Las nuevas generaciones –formadas ante pantallas digitales relucientes, brillantes y tintineantes– quizás no entiendan la sutil fascinación que ejerce la dupla tiza y pizarra (negra o verde). En ese espacio, semejante a la nada, surgían palabras y números que daban paso a frases, preguntas, respuestas. Conocimiento en su más pura expresión. Era magia pura, a veces simple, a veces compleja, pero magia. Esa seducción aún encanta a las mentes más avanzadas del pensamiento abstracto: físicos y matemáticos.
La pizarra es muy antigua, ajena a la tecnología actual. A lo largo del tiempo ha experimentado una notable evolución. En sus inicios, se utilizaban tablillas de piedra para escribir o dibujar. Posteriormente, en el siglo XIX, el profesor escocés James Pillans inventó la pizarra negra que se popularizó en las escuelas e institutos (y las tizas de colores).
Su evolución llevó a la introducción de la pizarra sintética de piedra, que permitió el uso de borradores en seco, portatizas, reglas, pentagramas y compases. Ampliando las posibilidades de enseñanza en materias como Dibujo Técnico y Música. Además, con el cambio de siglo, surgieron nuevas variantes de pizarras, como las que se usan para proyecciones y las digitales, que permiten escribir y dibujar directamente sobre la imagen proyectada.
Siglos de conocimiento
La pizarra ha sido utilizada a lo largo de la historia con diversos propósitos. En la antigüedad, se empleaba para escribir o dibujar. Y se utilizaba un pizarrín, que es una varilla de pizarra blanda, esteatita o arcilla prensada, para trazar las líneas sobre la superficie. Posteriormente, la escritura se podía limpiar con un paño suave húmedo.
Tanto en la Edad Media como en épocas posteriores, las pizarras eran utilizadas en las escuelas, y cada niño tenía un pizarrín para escribir y hacer cálculos. Además, algunos adultos también empleaban pizarrines para hacer anotaciones o cálculos, ya que era un material reutilizable y más barato que el papel.
Su uso masivo estuvo vinculado al establecimiento de la escolaridad obligatoria. Era un objeto más económico que el papel, reutilizable y permitía compartir la información visual y simultáneamente a grandes grupos. La humilde pizarra ha sido sin duda uno de los grandes motores de la democratización del conocimiento.
Matemáticos y físicos la aman
A pesar de que en la actualidad existen pizarras digitales interactivas, los físicos y matemáticos valoran enormemente la sencillez de la tiza y la tradicional pizarra negra, prefiriéndola sobre sus contrapartes de alta tecnología. El Instituto de Ciencias Matemáticas de Londres, ubicado en Mayfair, en el centro de la capital británica, es el único instituto independiente de ciencias matemáticas del Reino Unido. Al entrar a su sede, el visitante se encuentra con una imponente pizarra de 3 por 2 metros que ocupa casi toda una pared. Esta escena se repite en las habitaciones contiguas. Todas dominadas por pizarras cubiertas de ecuaciones, acertijos y garabatos matemáticos. Según Yang-Hui He, profesor del Instituto, esta preferencia se debe a una tradición que se remonta a siglos atrás. Sostener un trozo de tiza y mirar una pizarra evoca la sensación de estar haciendo matemáticas. Tal como se ha hecho siempre.
La primera referencia se encuentra en el siglo XI d.C., cuando el erudito persa Al-Biruni describió a sus estudiantes escribiendo en pizarras. Sin embargo, la tradición no es la única razón por la que los físicos continúan recurriendo a la tiza. Aunque la escritura en pergamino con pluma era común en la época de Shakespeare, ningún escritor la utiliza en nuestro tiempo.
Thomas Fink, director del Instituto de Londres, explica que la física es un proceso de resolución de problemas, y las pizarras son la mejor herramienta para este propósito. “La mayoría de los cálculos se realizan en papel, pero cuando se llega a un callejón sin salida, se recurre a la pizarra para compartir el problema con un compañero. Curiosamente, a menudo el problema se resuelve por sí solo en el proceso de escribirlo”, declara.
Entrelazada con la creación
Albert Read, autor de “El músculo de la imaginación”, sostiene que la imaginación está entrelazada con los actos de creación, como la escritura. Según él, uno no imagina algo primero y luego lo escribe. Es a través del acto de escribir que las ideas se revelan. Los científicos frente a las pizarras experimentan pensamientos que no surgirían si simplemente se quedaran de brazos cruzados.
La pizarra se convierte en un escenario para los teóricos, similar a un espectáculo de comedia en vivo. El proceso es un juego de relevos, como describe Forrest Sheldon, un becario junior del Instituto. Comienza con uno de los dos escribiendo un problema, y luego el otro toma la tiza, como si fuera un bastón de relevo.
Sócrates sostenía que la filosofía se practica a través del diálogo. Dos personas avanzan mediante un intercambio de preguntas y respuestas, contradicciones y confirmaciones. Fink compara este proceso con el enfrentamiento en la pizarra. Con la diferencia de que la discusión queda plasmada en tiza. El proceso no termina con la carrera de relevos. Alisa Sedunova, investigadora visitante del Instituto, explica que, al día siguiente, el trabajo realizado sigue visible en la pizarra. «Cada vez que pasas por delante, lo ves, hasta que un día descubres algo nuevo».
La seguridad de la pizarra
Aunque un escéptico podría argumentar que estas tres etapas -la escritura, el relevo y la revisión- podrían realizarse en otro medio que no sea la pizarra, la mayoría de los científicos la prefieren a las alternativas digitales. Read especula que la pizarra ofrece una seguridad que permite al cerebro pensar con claridad, sin el estrés de perder el trabajo o de que falle el servidor. Además, las pantallas pueden ser distracciones masivas (emails, mensajes, redes sociales), mientras que la pizarra obliga a pensar.
Los teóricos de la pizarra comparten similitudes con magos, filósofos, atletas y artistas. Crean obras de arte intelectual que parecen diseñadas para Instagram. La belleza austera de las pizarras del Instituto de Londres sorprende a los visitantes. Si consideramos a los teóricos como artistas, su tiza es el medio para bocetos en lugar de obras finales. Yang-Hui He señala que la tiza es fácil de borrar, lo que es útil ya que los teóricos cometen errores constantemente. Fink aprecia que después de borrar, suele quedar un rastro de lo que se escribió antes.
Roland Allen, en su reciente historia de la toma de notas, The Notebook, sostiene que el cuaderno de papel es más que una herramienta para pensar, es una extensión de la mente. Lo que el cuaderno es para las palabras, la pizarra lo es para las ecuaciones. Por eso, cuando los científicos colaboran con tiza, se produce la síntesis creativa de dos mentes matemáticas. Eso es arte y es magia pura.
“Al mirarla, puedes ver el tipo de diálogo que tuvo lugar allí. Puedes ver si era pedagógico, si ya lo tenían planeado, o si varias manos trabajaban al mismo tiempo. Diferentes colores, manchas, tachaduras y giros equivocados. Momentos de repentina claridad. El resultado final es toda una conversación que ocurrió con tiza. Es algo hermoso».
Christie Marr, Directora ejecutiva de la Academia de Ciencias Matemáticas, del Reino Unido
Antes de que aparecieran las computadoras y la tecnología digital, la pizarra fue el gran soporte para el desarrollo de los más complejos cálculos de físicos y matemáticos. Sobre una pizarra trabajaron Albert Einstein, Stephen Hawking y casi todos los premios Nobel. Sobre pizarras se resolvieron los problemas que permitieron a la NASA llevar al hombre a la luna. Pero aún más importante, sobre una pizarra millones de hombres y mujeres aprendieron a leer, escribir, sumar y restar. Sobre esa superficie descubrieron la magia del conocimiento. Una magia que aún mantiene la pizarra.