Sonia Villapol, Houston Methodist Research Institute
El coronavirus ataca principalmente los pulmones, pero también los riñones, corazón, hígado y vasos sanguíneos. Los datos clínicos hasta la fecha indican que la COVID-19 está asociada a trastornos neurológicos y neuropsiquiátricos. En casos muy esporádicos se han descrito psicosis no asociada con la gravedad de la enfermedad.
Un estudio llevado a cabo con 500 pacientes hospitalizados con COVID-19 mostró que entre el 40% y el 60% experimentaba dolores de cabeza, confusión, delirio, o pérdida de memoria, lo que sugiere que el virus también puede atacar el cerebro. No todos estos síntomas tienen por qué ser causados por la invasión del virus a las células cerebrales. Pueden ser el resultado de una inflamación generalizada en todo el cuerpo. Por ejemplo, la inflamación de los pulmones puede liberar moléculas que hacen que la sangre se vuelva pegajosa y obstruyan los vasos sanguíneos, provocando accidentes cerebrovasculares.
Además, muchos síntomas neurológicos pueden ser el resultado de la tormenta de citoquinas y la sobreestimulación del sistema inmunológico periférico que afecta al cerebro. Necesitamos aclarar las vías por las que el virus afecta al cerebro a través de la inflamación o la infección, ya que los tratamientos podrían ser diferentes.
La neuroinvasión es rara
La ruta de entrada al cerebro puede ser a través de la cavidad nasal hasta la conexión del sistema nervioso a través del epitelio o nervio olfatorio, o incluso a través de los ojos.
Sabemos que el SARS-CoV-2 utiliza receptores de la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2) y sus correceptores para invadir las células. El virus también puede alcanzar la vasculatura cerebral a través de la circulación sanguínea al unirse al receptor ACE2 expresado en las células endoteliales de los capilares cerebrales, cruzar la barrera hematoencefálica e invadir y lesionar el parénquima cerebral.
Debido a que la barrera hematoencefálica se altera en la hipertensión y la hipertensión es una comorbilidad común de COVID-19, estos pacientes pueden tener un mayor riesgo de complicaciones cerebrales.
Aún así, la infección cerebral es rara, probablemente porque las neuronas expresan pocos receptores para ACE2. A pesar de esto, algunas personas pueden ser más susceptibles debido a antecedentes genéticos, una carga viral alta u otras razones. Es necesario estudiar cuales son las predisposiciones por las que los problemas neurológicos suceden en los pacientes de la COVID-19.
Estudios recientes han confirmado que el accidente cerebrovascular isquémico, la trombosis venosa cerebral y la hemorragia cerebral son comunes en pacientes de edad avanzada con COVID-19, pero representarían solo del 1 al 5 % de los pacientes hospitalizados. En un estudio del Hospital General Universitario de Albacete determinó que el 1,4 % de los pacientes con COVID-19 presentaron problemas cerebrovasculares con alta morbilidad y mortalidad.
En otros casos se ha observado diversas afecciones neurológicas como encefalitis, y en casos más excepcionales síndrome de Guillain-Barré, ansiedad y estrés postraumático.
El daño del SARS-CoV-2 en el cerebro se está estudiando en modelos animales, en organoides –cerebros en miniatura cultivados in vitro–, o en los cerebros de autopsias de pacientes con COVID-19. En estos últimos se observó por medio de microscopía electrónica o técnicas de inmunohistoquímica cómo el virus invadía las neuronas.
Un sofisticado sistema de neuroinvasión
El coronavirus tiene un sofisticado sistema de neuroinvasión, hace explotar la maquinaria de las células cerebrales para multiplicarse, pero no las destruye. En su lugar, provoca una cascada inflamatoria y daño a las neuronas. La infección por SARS-CoV-2 parece disminuir rápidamente el número de sinapsis nerviosas, las conexiones entre neuronas, pero no tenemos evidencia clínica de si esto es reversible o no.
Investigadores de la Universidad de Yale (EE UU) han demostrado que la infección neuronal se puede prevenir bloqueando los receptores para ACE2 con anticuerpos o administrando líquido cefalorraquídeo de un paciente con COVID-19. Se necesita más investigación para poder diseñar nuevas estrategias para bloquear la infección viral, y no se puede descartar el neurotropismo del SARS-CoV-2.
Consecuencias a largo plazo del SARS-CoV-2
Las consecuencias para la salud a largo plazo de los efectos de la COVID-19 ahora no pueden estimarse, por lo que debemos evitar cada infección para reducir sus efectos después de la recuperación. Las secuelas neurológicas en pacientes recuperados de COVID-19 se presentan como una de las mayores amenazas a largo plazo.
Ya se han observado casos de degradación de la capa protectora que protege las neuronas, la mielina, en pacientes recuperados de COVID-19. El deterioro de la capa de mielina está asociado con enfermedades neurodegenerativas importantes como la esclerosis múltiple.
Existen muchas más evidencias que asocian otras infecciones cerebrales virales con una mayor prevalencia de enfermedades neurodegenerativas como el Alzhéimer o el Párkinson, por lo que en el futuro podríamos detectar una mayor incidencia de trastornos neurodegenerativos en pacientes previamente afectados por COVID-19.
La revista The Lancet publicó el primer caso probable de un paciente de 45 años que después de recuperarse del COVID-19, comenzó a desarrollar síntomas de Párkinson. Se necesitarán más estudios de seguimiento longitudinales para determinar las consecuencias neurológicas y neuropsiquiátricas a largo plazo de esta pandemia.
Sonia Villapol, Assistant Professor, Houston Methodist Research Institute
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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