Un estudio científico indicó que si siguen aumentando los contagios en el mundo por la COVID-19, la esperanza de vida podría disminuir.
Así, mientras que la prevalencia de la COVID-19 sea baja, no afectará de manera notoria la esperanza de vida de la población, que es un indicador de desarrollo humano.
La tasa de prevalencia se define como el número de casos existentes de una enfermedad u otro evento de salud dividido por el número de personas de una población en un período específico. en el caso de que la prevalencia sea de más de 2% en zonas donde, por ejemplo, el índice de esperanza de vida sea relativamente alto, pudiera haber una afectación de la esperanza de vida.
La incidencia, pues, sería directamente proporcional. Mientras más alta sea la tasa de prevalencia de la COVID-19, también lo sería la caída en la esperanza de vida. No obstante, algunas regiones del mundo —o zonas de algunos países— se verían más afectadas que otras.
En este sentido, piensan que si la tasa de prevalencia es de, por ejemplo, 50%, los habitantes de América del Norte y Europa se verían más perjudicados.
La situación también depende de factores como las estrategias para contener la enfermedad y el acceso a los centros de salud. A su vez, la dotación —o no— de implementos para los cuidados intensivos, las medidas de protección para el personal sanitario y la población en general, etc.
Modelo de microsimulación
El estudio corresponde a un grupo de investigadores del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA, por sus siglas en inglés), que se encuentra en Austria. Se publicó recientemente en la revista estadounidense Plos One.
Para llegar a este resultado, los investigadores elaboraron un modelo de microsimulación, que comprendió un lapso de un año, y simularon varios factores. 1. El número de contagiados con la COVID-19. 2. El número de personas que mueren por esta enfermedad. 3. El total de muertes que ocurren, semana a semana y durante un año, por todas las causas, y no solo por la COVID-19.
Así, para emplear la simulación tomaron en cuenta cuatro grandes regiones mundiales con base en varias tasas de infección y grupos de edad. Estas regiones fueron: América del Norte y Europa, cuya esperanza de vida es de 79,2 años. América Latina y el Caribe, cuya esperanza de vida es de 76,1 años. Asia sudoriental, con una esperanza de vida media de 73,3 años, y África subsahariana, con una esperanza de vida baja de 62,1 años.
De acuerdo con sus resultados, si la tasa de prevalencia es de 10%, es probable que la pérdida de esperanza de vida al nacer sea de más de un año en regiones como América del Norte, Europa, América Latina y el Caribe.
La cifra aumenta en los casos de Asia sudoriental y África subsahariana. Ahí, un año perdido correspondería a una tasa de prevalencia de alrededor de 15% y 25%, respectivamente.
América pierde más con alta prevalencia
No obstante, si la tasa es del 50%, la esperanza de vida se vería más afectada en las cuatro regiones, pero, sobre todo, en América del Norte y Europa.
Se reduciría de 3 a 9 años en América del Norte y Europa, de 3 a 8 años en América Latina y el Caribe, de 2 a 7 años en Asia sudoriental, y de 1 a 4 años en África subsahariana. Siempre que la tasa de prevalencia de las infecciones por la COVID-19 esté por debajo del 1% o 2%, la enfermedad no afectaría la esperanza de vida de manera sustancial.
De este modo, si la esperanza de vida llega a ser de menos de 70 años en zonas como Europa, se pudiera tener la misma esperanza de vida de hace 60 años en Europa occidental. En el caso de América Latina y el Caribe, se pudiera tener la misma esperanza de vida de hace 20 años.
Precedentes e información para las políticas de salud
La investigación acotó que enfermedades anteriores como la influenza de 1918 y el virus del Ébola en 2014 conllevaron una disminución en la esperanza de vida al nacer de hasta 11,8 años y de entre 1,6 y 5,6 años en Estados Unidos y Liberia, respectivamente.
“En los países gravemente afectados, un aumento sin precedentes de la mortalidad por la COVID-19 puede causar una importante pérdida de año de vida”, advirtió.
Raya Muttarak, coautora y directora adjunta del Programa de Población Mundial del IIASA, señaló que las situaciones hipotéticas de las que hablan en la investigación pueden brindar información para las políticas que se adopten con respecto a la esperanza de vida.
“Estas posibles situaciones pueden brindar información para las políticas sobre lo que pudiese suceder con respecto a la esperanza de vida según diferentes grados de prevalencia de la enfermedad, que varían de acuerdo con las estrategias de salud pública para disminuir y prevenir la propagación de la COVID-19. Demostramos que si el virus se propaga mucho en la población, por ejemplo, ante la falta de bloqueos y medidas de distanciamiento social, pudiera implicar una disminución notoria en la esperanza del vida”, explicó.
España perdería 9 años de esperanza de vida
Acotaron que, aun cuando los países hayan podido controlar la propagación del virus a escala nacional, puede haber una disminución en la esperanza de vida de zonas del mismo país. Por eso, dicen que estos resultados se pudieran usar para analizar la incidencia de la enfermedad en la esperanza de vida de tanto países como de áreas específicas donde ha habido un mayor impacto. Por ejemplo, Madrid, una de las comunidades más afectadas de España.
Tomando en cuenta el mismo caso de España, la inmunidad de rebaño podría recortar hasta en nueve años el límite promedio de vida de la población.
Partiendo de datos de la OMS, este viernes había 29.987.026 casos confirmados y 942.735 fallecimientos por la COVID-19. España, que antes ocupaba uno de los primeros lugares de entre los países que tenían más casos, se encuentra en la novena posición. Por el momento, lleva 614.360 casos confirmados y 30.243 fallecimientos.
La inmunidad de rebaño criticada como método de contención
“La inmunidad de rebaño, también conocida como inmunidad colectiva o de grupo, se da cuando un número suficiente de personas están protegidas frente a una determinada infección y actúan como cortafuegos impidiendo que el agente alcance a los que no están protegidos”, explicaron Esperanza Gómez-Lucía y José Antonio Ruiz-Santa Quiteria. Ambos son investigadores del Departamento de Sanidad Animal de la Universidad Complutense de Madrid y autores del artículo ¿Qué es la inmunidad de rebaño y por qué el Reino Unido cree que puede funcionar?
Explicaron que en marzo, cuando se declaró la pandemia de la COVID-19, el Gobierno del Reino Unido había decidido seguir una estrategia de cuatro fases para afrontarla. Entre esas fases, estaba la inmunidad de rebaño.
En este sentido, la primera fase, parecida a la del resto de los países, consistió en la contención, aislando a los primeros casos, buscando a las personas con las que se habían relacionado y manteniéndolos en cuarentena.
La segunda fase consistió en la inmunidad de rebaño, que fue distinta a las recomendaciones de la OMS y a lo que siguieron los demás países. Cabe destacar que Boris Johnson, presidente del Reino Unido, también resultó contagiado con la COVID-19.
“La segunda fase, denominada de retardo, (…) consiste en proteger a los más vulnerables (ancianos y enfermos crónicos), pero dejar que el coronavirus se propague por el resto de la población. El objetivo de esta segunda fase es que se infecte un número suficiente de personas como para adquirir inmunidad de rebaño”, dijeron.
Ni vacuna ni inmunidad de rebaño
Aunque, por lo general, este tipo de protección se busca a través de la vacunación, aún no hay una vacuna contra la COVID-19. Mientras tanto, los contagios y las muertes siguen aumentando.
Por eso, la idea en este caso radicaba en que hubiese tantas personas que hubieran superado la enfermedad de forma clínica o subclínica, que el virus no pudiera encontrar fácilmente a personas a las que infectar. Con ello, se cortaría la transmisión.
Acotaron que en el caso del SARS-CoV-2, coronavirus causante de la COVID-19, la inmunidad de rebaño surge cuando más del 70% de las personas están protegidas.
“En el caso del Reino Unido, alcanzar la inmunidad de rebaño supondría que se infectaran 47.000.000 de personas en el país. Dado que se ha estimado que aproximadamente 1 de cada 5 personas infectadas desarrolla enfermedad grave y que la letalidad es del 2,3%, si se dejara que se alcanzara la inmunidad de rebaño de forma natural, se estima que 8.000.000 de casos serían graves, y la mortalidad sería de alrededor de un millón de personas. Incluso, si se excluye a los mayores, por medidas especiales de protección, el número de muertes ascendería a casi 250.000”, advirtieron.
Alertaron de que los centros de salud tendrían que estar preparados para afrontar los contagios masivos y que el resto de los países estaban dando tiempo no solo para que los sistemas de salud pudieran tratar a los enfermos, sino para que se creara la vacuna.
Solo 5% de la población con anticuerpos
El Estudio Nacional de Seroprevalencia ENE-COVID, que se publicó en julio, concluyó que 5% de la población española tiene anticuerpos. Para las tres primeras oleadas, el porcentaje varió de 5% a 5,2%, lo que indica que, pese al impacto de la COVID-19 en el país, la población estaba muy lejos de la inmunidad de rebaño a corto plazo.
La presentación de los resultados finales del estudio coincidió con la publicación de un artículo científico en la revista The Lancet. En este se advirtió lo antiético que sería someter a la población y al sistema sanitario a medidas para conseguir la inmunidad de rebaño.
“Los autores del artículo en The Lancet consideran que los resultados obtenidos en España, un país con una onda epidémica intensa en el que las cifras de seroprevalencia son bajas, reflejan la dificultad de obtener una inmunidad de rebaño a corto plazo. En este sentido, el comentario que acompaña al artículo de The Lancet, a cargo de investigadores de centros de referencia en Ginebra, señala que ‘sería poco ético someter a la población y al sistema sanitario a una mayor presión para conseguir esta inmunidad de grupo”.
Alrededor del 80% de las personas se recuperan sin necesidad de tratamiento hospitalario para la COVID-19. Se calcula que 1 de cada 5 personas que contraen la enfermedad presenta un cuadro grave y dificultades para respirar. Las personas mayores y las que padecen afecciones preexistentes, como hipertensión arterial, problemas cardiacos o pulmonares, diabetes o cáncer, tienen más probabilidades de afrontar cuadros graves.
OMS
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