Por Iñigo Aduriz
ACTUALIZADO 26/06/2016
rremeter contra los representantes públicos y cuestionar permanentemente su función bajo la premisa del “todos son iguales” se ha convertido en lo políticamente correcto en los últimos años. A pesar de que cada vez se les exige más, el desapego respecto a los políticos se ha extendido en la sociedad y se ha reflejado a través de los sucesivos barómetros de opinión. El CIS de mayo volvía a situar a la política en general como el cuarto principal problema para los españoles. Lo señalaron el 21,3% de los encuestados.
La crisis económica y la falta de soluciones para la misma, unida a la proliferación de los casos de corrupción y sumada a los excesos perpetrados desde las instituciones en los años de bonanza son las causas que han extendido esa tendencia a la antipolítica. Un fenómeno que resta importancia a la función pública, que la banaliza y ridiculiza, y que toma fuerza precisamente en un momento en el que la política despierta más atención mediática que nunca, sobre todo en televisión, en una suerte de show nunca visto hasta ahora, al menos en España. En el número de Cambio16 del pasado noviembre, que estaba dedicado a los 40 años de la muerte de Franco, el historiador Carlos Gil Andrés aseguraba que la lejanía de muchos españoles hacia la política se debía a una herencia del franquismo. “Muchos ciudadanos siguen considerando que es algo peligroso e incierto”, sostenía.
Carmen Lumbierres, politóloga y profesora de Ciencias Políticas de la UNED, explica que “la política en España está sufriendo dos graves crisis en las que son sus funciones primordiales”. Existe un problema “de utilidad” porque “los ciudadanos no perciben a las instituciones ni a sus miembros como la solución a sus problemas”, que se ha agravado en los últimos meses “ante la inutilidad para formar gobierno, principal mandato de las elecciones democráticas”. Pero la gran crisis es la de representación. “Una parte importante de la población se siente excluida del sistema político”, señala. Aunque los nuevos partidos y, sobre todo, las “mareas ciudadanas” han entrado “como actores necesarios en un escenario que estaba cojo”, Lumbierres prefiere ser prudente y advierte de que “el encaje ideológico e institucional de los nuevos en la política tiene sus riesgos y dificultades, que se resolverán o no con el paso del tiempo”.
La bandera del 15m
El 15M nació hace ya cinco años enarbolando la bandera del “no nos representan”. De esa indignación en las calles surgieron Podemos y las ‘mareas’, y al cabreo popular se sumó Ciudadanos. Aunque antagónicas en sus planteamientos económicos, ambas fuerzas reclaman medidas destinadas a convertir el oficio de la política en más honrado, aunque para ello propongan iniciativas polémicas o de cuestionada efectividad como reducir los salarios de los representantes. Pero los casi seis meses que han transcurrido desde las elecciones, las líneas rojas y las peticiones que han hecho unos y otros, sin que se haya llegado a formar gobierno, han acabado provocando que muchos ciudadanos también incluyan a esos dos partidos en el mismo saco que al resto.
¿Ha habido alguna época en la historia en la que las gentes estuvieran, de modo unánime, contentas con sus políticos? No lo creo”, se responde el periodista y escritor Ignacio Peyró. Ante la desafección de los últimos años a él le llama la atención la “reacción popular que se ha desarrollado por cauces institucionales”, en referencia a Podemos o Ciudadanos. Para explicar el desprestigio recuerda que los ciudadanos “a veces tendemos a pedir a la política cosas que en el fondo sabemos que no puede conseguir: todos somos conscientes de que acabar con el paro no es cosa de seis meses, pero a veces hemos querido ver una virtud taumatúrgica en el voto. Como no la tiene, la frustración se ahonda”.
A pesar de que se pudiera pensar lo contrario, distintos analistas consideran que esa permanente presencia de los políticos en la televisión y la transformación de la política en espectáculo –la llamada política pop– contribuyen paradójicamente a extender la antipolítica. Cristina Ares, profesora de Política Comparada y Asuntos Europeos en la Universidad de Santiago de Compostela, explica que esa tendencia tanto en los medios como en las redes sociales ha provocado “más una banalización que una mayor presencia de un debate sosegado sobre medidas de políticas públicas o un incremento del número de personas activas políticamente”.
Que tantas tertulias y programas sean equiparables a un show demuestra, a juicio de Peyró, que los periodistas no han sabido “mantener la altura de unos estándares. Es un mal camino que, como audiencia, premiemos a quien hace demagogia a sabiendas de que está haciéndola”, lamenta. Lambierres habla de dos procesos que se han unido en el tiempo; “el infoentretenimiento político y la homogeneización del mensaje”, que pueden hacer entender este paradójico fenómeno que hace que convivan el desafecto y un interés mayor que nunca en la política. “El lenguaje político se parece cada vez más y los eslóganes se repiten. Se va imponiendo un discurso antipolítico, que está vacío de ideología y de contenidos”, agrega.
En el discurso ciudadano de la antipolítica existen numerosas contradicciones. Como el propio Peyró señalaba recientemente en un artículo en El Mundo, deseamos tener en el Parlamento a los mejores siempre que cobren como cobrarían los peores. “Anhelamos líderes con visión para hacer política a la vez que aureolamos el perfil del experto frente al del político de carrera, todo ello sin descuidar nuestro desdén por los tecnócratas”, añadía. Lumbierres ahonda en esta misma tesis: “Las leyes rígidas sobre la incompatibilidad de puestos en la sociedad y un cargo político suenan muy democráticas y garantes del interés público pero pueden llevar a la transformación de la política en una ocupación para toda la vida, lo que hará a las élites menos representativas de la sociedad en general y más aislada en sus preocupaciones, mucho más dependiente del liderazgo del partido y menos independientes en sus opiniones”. Las dimisiones “nos impresionan” y las celebramos. Pero, en cambio, “nos parece bien limitar las oportunidades para salir de la política”. Se refiere a las restricciones e incompatibilidades que tienen los políticos para evitar las conocidas como puertas giratorias: pasar de la función pública a trabajar en una empresa con la que se han tenido vínculos comerciales mientras se estaba en la administración.
Donald Trump, el multimillonario empresario candidato republicano a la Presidencia de los EEUU, basa su polémica retórica xenófoba y excluyente también en el rechazo a los políticos y a la política tradicional. Él, como otros movimientos ultraderechistas o populistas que se reproducen en todo el planeta, es una consecuencia del discurso de la antipolítica. Estos líderes se presentan como los salvadores de los ciudadanos, normalmente en situaciones de crisis, frente a las supuestas oligarquías que han gobernado habitualmente en sus respectivos países. A pesar de su evidente condición de políticos, ellos se resisten a definirse como tales y defienden que son, precisamente, la alternativa a los representantes públicos de toda la vida.
Ante el crecimiento de la desafección, ¿estamos ante el riesgo de que ese tipo de movimientos se reproduzcan en España? Los analistas consideran que no, al menos de forma inminente. Aquí el principal riesgo es la abstención y, por tanto, un mayor desapego ciudadano de la actividad pública. Sin mencionar directamente el nombre de ninguna formación, Guadalupe Morcillo, consultora de comunicación política y empresarial de Politic & Speech, afirma que en las elecciones generales de diciembre ya hubo “partidos extremistas o populistas que, a diferencia de lo que hasta ahora había en política, tampoco han sabido ni han podido hacerse con las riendas del país”. Por eso cree que como existe la percepción de que “lo viejo no funciona y lo nuevo tampoco resulta ser tan nuevo, los ciudadanos optarán por no acudir a las urnas” en futuras citas electorales.
Peyró argumenta que “las respuestas emotivas son, por su propia naturaleza, volátiles”. Conviven “el hartazgo de la política con la política como nueva droga” que, unidas a la “intensa politización de la sociedad”, pueden “fácilmente llevar, por puro movimiento pendular, a la frustración, a la desmovilización y a la abstención”.
“Repensarlo todo, querer moverlo todo para no cambiar nada” es el gran riesgo de la situación actual a juicio de la politóloga Carmen Lumbierres. “No hay un rechazo de nuestra democracia tan alto como para desmantelar el sistema”, asegura “y no hay todavía un proceso de descomposición como el italiano de final de los 90 y principios del siglo XXI”, que llevó a ganar las elecciones generales al Movimiento Cinco Estrellas, con su líder Beppe Grillo al frente.