Otra vez la Real Academia Española volvió declarar su posición en cuanto al lenguaje inclusivo y el uso de la vocal “e” como una alternativa para las palabras que indican su género con las vocales “a” y “o”. Los encargados de la sección #RAEConsultas en Twitter, insisten en que uso de la letra «e» como seña de inclusión es «ajeno a la morfología del español».
«El masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género», asientan.
Las reacciones en redes sociales abarcan todas las opciones imaginables y una porción mayor de las inimaginables. Por la recurrencia en confundir género con sexo. Mientras las personas tienen sexo, masculino, femenino y aquel que los haga más felices, las palabras tienen género, que en el español es tan marcado como variado. Si elefanta sirve para señalar la hembra y elefante el macho entre los paquidermos, en la especie caballar la hembra tiene un nombre distinto “yegua” y el nombre caballo queda para el macho. En el lenguaje coloquial, el término “caballota” se utiliza para las mujeres con son altas y de grandes proporciones femeninas.
¿La RAE considera admitir el «elle»?
En ciertos grupos sociales se ha venido utilizando el término “elle” como una opción o un recurso para aplicarlo a quienes no se sienten identificados con sexos biológicos convencionales XX y XY y que pretenden trasladar esa diferenciación meramente sexual con el género del habla. Pero, así como el signo de la arroba (@) no sirve para incluir el femenino y el masculino en la misma palabra, tampoco sirven la “e” o la “x”.
En los grupos, asociaciones, sectas, logias, colectivos y demás formas de relacionarse propias de los humanos se pueden dar muchísimas formas de utilizar la lengua. Desde cambiar el significado de las palabras hasta modificarles la ortografía, o inventarse su propia jerga, como hacen los abogados, los científicos, los médicos, los zapateros y los mecánicos.
Seguramente en los grupos en los que las modalidades o praxis sexuales no son las comunes, tradicionales o convencionales se utilizan palabras, giros, locuciones con un significado que goza de consenso entre sus usuarios. (No es una indirecta el verbo «gozar»). Y está muy bien, como el chiste de la 13-14 de los mecánicos. Pero de ahí a querer expandir esa forma de hablar, de nominar el mundo real a los demás hay un precipicio de diferencia. En la medida que la sociedad vaya necesitando ser más específica en su lenguaje irán apareciendo las palabras adecuadas y con la aprobación de los usuarios. Las considerarán tan imprescindibles como el «tomar por culo» tan recurrido en la península.
La Academia es Real pero no soberana, los soberanos son los hablantes
Dentro de mundo de percepciones equivocadas en el que vivimos, y quizás por el énfasis que se le pone a la palabra “real”, de “realeza”, al nombre de la Academia Española de la Lengua, como oficialmente se presenta, muchos le otorgan soberanía sobre el español, el castellano de Cervantes y Quevedo, de Góngora y Machado. Suponen que la RAE es el último gran tribunal de la Inquisición y su papel es decidir lo correcto y lo incorrecto en el ámbito de la lengua.
Afortunadamente, la RAE no tiene ningún poder sobre la lengua. Únicamente registra, ordena, descubre reglas y sus excepciones, pero no fija modos ni recomienda palabras. Las pocas veces que lo ha hecho, se ha equivocado y ha tenido que recular, como ocurrió con la grafía de whisky, que quiso imponer güisqui, como si se tratara de un brebaje imbebible, y por terquedad insiste en la grafía wiski. La misma suerte ha tenido con la tilde de solo, como adverbio, que nadie se la quita y la de “guión” que ha causado daños colaterales impredecibles, que afectan hasta la manera reírse y el verbo reír hasta la carcajada.
Ventaja ibérica y poder, pero no toda la razón
Pero quizás no debemos alegrarnos en que los lingüistas, no los académicos, sean cada vez más dados a registrar que a fijar, limpiar o, al menos, dar esplendor a la lengua. Pareciera que la ola populista ha anegado los reales aposentos y cada vez tenemos más coloquialismos de uso restringido que términos que sirven para mejor comunicarnos en la aldea global. Con un agravante, los coloquialismos de las minorías peninsulares incluidos en el Diccionario de la lengua española tienen más peso y número que los latinoamericanos. Murcia, por ejemplo, con 447.000 hablantes tiene más términos que México, que tiene 127,6 millones de habitantes. Es más, en Estados Unidos hay 41 millones de hablantes de español y ni siquiera el término gastronómico “Tex-Mex” aparece en el Diccionario de la lengua española. Y te digo, los 41 millones usan la palabra y saben que quedarán satisfechos con el plato que escojan.
Quizás a la RAE le haga bien hacerle más caso a Quevedo que a los lingüistas atosigados por los centros de estudios alemanes. Demasiado tecnicismo y nada de poesía. Necesitamos más Pérez-Reverte y menos irónicos de los que llaman «imbéciles» a los que hacen preguntas aparentemente tontas.
Populismo, lengua y presiones por mampuesto
Como tampoco se trata hacer creer que se abre la puerta de par en par, el populismo que lo acepta todo ha puesto un obstáculo que en la práctica es el fin de las alcabalas reales. Así, no se trata de recopilar las palabras, su significado y uso generalizado y asentado, sino de listarlas en un “observatorio de palabras”. Se mantienen bajo observación palabras o expresiones que se utilizan en la calle, pero que no se han ganado el respaldo de un proponente prestigioso, como ocurrió con “voy a por agua”. Bastó que alguien con suficiente poder en los medios dijera que era correcto para que la Academia se desdijera de lo que había mantenido por más de un siglo, y que hasta algún académico tachó de aberración.
La RAE, tan renuente y vigorosa ha ido en la defensa del idioma frente al “progresismo de la inclusión idiomática”, nunca se cierra del todo en su “sí pero no” ni a la viceversa “no pero sí”. Así como se negó “a traducir” la Constitución del Reino de España a un castellano inclusivo, “desterró” la forma “elle” al observatorio de palabras. No está en el “diccionario”, pero la academia lo define –lo fija–, indica su uso –lo limpia– y aclara su empleo –le da esplendor–. Quien quiera saber cómo se usa “elle” solo tiene que dirigirse a la web de la RAE.
Ahí está todo, pero no en e diccionario. Sin querer queriendo, precisamente, está cumpliendo su función. Decir que existe, cómo se usa y quiénes la usan es lo que los hablantes desean, no que haya sido «aceptada». Además, todavía ocurre que tan pronto una palabra entra al diccionario deja de usarse, no ha dejado de ser un cementerio de palabras.
¿Da esplendor o estar a la moda?
Dar esplendor es informar, igual que cuando observa que es mejor decir “los miles de personas” que “las miles de personas”, y agregar toda la información que a bien tenga. Aceptar o rechazar palabras no es su soberanía, esa reside en el hablante. Tampoco los hablantes de manera individual o por capricho de género van a decirle a los demás con qué palabras nos entendemos. Ese detallito lo resolvemos entre todos y sin apuro, el tiempo lo irá diciendo.
En 2019, Santiago Muñoz Machado, que se inauguraba como director de la RAE, aseguró que no se «puede imponer una manera de hablar por decreto, ni por un acuerdo», aunque también dijo que la institución «no está cerrada» a las aperturas del lenguaje inclusivo para las mujeres, destacó que lo haría siempre que «sean razonables, no lesionen el idioma y mantengan su belleza y sobre todo su economía».
«En la medida en la que vayan variando las modas, la academia se convierte en notario, en fedatario de cómo se habla y va incorporando conceptos bien al diccionario o bien a la gramática», explicó.
Al contrario de lo que ocurre en otras lenguas, la RAE no solo incorpora palabras nuevas, también las expurga, de ahí que cuando se lee un libro viejo no vale la pena acudir al diccionario, la palabra fue borrada. Como consolación es posible encontrar la palabra, su historia y muerte en otro apartado de la página web, afortunadamente todavía gratis para los servicios esenciales.
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