El diccionario de la RAE define así las ciencias ocultas: “prácticas y conocimientos misteriosos, como la magia, la alquimia, la astrología, etc., que, desde la antigüedad, pretenden penetrar y dominar los secretos de la naturaleza”. Afinando más, se podría caracterizar la tradición de lo oculto como basada en tres supuestos:
(1) La transmisión desde tiempos remotos de una sabiduría secreta sólo accesible a unos pocos iniciados; (2) Las correspondencias entre distintas partes del universo (elementos, planetas, temperamentos, etc.), en el marco de una correspondencia fundamental entre macrocosmos y microcosmos; y (3) La existencia de ciertos superpoderes latentes en el ser humano, que deberían desplegarse para conducirnos a una metamorfosis o transmutación espiritual.
Los saberes ocultos han sobrevivido durante siglos en un entorno cultural hostil –dominado primero por la religión hegemónica y más tarde por el racionalismo y el positivismo– gracias a su capacidad de camuflaje e infiltración. Y es en las artes visuales donde las ideas y creencias esotéricas han encontrado el terreno ideal para sus mensajes cifrados: desde las alegorías herméticas del Renacimiento hasta las manifestaciones del arte de vanguardia del siglo XX.
Siete secciones de lo oculto
En esta exposición, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y está comisariada por Guillermo Solana, se reúnen 59 obras de arte de las colecciones Thyssen-Bornemisza (incluyendo tanto la colección permanente del museo como la colección Carmen Thyssen) en las que se han detectado rastros de lo oculto que pueden documentarse. La tradición esotérica nos ofrece una serie de códigos para descifrar sentidos escondidos. Su valor consiste en revelarnos detalles y aspectos de las obras de arte que han pasado inadvertidos y proponernos nuevas lecturas heterodoxas.
Siguiendo el repertorio de las principales disciplinas y corrientes incluidas en la tradición de lo oculto, la exposición se divide en siete secciones:
ALQUIMIA
La alquimia fue cultivada en distintas civilizaciones, como China, la India y el mundo islámico. Los orígenes de su versión occidental se remontan al antiguo Egipto helenístico. Pensamos en el alquimista como alguien encerrado en su laboratorio para lograr la transmutación de los metales en oro o el elixir de la inmortalidad. Sin embargo, esa alquimia exotérica podía ser solo la metáfora de una búsqueda espiritual más elevada y secreta. Perseguida en muchas épocas, la alquimia se ocultó envolviéndose en un oscuro lenguaje simbólico.
En la pintura del Renacimiento fueron frecuentes las alusiones alquímicas. La exposición presenta ejemplos de la Escuela de Ferrara, en la segunda mitad del siglo XV. Las rocas fantásticas de los paisajes de artistas como Marco Zoppo, Cosmè Tura y Francesco del Cossa pueden aludir a explotaciones mineras, vinculadas en la época a las investigaciones alquímicas.
La alquimia entró en declive con la revolución científica, pero su simbolismo persistió en el arte y reaparece con fuerza en el siglo XX, especialmente con el surrealismo. Lo vemos en Árbol solitario, árboles conyugales (1940), de Max Ernst, donde los dos cipreses recostados uno sobre otro, a la izquierda, evocan la imagen de las bodas químicas, una etapa fundamental en el proceso de la alquimia que consiste en la combinación del mercurio (femenino) y el azufre (masculino).
ASTROLOGÍA
La astrología se basa en la observación e interpretación de los movimientos y posiciones de los astros para predecir el carácter y el destino de las personas. Enraizada en la concepción de la Tierra como centro del universo y desplazada por la nueva física de Galileo fuera de los límites de la ciencia, la astrología siguió suscitando interés y dejando huellas en el arte.
Una hoja con signos del zodiaco en una tabla religiosa del siglo XV (El evangelista san Marcos, de Gabriel Mälesskircher), una carta astral en un retrato del XVI (Retrato de Matthäus Schwarz, de Christoph Amberger), o el mito del nacimiento de las constelaciones en dos obras del XVII (Baco y Ariadna y Neptuno y Anfitrite, de Sebastiano Ricci) son algunos de los ejemplos reunidos en esta sección.
La tradición esotérica nos ofrece una serie de códigos para descifrar sentidos escondidos. Su valor consiste en revelarnos detalles y aspectos de las obras de arte que han pasado inadvertidos y proponernos nuevas lecturas heterodoxas
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta este verano una exposición, comisariada por su director artístico, Guillermo Solana, y con la colaboración de la Comunidad de Madrid, que reúne 59 obras de arte de las colecciones Thyssen-Bornemisza en las que se detectan rastros de lo oculto que pueden documentarse. La tradición esotérica nos ofrece una serie de códigos para descifrar sentidos escondidos. Su valor consiste en revelarnos detalles y aspectos de las obras de arte que han pasado inadvertidos y proponernos nuevas lecturas heterodoxas.
El simbolismo de la luna y el influjo de sus ciclos han sido también fuente de inspiración para pintores de todas las épocas, quedando reflejado en su obra, desde el Cristo resucitado (h. 1490) de Bramantino hasta Calle de Nueva York con luna (1925) de Georgia O’Keeffe.
Del mismo modo, las estrellas y sus figuras virtuales llamaron la atención de artistas del siglo XX como Joan Miró, que las incluiría en muchas de sus pinturas, entre ellas, El pájaro relámpago cegado por el fuego de la luna (1955) y Campesino catalán con guitarra (1924), o Joseph Cornell, interesado desde edad temprana en la observación del cielo y las constelaciones.
DEMONOLOGÍA
La fascinación por las variedades de lo demoníaco recorre toda la historia de la iconografía cristiana, alimentada por los Evangelios canónicos y apócrifos y por otras fuentes, como los textos de los Padres de la Iglesia o la Leyenda Dorada. Esta sección está habitada por diversas personificaciones del diablo que demuestran su versatilidad para transformarse en diferentes cuerpos y objetos.
a Lucifer y a los ángeles rebeldes, 1622
Por un lado, hay demonios fácilmente reconocibles por su aspecto, como las criaturas que atormentan a San Jerónimo en la obra de Jan Wellens de Cock, que aún guardan la forma híbrida tardomedieval, o las que aparecen en San Miguel expulsando a Lucifer y a los ángeles rebeldes (h. 1622), del taller de Rubens, donde Lucifer adopta una imagen más humanizada, heredada de los faunos y sátiros de la mitología clásica.
Además de los demonios etiquetados como tales, hay una plétora de rostros grotescos, indicios de “mal de ojo” y otras presencias inquietantes que encarnan las asechanzas del Maligno, como las que encontramos en Jesús entre los doctores (1506) de Durero y en La ninfa de la fuente (h. 1530-1534) de Lucas Cranach. Ya a comienzos del siglo XX, George Grosz presenta en Metrópolis una versión renovada del infierno; un apocalipsis urbano en el que se distinguen cadáveres y esqueletos endemoniados entre la multitud.
ESPIRITISMO
El ocultismo renació en el siglo XIX en Estados Unidos bajo la forma de una obsesión por la comunicación con los espíritus de los muertos. Las sesiones espiritistas o sèances, normalmente guiadas por médiums que transmitían los mensajes del Más Allá, cobraron gran popularidad entre los artistas del fin-de-siècle. Uno de los pintores que frecuentó estas sesiones fue Edvard Munch, ligado al espiritismo desde edad temprana.
En las artes visuales las ideas y creencias esotéricas han encontrado el terreno ideal para sus mensajes cifrados: desde las alegorías herméticas del Renacimiento hasta las manifestaciones del arte de vanguardia del siglo XX.
Durante 1902 comenzó a experimentar con recursos de la fotografía espiritista, como la doble exposición, que servían para emular la captura de fantasmas. En su pintura Atardecer (1888) se aprecia, en el centro de la composición, la figura borrada de su hermana Inger, que recuerda a los entes transparentes de esas fotografías.
La merienda campestre (1907) de Willard L. Metcalf, Pantanos en Rhode Island (1866) de Martin Johnson Heade, Noche con luna (1888) de John Atkinson Grimshaw o El viaducto (1963) de Paul Delvaux son algunos de los paisajes y escenas reunidos en esta sala que evocan la atmósfera de las sesiones espiritistas.
TEOSOFÍA
En 1875, la ucraniana Helena Blavatsky y el norteamericano Henry S. Olcott fundaron en Nueva York la Sociedad Teosófica, creando un sistema que combinaba elementos de la filosofía neoplatónica, la tradición hermética y las religiones orientales (principalmente el hinduismo y el budismo). A comienzos del siglo XX, la teosofía y su posterior escisión, la antroposofía, tuvieron un importante impacto en los pioneros del arte abstracto como Kandinsky, Kupka, Mondrian o Giacomo Balla.
La práctica del espiritismo condujo a Kupka al estudio de la teosofía a través de los escritos de sus fundadores, combinando sus creencias ocultistas con su activismo político anarquista. En Localización de móviles gráficos (1912-1913) todos los elementos convergen en un único punto, simbolizando la marcha de la humanidad hacia el futuro en un vasto espacio cósmico.
También Kandinsky, hacia 1908, estudió en profundidad el ocultismo moderno y la teosofía, tomando prestada su noción de las emociones y pensamientos como vibraciones del alma y su visualización como formas y colores. Y Piet Mondrian, que se adhirió en 1909 a la Sociedad Teosófica y mantuvo siempre la fe en sus ideas:
“Creo que el neoplasticismo es el arte del futuro previsible para todos los verdaderos antroposifistas y teosofistas. El neoplasticismo crea armonía mediante la equivalencia de los dos extremos: lo universal y lo individual”.
Lo ilustran en la sala obras como Pintura con tres manchas nº 196 de Kandinsky o Composición de colores / Composición nº I con rojo y azul (1931) de Mondrian.
CHAMANISMO
Durante las vanguardias de comienzos del siglo XX, muchos artistas dirigieron su mirada hacia las culturas tribales y se dejaron seducir por el chamanismo, un conjunto de creencias y prácticas religiosas presente en diversas sociedades indígenas, especialmente de Asia y América. El chamán es un mediador espiritual y sanador que, con sus poderes adivinatorios procedentes de la naturaleza, enlaza el mundo de los vivos con el de los muertos.
Algunas obras presentes en esta sección muestran elementos que aluden a atributos y características de la figura chamánica, entre ellas, Estudio para la cabeza de “Desnudo con paños” (1907), de Pablo Picasso, con un rostro que recuerda a las máscaras sagradas africanas, y En el óvalo claro (1925), de Kandinsky, con formas que evocan el tambor mágico del chamán, cuyos sonidos inducen el estado de trance y la comunicación con los espíritus.
El chamán se vincula con frecuencia, en sus rituales, a algunos animales –un ave, un oso, un coyote…–, llegando a adquirir en ocasiones su apariencia. El gallo es uno de los más recurrentes y cargados de simbología entre los muchos animales que aparecen representados en los cuadros de Marc Chagall, adoptando distintos significados, como el de guardián protector en El gallo, de 1928.
SUEÑOS, ORÁCULOS Y PREMONICIONES
Los surrealistas se apasionaron por los saberes del ocultismo y por algunas de sus prácticas, desde los estados de trance a la escritura automática. Entre sus obsesiones estaban la interpretación onírica y fenómenos como las premoniciones espontáneas, las coincidencias significativas y los sueños proféticos, que aluden al poder de la mente para escapar de los límites del espacio y el tiempo.
La interpretación de los sueños de Sigmund Freud fue uno de los pilares para la concepción del método paranoico-crítico de Salvador Dalí. En Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar, el zumbido de una abeja le provoca a Gala un incipiente sueño que parece convertirse en una premonición, el pinchazo de la abeja que despertará a la durmiente.
Junto a las de los surrealistas Dalí, Ernst, Tanguy y Delvaux, en esta sección se presentan pinturas de artistas no adscritos a este movimiento que también abordaron estas preocupaciones. El carácter premonitorio se hace especialmente relevante en lienzos como Retrato del Dr. Haustein (1928), de Christian Schad, y Retrato de George Dyer en un espejo (1968), de Francis Bacon, que anuncian un acontecimiento trágico y otorgan un aura inquietante a los personajes retratados.