio de Nebrija sonríen cuando se les pregunta por qué decidieron estudiar Turismo. Sus respuestas son claras: viajar por todo el mundo, conocer otras culturas y tratar de manera directa con la gente. Parecen felices a la vez que comentan entre ellos lo cansados que están. No es fácil combinar la carrera con unas prácticas en la ajetreada recepción de un céntrico hotel en Madrid.
Comunicarse en diferentes idiomas, obtener habilidades para atender al cliente y tratar con el público, saber trabajar en equipo o conocer cómo gestionar una crisis son sólo algunas de las competencias que tienen que aprender durante sus cuatro años en el Grado. No parecen muchas, si nos damos cuenta de que en sus manos está la primera fuente de ingresos del Estado (un 11% del PIB) y el mayor yacimiento de empleo (un 12%).
España se mantiene otro año como el tercer país más visitado en el mundo, sólo superado por Estados Unidos y Francia. En 2014 recibió 67 millones de turistas internacionales, un nuevo récord. La sede de la Organización Mundial de Turismo se encuentra en el madrileño distrito de Chamberí y en el mes de abril se han reunido en esta ciudad los mayores expertos del sector en la 15ª Cumbre Mundial. Sin embargo, los profesionales no tienen la sensación de que su trabajo vaya a mejorar la situación económica del país.
“El principal problema que hay es la dignificación de la actividad, parece mentira que se siga viendo como una carrera de formación profesional más que como un grado universitario”, apunta Bruno Pujol Bengoechea, vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Antonio de Nebrija.
Turismo, como carrera, no llegó a la universidad hasta finales de los noventa y sus contenidos nunca han estado bien planteados, según algunas voces. “Las titulaciones no están adaptadas a lo que pide el mercado, por eso cuando planificamos nuestros grados en 2008, con el nuevo Plan Bolonia, consultamos a diferentes empresas”, cuenta Diana Gómez, coordinadora académica del Grado en Turismo. Así, en este centro universitario privado se han propuesto tres itinerarios enfocados a los subsectores de la actividad turística que más reclaman las compañías del sector: dirección hotelera, gestión y planificación de destino y turoperación.
“Los estudiantes tienen asignaturas relacionadas con la administración de empresas, dirección estratégica, recursos humanos, contabilidad o finanzas”, apunta Diana Gómez. Pero esta diversidad de ámbitos no se ofrece en las 50 universidades españolas donde se puede estudiar la carrera y ahí reside el problema.
El director del Centro de Investigación de Desarrollo e Investigación Turística (CIDET), Manuel Figuerola, reclama la necesidad urgente de mejorar estos planes de estudio. “Los cambios en la formación son el único camino que conduce a la calidad, la productividad y la competitividad”. El experto turístico pide también una comunión entre las empresas y las universidades: “Hace falta especialización y mucho más rigor en los contenidos”. A su vez, ataca al nuevo modelo que quiere imponer el ministro José Ignacio Wert, tres años de carrera más dos de máster. En realidad, Figuerola apuesta por tratar el Grado de una manera más profesional. Es por este motivo que los estudiantes realizan prácticas obligatorias en diferentes empresas.
“Aprendes a desenvolverte y a aplicar lo aprendido en clase”, comenta Thaïs Parra, estudiante de cuarto curso, quien ya ha sido becaria en tres compañías distintas. “Creo que la carrera es bastante completa, más de lo que me esperaba, pero he echado en falta más formación en idiomas”, apunta Thaïs. Sólo estudian inglés y alemán o francés durante los dos primeros años del grado, aunque tienen la oportunidad y se les recomienda que amplíen su formación con un año en una universidad fuera de España, tiempo en el que fortalecen su segunda o tercera lengua y adquieren conocimientos distintos.
El sector del empleo
Son optimistas y no muestran mucha preocupación cuando se les pregunta por las posibilidades de encontrar empleo una vez que acaben sus estudios, a pesar de la situación actual. De hecho, el pasado mes de noviembre, el Ministerio de Educación publicó los datos de empleabilidad de los graduados universitarios que sitúan a esta carrera como la que menos opciones tiene en el mercado de trabajo. Uno de cada dos titulados eran empleados en un puesto que no requería ningún tipo de cualificación y el año pasado se graduaron en Turismo un total de 4.375 alumnos. No obstante, Bruno Pujol no confía que la interpretación de los datos sea veraz pero sí que reclama una mejor adecuación salarial en el sector.
Mientras, la coordinadora académica Diana Gómez sí considera que hay muchos empleos en el sector que son de baja cualificación y por ellos señala que “se debe de conseguir que los graduados accedan a los puestos directivos”.
A su vez, el turismo español está muy marcado por la estacionalidad. Es decir, durante la temporada de verano hay una mayor oferta laboral y la mayoría de estos puestos de trabajo tienen una duración temporal. En los años ochenta comenzó la revolución del sol y playa, un nicho que continuamos explotando hasta el día de hoy. “¿El modelo español funciona? Sí, claro que lo hace, pero eso no quiere decir que sea el mejor y que nos quedemos ahí.
Hay que destacar y buscar siempre un nuevo punto de atracción”, comenta pensativo Alejandro Álvarez, argentino de nacimiento que ha vivido en diferentes países desde que era un niño. Sus compañeros de clase coinciden con él. “Hay que dar una nueva perspectiva, vender nuestras playas de otra manera”, incide Andrea Beltrán, de 22 años y estudiante del doble Grado de Turismo y Publicidad.
En los últimos años, a las altas temperaturas y el mar se les ha unido un nuevo aliado: la fiesta. A principios de abril, más de 9.000 estudiantes británicos aterrizaron en Salou (Tarragona) para celebrar, bañados en alcohol, el evento deportivo universitario conocido como Saloufest. Magaluf, en Mallorca o la concurrida Lloret de Mar, en la Costa Brava son otros dos epicentros del llamado turismo de borrachera. “A largo plazo esto va a ser una ruina para todo el país”, comenta con preocupación Andrea Beltrán, “repercute en la imagen y tiene un impacto que va a ser insostenible”.
Por supuesto, España no es sólo eso. “Después de Italia y Francia, tiene el mayor patrimonio cultural de Europa y, con mucha posibilidad, del mundo”, argumenta Bruno Pujol. Cultura, gastronomía, paisajes rurales, vino y flamenco. El vicedecano tiene plena confianza en el turismo: “España vende mal lo que hace bien, tenemos un problema de branding”.
Apunta hacia la necesidad de atraer otro tipo de turista, uno que supere los 78 euros del gasto medio diario que hay en la actualidad y que pertenezca a los nuevos mercados emisores: India, China, Rusia y Brasil. Porque estos turistas buscan un destino más allá del sol y playa.
“Ahora se tiende a viajes más personalizados, basados en experiencias más únicas”, señala Diana Gómez y explica que desde la Universidad Nebrija están trabajando junto con la OMT en la creación de Madrid Precious Time, un proyecto de investigación basado en el turismo de lujo apoyado de las Google Glass. Eso sí.
La tecnología, como en tantos aspectos de la sociedad, está revolucionando el mundo del turismo. “La necesidad de Wi-Fi es la misma que de comer. Me da miedo la transformación que pueda tener el turista, que no disfrute del destino por la falta de ella”, aporta su compañero Alejandro Fernández, “sin embargo, me gusta que turismo y tecnología estén muy conectados. Se puede dar un servicio único y personalizado”.
Los estudiantes que terminarán la carrera dentro de pocos meses ya están más que acostumbrados y son ellos mismos los que no sienten la necesidad de ir a una agencia de viajes para organizarse sus próximas vacaciones. “Estamos frente un turismo más tecnológico que se ahorra intermediarios, aunque siempre va a hacer falta una base humana para controlar el sistema”, apunta Andrea Beltrán. Pero esa base humana ha cambiado de protagonista. Con las redes sociales se ha fomentado que sea el propio turista el promotor o el detractor del destino.
“La información viene más por parte de los usuarios que por las campañas publicitarias”, explica el vicedecano Bruno Pujol, “el turista se informa antes, durante y luego lo cuenta”. Millones de perfiles de Twitter, Facebook e Instagram estallan cada día con fotografías y comentarios sobre hoteles, destinos, restaurantes u ofertas de ocio. Tripadvisor se ha convertido en la red más influyente para los usuarios.
Internet también ha favorecido el concepto de “viajes low cost” con aerolíneas, como Ryanair, que permiten que cualquier persona pueda viajar a cualquier parte del mundo. Y a él se suma la economía colaborativa, el último quebradero de cabeza de la industria turística. “Como usuario lo veo muy positivo, pero no creo que deba existir, no ayuda a los hoteles, favorece el intrusismo, que los estándares de calidad no se mantengan y que se genere dinero en negro”, aporta con seriedad Roberto Fernández, el joven de 23 años también en último curso.
Hablan sobre Airbnb, una plataforma donde se puede proponer y reservar viviendas privadas para alojarse o BlaBlaCar, que permite compartir un coche hacia un mismo destino. “Esta economía puede convivir con el turismo, pero dentro de una legislación estructurada y no es la solución, porque no genera el empleo que necesitamos”, sentencia el director del CIDET Manuel Figuerola.
Los estudiantes vaticinan que se terminará en algún momento, pero habrá que esperar a que los turistas muevan ficha y decidan qué clase de servicios están dispuestos a pagar.