La pobreza se está tragando a la humanidad. Su ritmo de expansión se ha multiplicado desde que empezó la pandemia a finales del año 2019 y se afianza como la nueva forma de esclavitud. En la tercera década del siglo XXI, con asombrosos avances tecnológicos y científicos, no es lógico que la pobreza se imponga y le gane la batalla a la humanidad y hasta a la existencia del planeta.
Nos cuesta entender que la pobreza es un problema de todos, de ricos y de pobres, y que, entre todos, debemos encontrar soluciones reales, viables y efectivas. Lejos de ser un planteamiento desde la envidia es pragmático, para evitar el colapso del sistema. La existencia humana, la preservación de la biodiversidad y hasta del agua misma dependen de la eliminación de la pobreza.
Algunos pueden argumentar que la pobreza existe desde siempre, y que no ha pasado nada. Es posible, pero ya hasta China, que con Mao alardeaba de que era capaz de sacrificar en una guerra a 300 millones de sus ciudadanos, ha hecho un gran esfuerzo en las últimas décadas por incorporar a los 600 millones que había dejado atrás. Pese a los esfuerzos innegables en salud, educación, empleo y servicios públicos, todavía el porcentaje de la población mundial en situación de pobreza es abrumador y debe llenarnos de vergüenza.
No hemos sabido extirpar los factores que multiplican la pobreza, destruyen oportunidades, esquilman recursos y acrecientan el miedo al cambio, a un mundo más humano, justo y regenerativo. Siguen ahí las dictaduras, el creciente deterioro educativo, la corrupción, la trata de personas, las guerras, los conflictos étnicos, la escasez de agua y los sistemas de producción que desprecian el medio ambiente.
Con covid o sin covid, la pobreza no es sostenible. Solo en España, casi 12 millones de personas están en riesgo de pobreza. Y no son migrantes, sino mayoritariamente españoles (72%). En el mundo, la pandemia ha empujado a 115 millones de personas a la pobreza extrema. Se quedaron sin trabajo, sin energía, sin transporte, sin comida. Han empeorado las cifras, ya paupérrimas, del Banco Mundial sobre la economía familiar de los ciudadanos de menos recursos: no han parado de hundirse.
El Informe de 2021 del Laboratorio de las Desigualdades es demoledor: más de la mitad de la población mundial (aproximadamente 3.800 millones de personas) apenas aprovecha el 2% de la riqueza global, y un 10% de la población mundial acumula, sin embargo, el 76% de la riqueza. Los datos de Bloomberg indican que solo en el año 2020, cuando más destrozos en la economía causó la pandemia, los 50 individuos más ricos del planeta sumaron a su fortuna la cantidad récord de 640.000 millones de euros. Para reducir la pobreza, siguiendo nuestra misión de colaborar en la construcción de un mundo más humano, justo y generativo, quiero plantear algunas soluciones:
1. En lo humano, no ser indiferente ante la pobreza y el sufrimiento humano. Precisamos el indispensable cambio de conciencia por el que tanto luchamos en Cambio16. Involucrarnos cada uno desde nuestro rango de acción y posibilidades. Deberíamos considerar volver a la práctica del diezmo para la ayuda de las comunidades más necesitadas. En algunos países, por ejemplo, como en Estados Unidos, la reputación de las familias adineradas se mide por las donaciones realizadas de acuerdo a su patrimonio.
2. En lo justo (justicia social), implementar mejores mecanismos de distribución de la riqueza. Aclaro que no se trata de quitarle a los ricos para regalarle a los pobres, sino de crear nuevos mecanismos de valoración para que la repartición de la riqueza sea más justa. Vimos en la pandemia cómo los héroes fueron ciudadanos corrientes, los que menos dinero ganan, según la cadena actual de valoración del trabajo, como enfermeros, limpiadores, agricultores, policías, médicos, etc. Además, hay que implementar el capitalismo de impacto, en el cual las empresas se valoran no solo por las ganancias, sino también, y especialmente, por el impacto favorable (desarrollo y bienestar) en las comunidades donde operan.
3. En lo regenerativo (sostenibilidad), las naciones desarrolladas deberían transferir mayores recursos económicos a las menos favorecidas para paliar los efectos del cambio climático, un objetivo al que han contribuido muy poco, y transferir las tecnologías necesarias para la preservación de las riquezas medioambientales y de la biodiversidad en esos países.
La pobreza está ocasionando situaciones extremas. El mundo se ha transformando en un gigantesco país subdesarrollado. Su rasgo más visible: un barrio rico rodeado de pobreza. Pareciera que los países ricos no son conscientes ni les preocupa que en el mundo haya pocos polos de riqueza rodeados de mucha penuria existencial. Insisto, esto no es sostenible.
Espero que haya quedado clara la necesidad de actuar para reducir la pobreza. En lo personal, le concedo una mayor relevancia porque los que nacimos en países en vías de desarrollo nos ha tocado aprender a un alto precio que las consecuencias de la pobreza terminan afectándonos a todos. Solo espero que el mundo entienda la lección antes de que sea muy tarde y el impacto de la pobreza cause estragos irreversibles a todos por igual. Navegamos en el mismo bote.
No olvidemos que el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 1 reza textualmente: “Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”. Esta declaración no puede quedarse en papel mojado. La pobreza es una sindemia que se expande mucho más rápido y con peores consecuencias que la covid.