«Si quieres salvar a tu hijo de la polio, puedes rezar o puedes vacunarlo… Aplica la ciencia». La frase pertenece al astrónomo estadounidense Carl Sagan. Y bien podría servirrnos en los tiempos actuales. Obviamente, no se trata ahora de la polio, sino de la COVID-19. Pero la recomendación es igualmente válida. Otros dirán que rezar no hace daño. Y es verdad. Pero negar el avance de la ciencia es sumamente peligroso. No obstante, en pleno siglo XXI, hay quienes ni siquiera prefieren rezar, sino más bien recurrir a la brujería y creen protegerse con la supersticiones.
No es cuento, es realidad. Y no se trata de una pequeña comunidad aislada, sin acceso a la tecnología. Tampoco es un grupo de seguidores fanatizados de teorías conspirativas. En muchas partes del mundo ofrecen soluciones mágicas. Hasta algún presidente se ha anotado en esa onda mística. La pandemia ha dividido al mundo, entre quienes buscan una respuesta en la ciencia y quienes esperan hallarla en la superstición
Desconfianza en la ciencia
Anteponer los mitos a la evidencia científica pareciera ser parte de la naturaleza humana. No solo en los tiempos del oscurantismo, cuando por falta de conocimiento científico se buscaban respuestas sobrenaturales. El propio Sagan apuntaba que en nuestra época de grandes descubrimientos científicos, casi todos los grandes periódicos de Estados Unidos y de Europa tienen una sección de astrología, pero no de astronomía.
En Latinoamérica, la superstición parece ser la regla y no la excepción de los dirigentes al enfrentarse con la COVID-19. Presentar una causa sobrenatural para retar al virus es una estrategia muy recurrida. Permite evadir la responsabilidad y encontrar un consuelo espiritual frente a los contagios terrenales por la pandemia.
El caso de Brasil
En muchos aspectos, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, llegó a coincidir con Donald Trump. Ambos eran fuertes críticos de las ideologías de izquierda y de la globalización, al tiempo que grandes defensores del nacionalismo. En temas científicos, también tenían opiniones convergentes. Coincidían en que el cambio climático es una mentira y dijeron, casi al unísono, que la COVID-19 era una «simple gripe».
Bolsonaro fue un poco más allá. Siendo un ferviente evangélico, se negó a la suspensión de las reuniones masivas de culto. Y cuando su ministro de Sanidad, Luz Henrique Mandetta, médico católico, defendió la necesidad de mantener la cuarentena, lo destituyó. Su estrategia frente al avance de la pandemia fue promover los rezos, ayunos y actos multitudinarios de las comunidades evangélicas.
Sin embargo, y aunque la fe mueve montañas, Brasil ha sido uno de los países más golpeados por la pandemia. Se acerca a los 9 millones de casos y supera las 219.000 muertes.
La ruta de Nicaragua y México
Pese a las profundas diferencias ideológicas, Daniel Ortega ha tomado una ruta similar a la de Jair Bolsonaro. En mayo dijo que la pandemia era «una señal de Dios» para cambiar el mundo. La vicepresidenta y esposa de Ortega, y a veces sacerdotisa, Rosario Murillo, ha aparecido repetidas veces en los medios, alentando a la población y llamando a la protección divina o del más allá.
Así mismo, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pidió a sus ciudadanos que cargaran consigo amuletos y estampitas de santos y vírgenes para frenar el coronavirus. Destacó que los santos funcionan como «escudo protector» ante la pandemia.
Las gotitas milagrosas
En una posición ligeramente menos religiosa, pero igualmente alejada de la ciencia, el dictador venezolano Nicolás Maduro anunció recientemente las «gotitas milagrosas» de Carvativir. «Un producto que neutraliza el coronavirus en un 100% al usarlas cada cuatro horas», aseguró.
Maduro no dio informes acerca de las pruebas científicas que avalaban la efectividad del supuesto medicamento. Pero dijo que, por sus propiedades «milagrosas», se le conoce como las «gotitas del Dr. José Gregorio Hernández». El dictador hacía referencia a un médico venezolano, que falleció a principios del siglo XX, a quien la Iglesia le atribuye varios milagros y será beatificado este año.
Superstición frente a la pandemia
Sin embargo, esta preferencia de la mitología por encima de la ciencia no es patrimonio exclusivo de los gobernantes. Después de todo, los líderes políticos son un reflejo de las sociedades a las que pertenecen.
Son muchos los «remedios» que la «sabiduría popular» presenta para hacer frente, no solo a la COVID-19, sino a otras enfermedades. Su única prueba de eficacia es la palabra de quien la ofrece o el testimonio de los supuestos «curados».
A diferencia de la superstición, la ciencia aporta datos verificables. La eficacia y seguridad de vacunas como la de Pfizer/BioNTech o Moderna se basan en pruebas estandarizadas y miles de datos verificados una y otra vez. Es algo que la superstición no ofrece, ni frente a la pandemia, ni en aspecto alguno.
Entonces, ¿por qué la gente sigue creyendo en fórmulas mágicas?
Los estudios indican que no podemos atribuir las creencias paranormales solo a personas con escasa formación o inteligencia. De hecho, las encuestas a gran escala muestran que en el mundo desarrollado existe un porcentaje elevado de personas que siguen rituales supersticiosos, o creen en teorías de la conspiración.
En esta lista de rituales caben conductas tan habituales como llevar un amuleto a un examen y leer el horóscopo en el periódico. Uno de los ingredientes presentes en casi todas las creencias paranormales es una alteración en la capacidad para establecer relaciones de causa-efecto.
Las razones son varias
En psicología experimental está documentado un fenómeno llamado ilusión causal, que consiste en detectar una relación de causa-efecto donde no la hay. Los investigadores creen que esta ilusión causal aparece con facilidad en casi todas las personas. Se ha descrito como un tipo de “sesgo cognitivo”. Es un modo de pensamiento intuitivo y rápido que nos ayuda a tomar decisiones sin mucho trabajo. Pese a su utilidad práctica, en términos de economía de esfuerzo, en determinadas situaciones conduce a errores, a veces muy graves.
Se ha documentado que las personas que creen en lo paranormal también tienen mayor tendencia a buscar la información que les da la razón en sus creencias iniciales. Este sesgo de confirmación y la ilusión causal que produce podrían ser el germen que lleva, con el tiempo, a desarrollar creencias extrañas, como la superstición.
Hasta hora, sin embargo, ha quedado claro que, frente a la pandemia, la ciencia ha ofrecido algo que no ha podido darnos la superstición: un primer atisbo de salida a la crisis. En estos tiempos difíciles, la recomendación de Sagan en su libro «El mundo y sus demonios» tiene plena vigencia. Usemos la ciencia.
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