Mientras más basura producimos más contaminamos. Resulta obvio entonces que para minimizar el impacto ambiental se deben generar menos desechos. Entonces, ¿cómo se explica que la sociedad produzca más basura a propósito? Es el efecto colateral de la llamada obsolescencia programada.
La obsolescencia programada hace que la vida útil de los productos (específicamente los tecnológicos) sea más corta de lo que debería. Por eso nos vemos forzados a cambiarlos en cuanto dan problemas. Esta práctica tiene lógicas consecuencias económicas, como gastar más dinero en producto nuevos (pero también aumentando las ganancias de los fabricantes. Pero sus efectos en términos ambientales son mucho más preocupantes y afectan a todos.
Más basura, menos ambiente
En primer lugar, la obsolescencia programada está involucrada en el impresionante crecimiento de la basura electrónica que se ha producido en las últimas décadas. La Organización de Naciones Unidas calcula que se generan 50 millones de toneladas de residuos electrónicos al año. Si se mantiene esta tendencia, podríamos alcanzar los 120 millones de toneladas anuales en 2050.
Hoy solo se recicla adecuadamente el 20% de los desechos electrónicos. La mayor parte del 80% restante termina enterrado. Son materiales tóxicos, que no biodegradables y cuyo efecto dañino puede permanecer activo por cientos de años.
Representan el 70% de los residuos peligrosos que terminan en vertederos. Además, se calcula que en 2040 las emisiones de carbono provenientes de la producción, uso y distribución de aparatos electrónicos representará el 14% de las emisiones totales. Un impacto que se podría reducir considerablemente optimizándoles la vida útil.
Una vieja práctica
Los orígenes de la obsolescencia programada se remontan a 1924, cuando el mercado del automóvil comenzó a alcanzar su punto de saturación. Entonces, los fabricantes se embarcaron en una nueva estrategia de marketing, que revelaba cambios de diseño cada año. Nació la idea del «modelo de este año» y se alentó a los consumidores a sentir que deberían reemplazar su automóvil. El diseñador industrial Brooks Stevens definió esta tendencia en la década de los cincuenta como «inculcar en el comprador el deseo de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario». Y esa es la trampa: la urgencia de reemplazar antes de tiempo.
Hubo un momento en que los fabricantes se enorgullecían de fabricar productos que fueron diseñados para durar. De hecho, existen las habilidades y el conocimiento necesarios para construir una tecnología duradera. Pero la obsolescencia programada nos anima a deshacernos de los modelos actuales y comprar más, ya sea un nuevo teléfono cada año o un nuevo equipo de oficina cada pocos años.
Durabilidad planificada
En la acera de enfrente se ubica la durabilidad planificada. En lugar de suponer que la obsolescencia programada es necesaria para estimular el consumo, la durabilidad planificada reconoce que la tecnología diseñada intencionalmente para durar más es mejor para el medio ambiente y se traduce en menos interrupciones, menos fallas y, en última instancia, reduce los costes a largo plazo.
La resistencia a la obsolescencia planificada ha existido durante algún tiempo. En 1962, Volskwagen realizó una campaña publicitaria que enfatizaba la durabilidad del modelo al subtitular una página en blanco con la frase «No tiene sentido mostrar el Volkswagen de 1962, todavía se ve igual». Sin embargo, esta no es la tendencia actual. Tener un coche «último modelo» sigue siendo la gran aspiración de los consumidores.
El aumento de la tecnología de «usar y tirar» es miope cuando se trata tanto de los usuarios como del medio ambiente. Además de los mayores costes, la rotación contribuye a generar más desechos electrónicos, que pueden empeorar los problemas de salud y entorno.
Efectos de la obsolescencia programada
Las Organización de Naciones Unidas estima que cada año una gran parte de las 50 millones de toneladas de desechos electrónicos termina en los países en desarrollo. Además, cuando no se reciclan adecuadamente pueden representar una amenaza para el medio ambiente.
Los productos electrónicos contienen sustancias y materiales químicos peligrosos. Su presencia supone serias amenazas tanto para las personas como para el medio ambiente. Incluyen altos niveles de plomo tóxico, cadmio, sustancias químicas como los ftalatos DEHP y DBP (que interfieren en la reproducción) o dioxinas cloradas que están relacionadas con el cáncer.
Lo más graves es que países poco desarrollados no cuentan con una legislación sobre reciclaje o gestión de residuos adecuada. En muchas ocasiones los residuos son tratados por niños, sin ningún tipo de protección. Incluso manipulan los aparatos con las manos para extraer sobre todo aluminio y cobre. Los materiales se tratan en fogatas al aire libre, liberando polvo y humos contaminantes derivados de la quema (sobre todo de la combustión de PVC). Muchos trabajadores, niños incluidos, terminan enfermando.
En línea con la Unión Europea
Afortunadamente, cada vez más voces abogan por la durabilidad planificada. En agosto de 2018, la Unión Europea aprobó una resolución diseñada para limitar la obsolescencia programada en electrónica. La iniciativa comunitaria incluye disposiciones para establecer criterios mínimos de resistencia para las categorías de productos, extender las garantías del producto para adaptarse a las posibles longitudes de reparación y proporcionar repuestos para la vida útil del producto a precios razonables.
En esa ocasión, el Parlamento pidió a la Comisión que considerara una «etiqueta europea voluntaria» que cubra, en particular, la durabilidad del producto, las características de diseño ecológico, la capacidad de actualización en línea con el progreso técnico y la capacidad de reparación.
Los eurodiputados también propusieron crear un «medidor de uso» para los productos de consumo más relevantes, en particular grandes electrodomésticos, para garantizar una mejor información para los consumidores. La resolución fue aprobada por 662 votos a favor, 32 en contra y 2 abstenciones.
Cada uno puede hacer su parte
La necesidad de centrarse en extender la durabilidad del producto es clara. Desarrollar y expandir más el modelo comercial de economía circular tiene el poder de reducir el impacto negativo creado por la obsolescencia temprana del producto.
Las empresas y los clientes pueden trabajar de manera cooperativa para identificar nuevos enfoques que extiendan la vida útil del producto y el uso de materiales, al tiempo que reducen el impacto ambiental. Aquí hay algunas consideraciones:
- Los fabricantes de productos deben incorporar materias primas recicladas y piezas hechas tradicionalmente de plásticos con equivalentes metálicos más fuertes, duraderos y resistentes, donde esto mejore el rendimiento del ciclo de vida y disminuya el impacto ambiental.
- Los usuarios y los fabricantes deben confiar entre sí para crear conjuntamente una relación de corresponsabilidad con respecto al uso diario de la tecnología.
- No solo los consumidores pueden usar su dinero para abogar por la durabilidad planificada. Las empresas pueden apoyar a otras empresas de ideas afines al garantizar que sus cadenas de suministro incluyan un historial de durabilidad planificada.
Finalmente, la lección es muy clara: debemos evitar los cambios innecesarios de estilo y moda, comprar productos bien hechos que durarán. Al final, ahorraremos dinero y estaremos ayudando a proteger al ambiente y a nosotros mismos.
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