Por Manuel Domínguez Moreno
La oposición a la lógica aristotélica se concentra en un punto preciso y central: inducción versus deducción. “Dos son o pueden ser los caminos para encontrar la verdad. Uno pasa apresuradamente de los sentidos y cosas particulares a los axiomas más generales y, partiendo de estos principios y de su verdad indisputable, deriva y descubre los axiomas intermedios. Éste es el camino hoy en uso. El otro construye sus axiomas a partir de los sentidos y cosas particulares, ascendiendo continua y gradualmente hasta llegar, finalmente, a los más generales. Éste es el camino verdadero, pero todavía no intentado hasta hoy”.
Estos caminos llevan a compañeros de viaje en apariencia por sendas irremediablemente contrapuestas de manera asombrosa. Por qué esto es así, se preguntarán. Muy fácil: porque la verdad, aun siendo una, tiene mil aristas, y sobre todo porque en lo más recóndito del ser humano se encuentra la diferencia con el resto de congéneres por mínima que esta sea. De ahí que ni siquiera compañeros de siglas o de viajes ideológicos comunes tengan los mismos pareceres y actuaciones respecto a un mismo fin, ni siquiera utilizan los mismos medios para intentar alcanzar ese único objetivo a priori.
Sea uno u otro el camino elegido de la lógica aristotélica, el intrínseco carácter humano deriva hacia vericuetos insondables, y en muchas ocasiones el denominado “camino verdadero” no intentado hoy aún necesita un trayecto más sereno y continuado para ejecutarse satisfactoriamente.
Los caminos de la política son, asimismo, tan múltiples y variados que, incluso sobre la práctica de un proyecto común las divergencias y diversidad de pareceres surgen espontáneamente a las primeras de cambio. Esto es así derivando la misma máxima: si no hay dos personas iguales sobre la faz de la Tierra tampoco puede haber dos personas bajo el paraguas de un mismo proyecto común que lleven al extremo esta identidad unitaria puesto que, más pronto que tarde, surgirán las ideas dispares entre ambas.
Aplicadas estas reflexiones genéricas a unas siglas históricas como son las del PSOE, pueden aportar por sí mismas las respuestas a una crisis abierta en canal que supura sin remisión y no augura una pronta curación. Líderes vagando de manera errabunda con el cetro del poder entre las manos y preguntándose hacia dónde caminan sus huesos, compañeros que cuestionan decisiones nada salomónicas, súbditos buscando el cobijo de la sombra que mejor protege de los rayos del sol… En fin, la salida del Parnaso de una marca, la del PSOE, que se siente sin inspiración alguna, envejecida y sobrepasada por la realidad más lacerante. Por ello sería deseable la aplicación en todos sus extremos de esta práctica aristotélica.
El primer paso en el camino de la inducción es la recogida de experiencias particulares. Estas experiencias son contrastadas luego mediante el experimento, que es el instrumento del que sirve la mente para alcanzar el fin que pretende: el conocimiento de la naturaleza. Pero estas nupcias no pueden llevarse a cabo, mientras la mente, presa de sus habituales errores y prejuicios, continúe sustituyendo la correcta “interpretación” del ser humano, de la propia naturaleza por su arbitraria “anticipación”.
Es preciso corregir antes todas estas deformaciones, imágenes o idola y de las que distingue cuatro especies: es decir, prejuicios de la tribu, inherentes a la misma especia humana; prejuicios de la calle, inseparables del mismo lenguaje por el que entramos en comunicación unos con otros; y finalmente prejuicios de escuela, originados del prestigio y la autoridad de que ciertos hombres gozan en el gran teatro del mundo.