Los españoles llevan semanas viendo en los medios audiovisuales las imágenes del desastre ambiental del Mar Menor. La nauseabunda «sopa verde» ha sido otra noticia que repiten y repiten más para entretener a la audiencia que para informarla. Un amarillismo solapado, pero no menos irresponsable. Los verdaderos responsables no aparecen y tampoco los buscan. Siempre es el otro el codicioso y el ecocida.
Muchos de daños causados son irreversibles, definitivos, para siempre, pero la inacción, la impasibilidad que ha reinado es como si se tratara del desplome de las torres gemelas de Nueva York. Un hecho terrible, pero ajeno, lejano e irremediable. La misma actitud generalizada que se asume ante la destrucción del planeta, la pérdida de diversidad, el calentamiento global y, no menos grave, lo que ocurre en Afganistán, en Siria, en Yemen y lo que se esconde en Crimea.
Luis Suárez, coordinador de Conservación de WWF, ha compartido los tres episodios más recientes del colapso ambiental del Mar Menor, la mayor laguna litoral del Mediterráneo.
Cuenta Suárez que en la primavera de 2016 WWF y ANSE investigaban por qué el agua del Mar Menor se había convertido en una peligrosa sopa verde. “Enseguida denunciamos lo que ya era una catástrofe y exigimos medidas urgentes, como la de detener de inmediato los vertidos contaminantes –nitrógeno y fósforo– procedentes de la agricultura intensiva en la zona”, agrega.
Los polvos de la ambición trajeron estos lodos putrefactos
Todo empezó en la década de los ochenta con la puesta en regadío del campo de Cartagena luego del trasvase Tajo-Segura. Desde entonces y con variados grados de ilegalidad se incrementaron los cultivos industriales hasta llegar a las 60.000 hectáreas. Los abonos que aseguran la cosecha y su productividad no se quedan en los mosaicos cultivados, una alta proporción termina en la laguna y esa sobreabundancia de nutrientes favorece que las plantas y otros organismos crezcan en abundancia.
En su crecimiento y putrefacción consumen gran cantidad de oxígeno disuelto y generan materia orgánica en abundancia. La calidad del agua se resiente al aumentar la podredumbre y escasear el oxígeno. Aparece un olor nauseabundo y se convierte en un problema de salud pública que también afecta la economía.
Apunta Suárez que en el primer episodio de “sopa verde” la contaminación por vertidos provocó la pérdida del 85% de la vegetación del Mar Menor.
Tuvo que pasar más de un año para que, por fin, en diciembre de 2017, la Fiscalía interpusiera una denuncia por el deterioro «a consecuencia de los vertidos de la agricultura». Señalaba a las empresas agrícolas como responsables, pero no se impuso medida alguna para frenar los vertidos. Una actuación de forma. Tocaba la superficie apenas, no llegaba al fondo.
Los vertidos de nitratos y fosfatos en el Mar Menor, hacen la «sopa verde»
En 2018 WWF y ANSE presentaron el informe La burbuja del regadío: el caso del Mar Menor, en el cual, usando imágenes de satélite, se muestra con claridad el crecimiento insostenible e ilegal de la agricultura en las proximidades de la laguna. No pasó nada. Los vertidos continuaron y también el proceso de eutrofización y anoxia.
En 2019 llegó el segundo capítulo de la “sopa verde”: miles de peces aparecieron muertos en la playa de Villananitos sin que los vecinos pudieran hacer nada. Morían uno tras otro por falta de oxígeno libre consecuencia de los vertidos de nitratos y fosfatos
“Había responsables y seguimos denunciándolo, pero siguieron sin escucharnos”, subraya.
En agosto de 2021 ocurrió otro episodio en la agonía de la laguna litoral que ya ha provocado la muerte de más de 15 toneladas de peces y crustáceos. Y cada día sigue llegando agua cargada con 5 toneladas de fertilizantes. No hay medidas reales, solo anuncios y promesas. Unos y otros se echan la culpa mientras las autoridades ambientales, las administraciones en general, se mantienen impasibles. Más cuños a los folios de la burocracia. Suárez, como todos los ambientalistas, considera que ya es suficiente. “Es hora de actuar”, dice.
Anota que, ante la falta de medidas reales, WWF y ANSE han pedido a los supermercados europeos que exijan a las empresas agrícolas certificados independientes de legalidad del suelo y el agua. Las frutas y verduras del campo de Cartagena que consumen están detrás del colapso mortal del Mar Menor.
Una frase de impacto y todo sigue igual de putrefacto
La ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, utilizó una imagen gastada para referirse a la “sopa verde” del Mar Menor: “Una catástrofe ambiental que se ha venido produciendo a cámara lenta delante de nuestros ojos”. Y enseguida compartió las responsabilidades en la solución: “Es imprescindible la participación de todos”.
Se refirió a las causas y se quejó de que se hayan aplicado por tanto tiempo las respuestas muy concretas que respaldan la comunidad científica: Disminuir la carga de nutrientes y fertilizantes que causan la anoxia y la eutrofización.
De inmediato dijo que el primer paso era hacer cumplir la ley y aplicar sanciones a quienes recurren a prácticas ilegales. Era una especie de referencia lejana a la competencia del Gobierno de la Región de Murcia, que ha eludido su responsabilidad en la “sopa verde”. Insistió luego en usar una frase de impacto: «El Mar Menor no admite más desarrollos ni más amenazas”, que fue el título de muchos diarios y el segmento escogido por las televisoras en sus noticias. La amenaza fue suya: «No es posible el crecimiento ni urbanístico ni agrícola. Al contrario, debemos trabajar en su reducción». El deber ser que elude la realidad.
Luego habló de “actuaciones iniciales presupuestadas por 317 millones de euros, con posibilidades de recursos adicionales. Dinero a futuro. Sin embargo, lo más ambicioso de la ministra Ribera, también vicepresidente, es la redacción de «un informe medioambiental que debe ser favorable a la posibilidad de actuar sobre más de 390 hectáreas creando 216 hectáreas de laminación y restaurando 13 km de cauce».
Otro informe para la gaveta. Más cuños, más folios, más promesas, más nada.
Murcia con la vista en la lontananza
El Gobierno de la Región de Murcia a mediados de 2020 un paquete de medidas de urgencia que permitiría disfrutar ese verano de la joya de la naturaleza. No iba a las causas sino al efecto. La inyección de oxígeno con mangueras microperforadas, el bombeo de agua desde las salinas de San Pedro y Marchamalo y del acuífero profundo, que se habían aplicado el año anterior y no sirvieron de nada, salvo grandes gastos, que llaman «inversiones», en actuaciones como tanques de tormenta o rampas para barcos, limpiezas, dragados o recrecimiento de playas.
Ese año el Comité Científico del Mar Menor mostraba ya su descomposición por el abandono de muchos de sus miembros y la mayor parte de las organizaciones sociales habían abandonado el Comité de Participación Social había por su inoperancia.
Medidas en la gaveta de tareas pendientes
Entonces WWF consideraba que la eliminación de las primeras hectáreas de cultivos de regadíos ilegales anunciadas por la Confederación Hidrográfica sería un primer paso para la solución de los problemas de contaminación del Mar Menor, pero la medida debía ir acompañada de la eliminación de las 10.000 ha de regadíos ilegales. También una profunda reestructuración de la agricultura intensiva del Campo de Cartagena, la modificación de algunos puertos y la eliminación de otros. Además, algo fundamental: la creación de una extensa red de filtros verdes para el tratamiento de todas las aguas de drenaje.
Igualmente, WWF demandaba la cooperación leal entre las administraciones para definir un plan realista de recuperación del Mar Menor, centrado en las causas de su degradación y que ofrezca soluciones basadas en la Naturaleza para la restauración ambiental de los paisajes y hábitats perdidos en el entorno del Mar Menor. Todavía no hay voluntad política, impera el cotilleo como estrategia y la manipulación mediática como táctica.