Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
Hay algo mágico en la música, algo que desconcierta y escapa a cualquier suerte de categorización. Y quienes consiguen embrujarnos con su música, en efecto, nos hacen el mejor regalo que podamos recibir: el de comulgar con las expresiones que escuchamos en forma de sonidos, tonalidades, armonías y ritmos. Uno de los magos del ritmo fue Charlie Watts, el batería de los Rolling Stones .
El background musical de Watts
Tal y como enseñaba la escuela psicológica de la Gestalt, para que haya figura que destaque es imprescindible un fondo. O dicho de otra manera, las grandes estrellas no serían nada en absoluto sin todos aquellos que pasan desapercibidos pero conforman el necesario contexto.
Junto con el bajista Bill Wyman, Watts proporcionó a los Stones una identidad rítmica cuyas influencias no sólo se anclaban en el blues, sino en el jazz. Watts fue, ante todo, un batería de jazz virtuoso y humilde al mismo tiempo, que en su justa medida aportaba ese contrapunto estilizado y elegante a una música de por sí tendente a la desmesura.
Quizás una de las canciones que del modo más nítido ha reflejado esta confluencia de locura y orden sea Midnight Rambler, basada en el estrangulador de Boston. Es el ritmo de Watts el que dirige la canción hacia el caos o hacia la armonía, hacia el orden o al desconcierto.
La versatilidad de Watts
Es posible que la mayor belleza resulte de esta insospechada combinación de elementos heterogéneos. ¿Cuál es el resultado de mezclar a músicos de rock y blues con un batería de jazz? En algunas de sus canciones se revela la magia de la improvisación jazzística, como escuchamos en Can’t you hear me knocking?
Charlie Watts supo llevar su versatilidad como batería a campos musicales que los Stones exploraron durante décadas. No sólo en el terreno del blues, rhythm’n’blues y rock’n’roll, sino en sus incursiones en estilos como el country y el gospel.
Sin duda, algunas de las joyas de mayor valor de Watts en la batería son aquellas canciones que no forman parte del catálogo de éxitos de los Stones, como Let it loose y Time waits for no one.
Incluso en plenos años 70 y bajo la influencia de Bob Marley, Watts adaptó su forma de tocar a los ritmos del reggae en numerosas composiciones de Jagger y Richards, así como a los ritmos disco.
Watts, maestro clandestino de ceremonias
La música, antes que nada, es ritmo, del griego rhythmos, un orden y simetría de sonidos que nos consuela de cualquier miseria y tristeza. ¡El mundo no es como debería ser, pero se inventó la música para atenuar nuestro descontento!
Y por ese ritmo la música es contagiosa e invita al movimiento del cuerpo, al baile y a la proximidad con los demás. El rhythm es una fuerza humanizadora, una manera de hacer comunidad.
Si usted alguna vez acudió a alguno de los conciertos de los Rolling Stones, recordará con feliz nostalgia los golpes de caja de Watts entre canción y canción. En el momento de las presentaciones de los miembros de la banda, el turno de Watts fue siempre de los más aplaudidos y celebrados: el público rendía así pleitesía a quien hizo de la canción Paint it, black un auténtico icono contemporáneo.
El regalo de Watts
Decía el filósofo Theodor Adorno que la esencia de la música no reside en que sea armónica o quiera expresar tal o cual emoción. Su esencia consiste, sencillamente, en que eleva el espíritu: es sólo música y por eso mismo es pura magia.
No hay arte alguno que la pueda igualar, como nos advertía Friedrich Nietzsche, y quizás no nos haga mejores personas como opinaba el compositor Penderecki, pero nos vuelve la vida más llevadera. Es el regalo de la música, su magia que nos señala la luna y nos dice que está allí arriba, al alcance aunque sea en forma de vana esperanza, como escuchamos en la fantástica experimentación de percusión de la canción Moon is up.
«La esencia de la música consiste, sencillamente, en que eleva el espíritu. Es sólo música y por eso es pura magia»
Y en una noche como la de hoy, en la que escucho uno tras otro los vinilos de los Stones y, más que nunca, aprecio cada matiz de la batería de Watts, estoy agradecido infinitamente por su música, por todas las noches en que encandilaba a miles de personas con su sencilla batería. Puede que sea una de las manifestaciones humanas que den sentido a este vaivén que es la vida. Y me pregunto por qué hay que esperar a la muerte de uno de los flautistas de Hamelín para escribir un panegírico como éste.
Sin duda, como cantaba Keith Richards, este lugar está ahora un poco más vacío cuando sabemos que uno de los grandes músicos contemporáneos nos ha dejado. Para quienes se mantienen voluntariamente o no en un segundo plano de la vida, Watts fue una inspiración por su humildad y genio. A la vez tan oculto, casi diría que escondido, y tan presente, Charlie Watts lograba prender con su mágica batería las efervescencias colectivas de quienes lo escuchaban.
Thanks Charlie, it was my pleasure!!
The Rolling Stones, This place is empty.
Antonio Fernández Vicente, Profesor de teoría de la comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.