José F. Estévez Abogado y filólogo
Alguien me pregunta si las cosas seguirán igual después del coronavirus, después de la revolución de los balcones. Y no sé qué responderle. La Historia, escrita con mayúsculas, se mueve lentamente como las morrenas de un glaciar, aunque es cierto que hay acontecimientos que lo cambian todo de golpe. 1789 y la Revolución francesa. El asesinato de Francisco Fernando de Austria en Sarajevo, la caída del Imperio austrohúngaro y el comienzo de la primera Gran Guerra. El crac financiero del 29 y la depresión mundial que arrastró al mundo a la Segunda Guerra Mundial. El descubrimiento de la penicilina. En España la Ley para la Reforma Política de 1976 que hizo viable la “transición”, dando como fruto la actual Carta Magna, tan solo dos años después, y la recuperación de la monarquía parlamentaria en nuestro país.
¿Cuentan la verdad los medios?
Son vientos de la Historia que nos arrastran como a peleles y nos demuestran lo vulnerables que somos y lo efímera que es nuestra existencia. ¿Podríamos decir que hoy es el día en que China puso de rodillas a EEUU? No lo sé, es pronto para hacer una afirmación de este tipo, pues es una aseveración muy gruesa. Pero no es menos cierto que los medios de comunicación no nos cuentan toda la verdad.
Esta última semana de los «idus de marzo” de 2020 descubro que uno de los carrier chinos de telecomunicaciones más importantes del país asiático revela que han perdido 21 millones de abonados a su red. ¿Es solo el efecto económico de la crisis de Wuhan? ¿O nos están mintiendo las autoridades chinas sobre la verdadera cifra de muertos? ¿Alguien se cree de verdad que un país como China con casi 1.500 millones de almas haya tenido menos muertos que Italia o España? Si comparamos las cifras en números relativos la incógnita se resuelve sola. Es sencillamente mentira.
La realidad es tozuda
¿Estamos ante un virus sintético de laboratorio? ¿Tiene esto algo que ver con la guerra entre el gigante asiático y el tío Sam por la implantación de la tecnología 5G? Ignoro las respuestas aunque estoy convencido de que las contestaciones las sabremos no dentro de mucho tiempo por la fuerza misma de los hechos.
La realidad es tozuda y los sistemas políticos e institucionales que no se asientan en cimientos sólidos terminan por zozobrar. Eso es lo que le ha pasado a la Unión Europea (UE) cuando aún no se había repuesto del cataclismo que ha significado el “Brexit”. La UE ha visto cómo esta pandemia hacía saltar por los aires su cohesión institucional y la credibilidad tanto de la Comisión como del Parlamento Europeo.
La rendición de Breda
Cada Estado miembro de la UE se ha enfrentado a la crisis provocada por la pandemia a su manera, sin observar un criterio único ni obedecer una voz unitaria de mando eficazmente coordinada entre los distintos socios comunitarios.
Los denominados “coronabonos” tienen dificultades serias de viabilidad para nacer. Los Países Bajos de los cafés de aromas estupefacientes nos ponen la proa. No olvidan la rendición bajo el sol de Breda. Y Alemania, el motor de Europa y antaño cabeza del espíritu europeísta, olvida a sus egregios Schumann, Adenauer y otros padres del Tratado de la Ciudad Eterna. Está siendo un desastre. Deberían de reflexionar.
Si bien aún nos queda el Banco Central Europeo, que esperemos sea el último bastión garante del sistema financiero que otorgue liquidez a los mercados para que las entidades de crédito de España e Italia no dejen morir de inanición a los pequeños empresarios y autónomos. Es el momento de que el gran proyecto Europeo no dé la espalda a sus hijos mediterráneos en una situación como esta.
El Gobierno dual ante la tragedia humana
No mucho mejor veo al Estado español convertido, a día de hoy para desgracia nuestra, en lo que el Gobierno según sospecho pudiera proyectar para un futuro cercano. A saber, una Federación de Naciones o Estado plurinacional. Por poner un ejemplo, el pasado 25 de marzo, con 738 fallecidos, el Gobierno dual Sánchez&Iglesias reconocía que no era capaz de hacer llegar las ayudas necesarias de material médico y sanitario a nuestros hospitales y que aún necesitaban al menos dos semanas más para que estos insumos llegaran.
Esto no tiene nombre
Esto no tiene nombre. Solo ese día señalado han fenecido más pacientes por coronavirus en España que todas la personas caídas en los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York. Y solo este fin de semana, segundo del estado de alarma, han fallecido más personas que en todos los atentados de ETA a lo largo de su historia criminal.
Estamos ante una tragedia humana de difícil digestión, por más que los medios de comunicación comprensivos con el poder nos lo quieran presentar como un simple accidente epidemiológico. La larga lista derivada de responsabilidades políticas y judiciales por negligencia imputable a los gestores de este desaguisado será tan extensa y triste como la cola del paro que va a generar.
Impericia, imprevisión y frivolidad
Y es que no me cabe ninguna duda de que tanto Pedro Sánchez como su paladín y escudero Iglesias no se han dedicado a espolvorear el virus por los mercados y las plazas de este sufrido país que llamamos España, de la misma forma que el mediador chavista Rodríguez Zapatero no generó la crisis de “Lehman Brothers” la pasada década.
No obstante, serán los tribunales los que dirán si son o no responsables de una presunta e imprudente gestión. Y si su impericia, imprevisión y frivolidad han causado más desolación y dolor del necesario. Doctores tiene la Iglesia.
Hoy se pide una moratoria a la crítica al Gobierno y la acepto por solidaridad con las familias y las víctimas. Sin embargo, no creo que la sociedad española vaya a olvidar esta vez el caos de los hospitales sin cama, de los médicos y personal de enfermería sin mascarillas y de las unidades de cuidados intensivos sin respiradores. Y todo ello dos semanas después de la declaración del estado de alarma. Esta factura no la va olvidar el ciudadano corriente.
Un antes y un después
Estoy seguro que habrá un antes y un después de la COVID-19. Un cambio de paradigma político y social. Quizás algunos aprendan que no se puede contemplar el mundo y los agentes sociales con las gafas de una realidad virtual de una ideología dogmática y trasnochada. Lo decía Felipe González en el Congreso del PSOE en el 79 con ese gracejo andaluz que le caracteriza: «Hay que ser socialistas antes que marxistas”.
El día de después de este fiasco, la ciudadanía libre y democráticamente debería exigir de aquellos partidos que respetan aún la Constitución una modificación esencial en nuestro ordenamiento jurídico. Estoy hablando de algo tan sencillo como el cambio de la ley electoral. ¿Por qué no? De esta manera, una ley obsoleta que se asienta en presupuestos políticos y jurídicos hoy en día superados, permitiría en caso de fragmentación del voto popular elegir presidente mediante un sistema de segunda vuelta y sin convocar nuevos comicios.
Generosidad y solidaridad ciudadana
Así de sencillo. Nos ahorraríamos el chantaje nacional separatista y las veleidades del dúo dinámico Sánchez&Iglesias (lo digo solo por la canción de moda de estos días: Resistiré). El virus nos está trayendo luctuosas desgracias este marzo aciago, pero también nos está mostrando la generosidad y solidaridad de los ciudadanos españoles.
Olvídese, señor Iglesias, de aventuras republicanas. Usted ahora es Gobierno y no oposición. Usted pidió Asuntos Sociales. Y usted verá cómo gestiona el día después porque el confinamiento ya estamos viendo cómo lo hace. No se preocupe tanto del CNI. Y ocupe sus energías en buscar soluciones para solventar el estallido del paro y la previsible crisis económica que se avecina cuando amaine la pandemia. Quizás le convenga escuchar más a la señora Calviño.
La revolución de los balcones
La revolución de los balcones, señor vicepresidente (medio confinado) es de todos. Es un hálito de vida, un soplo de aire fresco que apoya a todos los ciudadanos sin excluir a nadie, y se exhala en favor de todos esos héroes anónimos, médicos/as, enfermeros/as, oficinas de farmacia, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y Ejército, transportistas, hombres y mujeres de los mercados de abastos que arriesgan su vida para que nosotros podamos seguir viviendo.
Aprovechemos esta catarsis del confinamiento para desterrar el virus del odio y la división entre españoles. Y expulsemos de nuestra memoria colectiva cualquier cacerolada convocada contra el jefe del Estado más digno y legítimo que tiene nuestro país. Garante de las libertades y sin el cual yo seguramente no podría escribir este artículo. Hay algunos que insisten en las dos Españas, pero esta vez no lo van a conseguir merced a la “Revolución de los aplausos” que se libra cada día desde los balcones de España.
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