Por Ana Franco
09/04/2017
Los franceses venden lo suyo como nadie. Principalmente, el lujo moderno, que se gestó allí. Todo es distinción, prestigio, artesanía y tradición, y todas las marcas patrias son míticas y ancestrales. Este discurso alcanza su máximo esplendor en la región de Champagne-Ardenne, al noreste de Francia, donde se asientan desde hace siglos las casas de champán más relevantes, que producen un líquido excepcional al que rodean de leyenda.
Si ya era una tierra bendecida por la calidad de su suelo calcáreo y por otras condiciones idóneas para el champán como su clima, imagínese lo estupenda que se ha puesto desde que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) la incluyó en su lista de Patrimonio Mundial, en julio de 2015. Sus laderas, casas y bodegas pasaron a engrosar la categoría de Paisaje Cultural Evolutivo Vivo, un título que valora su carácter universal y que permite a los galardonados, por ejemplo, acceder a la financiación que ofrece la Unesco para preservar el patrimonio.
Bajo un cielo al que se asoma poco el sol, un tupido manto de vides pinta el paisaje de Champagne de verde en verano, de ocre en otoño y hasta de blanco (si nieva) en invierno. Por debajo se halla una efervescente red de galerías que ríase de la del metro de París. Aquello es un laberinto de cavas de piedra caliza en el que se ordenan millones de botellas y de barricas.
La primera en llegar fue la casa Ruinart, que se estableció en 1729. Hoy forma parte del grupo empresarial que más champán vende, Moët Hennessy-Louis Vuitton (LVMH), propietario también de Moët & Chandon, Mercier, Veuve Clicquot y Krug. Los cuatro siguientes que más facturan son los conglomerados Lanson-BCC (con las marcas De Venoge, Lanson, Boizel, Philipponnat y Alexandre Bonnet, entre otras), Vranken-Pommery Monopole (Vranken, Pommery, Heidsieck & Cº Monopole y Charles Lafitte), Laurent-Perrier (Laurent-Perrier, Salon, Delamotte y De Castellane) y Pernod Ricard (G.H. Mumm y Perrier-Jouët). Entre las independientes, nombres conocidos como Louis Roederer, Ayala y Billecart-Salmon, una de las pocas que aún pertenecen exclusivamente a una familia.
Es de obligado cumplimiento visitar las viñas y las bodegas más emblemáticas para adentrarse en la historia de los espumosos franceses y comprender porqué la Unesco ha reconocido no solo el paisaje de Champagne sino la fórmula única que atesoran los viticultores del lugar para elaborar tan preciado vino. Además de los grandes grupos, existen más de 4.000 pequeños productores en la zona que con gusto le mostrarán los encantos de su chispeante comarca.
Un punto de partida muy común es la Avenida de Champagne, en la localidad de Épernay, hogar de varias bodegas como la de Moët & Chandon (quizá la más grande, con 28 kilómetros bajo tierra repartidos en cuatro plantas), y las de Boizel, André Bergère y De Venoge, entre otras. Los edificios que las albergan, lustrosos y bien limpios, merecen una foto de su exterior y una visita a su interior si lo permiten.
Saliendo de Épernay puede tomar la ruta del Valle del Marne, que ofrece vistas panorámicas de los viñedos a lo largo de las orillas naturales del Río Marne y desde el Castillo de Boursault. O la bucólica ruta de Côte des Blancs, cuna de la uva chardonnay y una de las cuatro grandes extensiones de vid de Champagne, junto con la Montaña de Reims (donde reina la variedad pinot noir), la Côte de Bar y Montgueux y el mencionado Valle del Marne.
A pocos kilometros de Épernay también se halla Hautvillers, donde el monje Dom Pierre Pérignon sentó las bases de la elaboración del champán tal y como lo conocemos hoy. Y a media hora de carretera de la Avenida de Champagne se alcanza Reims, la capital económica de la región, con sus propias razones designadas por la Unesco como Patrimonio Mundial: la Catedral de Notre-Dame, una obra maestra del arte gótico; la antigua abadía de Saint-Remi, donde yacen los restos de Saint-Remi, el arzobispo que instituyó la unción sagrada de los reyes de Francia, y el palacio de Tau, la residencia de los arzobispos de Reims.
Los viñedos de Champagne-Ardenne están salpicados de villas medievales como Troyes, con sus palacios, sus estrechas rúas y sus casas de entramados de madera, también presentes en Châlons-en-Champagne, y de algunas de las ciudades más bonitas de Francia, como Langres, con 12 torres, puertas y siete murallas de 3,5 kilómetros.
Castillos como el de Sedan son tan comunes como los ríos navegables, los lagos y bosques que aguardan al curioso. La región es bastante amplia (unos 26.000 kilómetros cuadrados, similar en tamaño a Cerdeña) y sus innumerables atractivos culturales y artísticos no caben en estas páginas. Si no dispone de varios días para visitarla, lo mejor es que planifique una ruta concreta. Acuda con una copa de champán en mano. Será su más fiel compañera de viaje.