El asesinato de George Floyd en 2020 desencadenó un movimiento global de justicia social. De manera vertiginosa se convirtió en un grito de guerra por la equidad. Las manifestaciones, las redes sociales y las conversaciones públicas se centraron en la lucha contra el racismo sistémico y la brutalidad policial. Sin embargo, una vez que la efervescencia de las protestas cesó algunos parecen querer olvidar ese momento
Cuatro años después de sucedido, los esfuerzos legislativos para una reforma policial integral se han estancado. Y como suele pasar, las luchas sociales en torno al caso se desvanecieron y la frustración se apoderó de comunidades, defensores y familias que han perdido a seres queridos en iguales circunstancias. Esto plantea preguntas sobre la autenticidad y la durabilidad del compromiso con el cambio social.
En el artículo “Why progressives want to forget George Floyd”, publicado en UnHerd, Kat Rosenfield reflexiona sobre el movimiento que surgió tras el asesinato de Floyd. Basada en el libro Morning After the Revolution, de Nellie Bowles, ofrece una retrospectiva de este momento de “psicosis colectiva” que quedó grabado en la historia. Sin embargo, asegura que el movimiento en cuestión no quería que esta narrativa se inscribiera permanentemente en su piel.
PARA NO OLVIDAR
George Floyd, un hombre negro de 46 años edad, lo asesinaron el 25 de mayo de 2020 mientras se encontraba bajo custodia policial. Derek Chauvin, un oficial de policía blanco, lo filmaron arrodillado sobre el cuello y la espalda de Floyd durante casi nueve minutos mientras Floyd pedía ayuda y decía que no podía respirar.
Al año siguiente, Chauvin fue declarado culpable de asesinato y homicidio involuntario en un juicio estatal y sentenciado a más de 22 años de prisión. Otros tres policías de Minneapolis también fueron sentenciados a prisión por su papel en el asesinato.
Dejó de ser tema de agenda
La Ley George Floyd de Justicia Policial la presentaron inicialmente en 2021 para poner fin a procedimientos agresivos de fuerzas del orden, mala conducta y prejuicios raciales. Pero el camino hacia su aprobación ha estado lleno de escollos y continuos bloqueos en el Congreso. En 2021 los esfuerzos por alcanzar un acuerdo bipartidista sobre la reforma policial fracasaron. El presidente estadounidense, Joe Biden, responsabilizó del fallido intento a los republicanos. Los legisladores discutieron principalmente sobre los cambios en las leyes de «inmunidad cualificada». Estas protegen a los agentes de policía de algunas demandas por uso excesivo de la fuerza.
A solo días del aniversario de la muerte de Floyd, la representante demócrata Sheila Jackson Lee volvió a presentar el proyecto de ley. Pide que a las fuerzas del orden las consideren “responsables de la mala conducta ante los tribunales”. Además, que se capacite a la policía y se realicen reformas políticas. “Tenemos la oportunidad de promulgar una reforma audaz e integral de las prácticas policiales para corregir y prevenir muertes innecesarias”, escribió en Facebook.
Expertos afirman que, si bien la reforma de la justicia penal estuvo presente durante la campaña electoral de 2020, es poco probable que las policías sea un tema principal en las elecciones presidenciales de noviembre. «Otros asuntos han pasado a primer plano. Especialmente con el conflicto en Israel y Palestina, con el conflicto en Ucrania, y la economía», dijo Jorge Camacho, director de políticas del Colaboratorio de Justicia de la Facultad de Derecho de Yale. Además, de acuerdo con la empresa de sondeos sin ánimo de lucro African American Research Collaborative, las comunidades negras se centran ahora más en cuestiones económicas, como la crisis del coste de la vida y el empleo.
Pocos avances
Rashawn Ray, investigador principal de la Institución Brookings, precisa que uno de los mayores cambios hechos después de las luchas sociales por la muerte de Floyd por la administración Biden fue rescindir una política de la era Trump que restringía el uso de decretos de consentimiento para abordar la violencia policial. Nina Patel, consejera principal de Políticas de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, dijo que «ha habido logros en materia de responsabilidad policial. Pero han sido mucho menos influyentes de lo que nos hubiera gustado». A su juicio, las políticas de estados como Luisiana, Arizona y Georgia dificultan la grabación de la policía. A pesar de que las imágenes de los transeúntes suelen sacar a la luz casos de brutalidad.
Cicley Gay, presidenta de la junta directiva de Black Lives Matter, opina que las reformas graduales son insuficientes. «Escuchamos de primera mano a muchas familias no solo sobre lo que han vivido, sino sobre la falta de avances y de cambios en las políticas». El Movimiento por las Vidas Negras, red nacional de más de 150 líderes y organizaciones, está impulsando ahora la Ley de Respuesta Popular. Se centra en la financiación estatal y local de un «enfoque inclusivo, holístico y centrado en la salud» de la seguridad pública.
Expertos consideran que es probable que haya resistencia al proyecto de ley de parte de los republicanos y los demócratas centristas. Amara Enyia, del Movimiento por las Vidas Negras, expresa que los «levantamientos en todo el mundo fueron provocados por un incidente trágico que formaba parte de un patrón de casos de asesinatos policiales, de violencia policial, sobre los que nuestras comunidades han estado llamando la atención y contra los que han intentado luchar durante tanto tiempo».
Olvidado
Rosenfield también considera que es poco lo que se ha hecho. Que desde hace tiempo los que eran partidarios furibundos del movimiento ya veían con agrado olvidarlo una vez que la euforia mediática pasó. Expone que es difícil exagerar cuánto ha sido este intento de desfinanciar, desmantelar y rehacer drásticamente cada institución al servicio de la justicia social. Que el impacto de Floyd solo es visible en las oficinas corporativas de todo el país, donde los trabajadores reciben interminables capacitaciones de sensibilidad, en las que las principales beneficiarias son mujeres blancas con educación universitaria, de Recursos Humanos, que ahora reciben salarios de seis cifras para dictar conferencias a sus compañeros sobre el flagelo de las microagresiones.
Describe que el lugar donde murió Floyd, que solía estar inundado de cientos de manifestantes, ahora está desierto, salvo para el turista ocasional que fotografía murales y grafiti pintados en el sitio. El aniversario de su muerte se ha desvanecido rápidamente de un evento nacional a una ocurrencia tardía. Un “Self-Care Fair” en el George Floyd Global Memorial que incluye servicios de bienestar gratuitos con meditación, artes y artesanías.
Mientras, el barrio sigue arruinado por el crimen y el vandalismo debido en parte a la falta de presencia policial. La tercera estación de policía del vecindario permanece cerrada después de ser quemada por alborotadores en 2020. Rosenfield reflexiona que nadie que se haya imaginado orgullosa en el lado correcto de la historia ese año quiere admitir que esta combinación de hinchazón corporativa y plaga urbana es el legado principal de ese momento. Que las personas que salieron a las calles en masa hace cuatro años preferirían no pensar en cuánto impulso desperdiciaron a la luz de estadísticas de homicidios de hombres negros, con tasas que no se habían visto desde los años sesenta.
Memoria selectiva
La memoria selectiva en los movimientos sociales es un fenómeno complejo. A menudo se define por narrativas dominantes que enfatizan ciertos aspectos y eventos clave. Estas narrativas pueden eclipsar otros detalles menos conocidos o incómodos. Por ejemplo, en el caso del movimiento de justicia social después del asesinato de Floyd, la narrativa central fue la brutalidad policial y la lucha contra el racismo sistémico. Otros aspectos, como la gestión de fondos (reporteros descubrieron que los 90 millones de dólares recaudados por Black Lives Matter habían sido desperdiciados, entre otras cosas, en una casa de fiesta en Los Ángeleso) y controversias internas pueden quedar en segundo plano.
Casi siempre los movimientos simplifican mensajes para movilizar a las masas. Esto puede llevar a una memoria selectiva, ya que ciertos símbolos o lemas se convierten en representativos del movimiento en su conjunto. Por ejemplo, el puño en alto o las palabras “Black Lives Matter” son símbolos icónicos del movimiento, pero no cuentan toda la historia. Pero lo de enfocarse en momentos clave y olvidar detalles más pequeños no es exclusivo de los movimientos sociales, es una característica natural de cómo recordamos eventos históricos.
Además, los movimientos sociales evolucionan y cambian con el tiempo. Algunos aspectos pueden volverse menos relevantes a medida que surgen nuevos problemas y desafíos. A esto se suman los intereses y la agenda política que buscan destacar ciertos aspectos para avanzar en sus objetivos. La reflexión que cabe hacerse es cómo recordamos y qué elegimos olvidar en nuestra búsqueda de justicia y cambio social.