La megacárcel del presidente Nayib Bukele en El Salvador cumplirá en febrero su primer año. Pese a las críticas de las ONG defensoras de derechos humanos, el presidente salvadoreño la presenta como un recurso efectivo contra la violencia de las Maras. Esgrime como argumento demoledor la caída estrepitosa de los índices de homicidios y delitos violentos. Hasta ahora, efectivamente, la cárcel encierra el problema, pero luce insuficiente para salvar el país y a su gente.
Bukele no es un hombre que se amilane ante la crítica y la controversia. Apuesta por las soluciones pragmáticas. En muchas ocasiones poco ortodoxas y cuestionables para la ortodoxia propia de los gobiernos democráticos. Su respuesta a la ola de crímenes desatada por las Maras en El Salvador fue “cortar por lo sano”. Por vía de un régimen de excepción procedió a detener a miles de personas. Y construyó una megacárcel que ni países del tamaño de Rusia, China, India o Estados Unidos, tienen. Una obra que estuvo rodeada de secretos y críticas.
Bandera de Bukele
A pesar de la controversia que rodea al régimen de excepción, el gobierno se enorgullece de haber asestado un golpe sin precedentes a las pandillas. Según las cifras oficiales, la Policía Nacional Civil registró 147 homicidios hasta el 17 de diciembre de este año. Sin embargo, ajustadas a los lineamientos del Protocolo de Bogotá, que establece una serie de criterios técnicos para garantizar la validez, fiabilidad y transparencia de los datos de homicidios en América Latina y el Caribe, la cifra aumenta a 204.
La tasa de homicidios en El Salvador 2023 fue de 3 por cada 100.000 habitantes. Una disminución significativa en comparación con 2015, cuando registró 6.656 asesinatos. Una tasa de 106 por 100.000 habitantes. Además, los indicadores de delitos tradicionalmente asociados a las pandillas, como la desaparición de personas, los feminicidios y la extorsión, han caído a mínimos históricos.
Aunque las pandillas no han sido completamente erradicadas y todavía existen pandilleros. El Gobierno asegura que los salvadoreños reconocen y aprecian el cambio positivo que ha traído el régimen de excepción. Expresan de manera entusiasta que la reducción de la violencia es palpable y va más allá de simples cifras sobre tasas de homicidios que pueden leerse en una computadora o un smartphone.
La más grande
Pese a ser un proyecto bandera del Gobierno, hasta ahora no se sabe cuánto costó la construcción del Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT). Algunos medios de comunicación han calculado que la obra pudo costar alrededor de 70 millones de dólares. El contrato para su construcción fue asignado a directamente a una empresa mexicana. Obviando el concurso de ley. También se desconoce el presupuesto que maneja para albergar a los presidiarios.
Cuando Nayib Bukele abrió las puertas y mostró la construcción a los medios, apenas siete meses después de anunciar el proyecto, se jactó de que era “la cárcel más grande de América”. El CECOT está ubicado en el municipio de Tecoluca, en el departamento de San Vicente, a 74 kilómetros de la capital de El Salvador. Con una extensión de más de 236 manzanas, equivalentes a casi siete veces el tamaño del Estadio Cuscatlán.
Está rodeado por un muro perimetral de 2,1 kilómetros, vigilado día y noche por 600 soldados y 250 policías, en apoyo a las mil personas a cargo del penal. El muro principal tiene 9 metros de altura y está coronado por otros 3 metros de barda electrificada con 15.000 voltios.
La construcción de esta enorme prisión fue supervisada por una empresa mexicana y empleó a 3.000 trabajadores. El complejo incluye pabellones para el confinamiento de reos, una casa para perros guardianes, un edificio para custodios, y un control de acceso equipado con escáner de cuerpo completo, escáner de paquetes y arco metálico. Además, cuenta con una fábrica que alberga 64 talleres, incluyendo pintura, fabricación de pupitres y textilería, áreas de administración y un almacén de armas y equipos de seguridad.
Megacárcel en funcionamiento
El centro alberga a miembros de las estructuras criminales Mara Salvatrucha (MS-13), Barrio 18-Sureños y Barrio 18-Revolucionarios. Responsables de la espiral de violencia que dejó miles de muertos en el país centroamericano. A casi un año de su inauguración, el CECOT alberga a poco más de 12.000 internos incomunicados con el mundo exterior. Es menos de un tercio de los 40.000 que el presidente Bukele dijo que puede recibir.
Como parte de las acciones para neutralizar las críticas, el gobierno de El Salvador dio acceso a varios medios a las instalaciones y a conversar con los reos. La BBC realizó un tour por la megacárcel durante las navidades. La cita de Belarmino García, director del penal con la que abre el reportaje suena lapidaria: «De aquí no sale nadie. El que cumple su condena es recapturado inmediatamente».
Desde su inauguración, el CECOT ha estado envuelto en controversia y secretismo, con denuncias de abusos, aislamiento, torturas y muertes por golpizas. El presidente Nayib Bukele se refirió a ella en la red social X (antes Twitter) como “la cárcel más criticada del mundo”. Esta instalación tiene capacidad para albergar a 40.000 reclusos en un país de poco más de 6 millones de habitantes. Una proporción que contrasta con las megacárceles de países como Estados Unidos e India, que tienen poblaciones de 340 millones y 1.400 millones de habitantes respectivamente, según el Libro Guinness de los Récords.
La megacárcel de Bukele consta de ocho módulos gigantescos, cada uno funcionando como una prisión independiente. Seis de estos módulos están ocupados por miembros de las pandillas Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18. Los otros dos módulos albergan a reclusos en fase de confianza. No son miembros de pandillas ni están procesados por delitos graves. Estos reclusos trabajan en el mantenimiento y limpieza del recinto. Por cada ocho horas de trabajo reducen dos días de su condena.
Enclaustrados
Desde marzo de 2022, el régimen de excepción ha permitido la detención de casi 75.000 presuntos pandilleros. Pero en el CECOT apenas hay unos 12 mil. El número de detenidos es cuestionado por familiares y organizaciones de derechos humanos. Alegan que muchos son inocentes y no tienen ninguna relación con las pandillas.
El reporte de la BBC indica que los reclusos, que no están en fase de confianza, no salen de sus celdas. La alimentación, proporcionada por una empresa externa, se sirve tres veces al día. Consiste en una dieta monótona de arroz, frijoles y tortillas de maíz, con café como bebida. Los reclusos consumen estas comidas sin cubiertos, utilizando trozos de tortilla como cuchara.
Una vez al mes, los familiares pueden enviar paquetes con ciertos alimentos, como azúcar, avena, leche y suplementos en polvo. Sin embargo, menos de la mitad de los reclusos en el CECOT tienen familiares que los apoyan. Lo que ha llevado a una deficiencia de proteínas y otros nutrientes en su dieta.
Anteriormente, los reclusos tenían salidas ocasionales al pasillo para participar en programas de lectura bíblica y estiramientos físicos. Pero estos programas fueron suspendidos en diciembre. Además, pese a que según el anuncio oficial cuenta con “una fábrica que alberga 64 talleres”, el reportaje de la BBC indica que en el CECOT no se imparten talleres formativos y no se permite la entrada de libros.
Lo que no se dice
El propósito principal de las prisiones es aislar al delincuente de la actividad criminal y proteger a la sociedad de los elementos peligrosos. Sin embargo, en una visión más contemporánea, se busca la reinserción social, la reeducación y la rehabilitación de los condenados. Las principales críticas al CECOT han girado en torno a la suspensión de garantías, violaciones de derechos humanos, falta de transparencia y la reacción del público. Pero poco se cita la Ley General Penitenciaria de El Salvador que establece que el objetivo de las prisiones es la reinserción social y la reeducación de los condenados. Objetivos obviados hasta ahora en la megacárcel de Bukele.
Según los estándares internacionales aplicados en los países desarrollados, existen reclusos de baja, media y alta peligrosidad. Para garantizar la seguridad y la estancia de un recluso de baja peligrosidad, se debe invertir 600 dólares, para los de peligrosidad media 2.000, y para los de alta peligrosidad hasta 5.000 dólares.
Otro tema de preocupación es la permanencia de los reos. Si como declaró a la BBC el director del CECOT, “no sale nadie”, queda en el aire la interrogante de si el Gobierno de Bukele por vía de hecho está aplicando una cadena perpetua a los detenidos mediante el régimen de excepción. Aunque hay que recordar que El Salvador es uno de los países con penas de prisión más extensas de América. Sus leyes establecen hasta 50 años para delitos penales y 45 años por pertenecer a las maras.
Pero resulta dífícil evadir la interrogante de si un país pequeño como El Salvador puede costear el mantenimiento de los reos en una instalación de esas dimensiones. Con alto porcentaje considerados de alta peligrosidad. Las normas internacionales establecidas por las Naciones Unidas en relación con las prisiones y las reclusiones recomiendan que los establecimientos penitenciarios no deben albergar a más de 500 personas. Son centros menores costosos y más manejables.
Reglas Mandela
En teoría, el encarcelamiento de una persona solo debe restringir su libertad de movimiento. Sin embargo, en la práctica, la prisión limita varios derechos fundamentales, como la expresión, la vida familiar, los derechos cívicos, la intimidad y la dignidad. Las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de los Reclusos, comúnmente conocidas como Reglas Mandela, fueron adoptadas por las Naciones Unidas en 1955 y reformuladas en 2015.
Estas reglas establecen varios principios fundamentales, que incluyen:
- Las reglas se aplicarán de manera imparcial y sin discriminación.
- El sistema penitenciario no deberá agravar los sufrimientos que implican la privación de la libertad y la pérdida del derecho a la autodeterminación de las personas detenidas.
- Todos los reclusos serán tratados con el respeto que merecen su dignidad y su valor intrínseco como seres humanos.
- Nadie será sometido a tortura ni a tratos crueles, inhumanos o degradantes.
- Se tendrán en cuenta las necesidades individuales de los reclusos, en particular las de las categorías más vulnerables en el contexto penitenciario.
- Se deberá reducir al mínimo las diferencias entre la vida en prisión y la vida en libertad.
Reincidencia
Que un país de apenas 6 millones de habitantes tenga 70.000 personas encarceladas, pese a lo que asegure Bukele, no es una muestra de éxito. Nigeria tiene la misma cantidad de presos, pero su población es de 218 millones de personas. El problema no radica simplemente en meter a los delincuentes en prisión. Hay evitar que al salir vuelvan a delinquir.
Aunque no se tienen datos específicos de El Salvador, la tasa de reincidencia en las cárceles de América Latina es significativamente alta. Un artículo de la BBC menciona que la población carcelaria en la región prácticamente se ha triplicado desde el año 2000, y América Latina es considerada la «nueva zona de encarcelamiento masivo». Con una tasa de ocupación carcelaria que en algunos casos duplica, triplica e incluso cuadriplica la capacidad de las cárceles.
Según un artículo del CIDE, la población penitenciaria ha aumentado un 200% en las últimas dos décadas. Actualmente hay alrededor de un millón 600 mil personas presas en la región. Y las cárceles no están funcionando para reinsertar socialmente a las personas, sino que generan más crimen. Estos factores contribuyen a una alta tasa de reincidencia en la región, la media supera el 70%.
El ideal nórdico
Los modelos penitenciarios de países como Noruega, Suecia o Finlandia son admirados y considerados modelos a seguir. En sus prisiones, no hay sobrepoblación. Los reclusos cumplen sentencias que rara vez superan los 10 años. Las tasas de reincidencia están entre las más bajas del mundo, apenas entre el 25% y el 40% de los reclusos regresan a prisión entre el primer y tercer año después de cumplir su condena. En Estados Unidos es del 77%.
Pero las cárceles reflejan la lógica y las propias condiciones económicas del país. Por ejemplo, los sistemas penitenciarios nórdicos no tienen que lidiar con una variable predominante como el narcotráfico. Que en los últimos tiempos ha jugado un papel cada vez más importante en América Latina y que cambia todo.
El crimen organizado y el tráfico de drogas han aumentado en la región. Ha generado un incremento en la violencia y la presencia de armas de fuego. Se estima que un 30% de los homicidios en América Latina se deben al crimen organizado (como las Maras salvadoreñas).
Por lo que no extraña que otros países de la región como Ecuador y Honduras estén considerando el modelo de El Salvador como una opción válida para enfrentar sus propias oleadas de violencia generadas por megabandas delictivas. El problema sigue siendo el mismo.
A corto plazo puede ser un eficaz mecanismo de contención, al encerrar a los delincuentes. Pero no es la solución. Debe acompañarse de una serie de cambios estructurales que erradiquen las causas y rehabiliten a los reos. Porque las megacárceles como la de Bukele, pueden encerrar a los pandilleros, pero eso no es garantía de que salven a los países. Puede que solo sea una taima.