Sí, lo sé, y sin duda tú también lo sabes. Hoy, encontrar una sonrisa es harto complicado. Levantar la mirada y contemplar el panorama actual es sortear noticias de contenido negativo, preocupantes datos de salud y escalofriantes números económicos, inputs cuyo efecto emocional soslaya el sonreír. Pudiera parecer absurdo atender a ese pensamiento que, en ocasiones, pasa por nuestra cabeza invitándonos a sonreír voluntariamente, un pensamiento quizá artificial, incluso naíf, y es que ¿cómo voy a obligarme a sonreír si no “tengo” motivos?
En 1988 Fritz Strack planteó la hipótesis del feedback facial. El psicólogo alemán propuso que la contracción muscular que se produce en nuestro rostro cuando sentimos una emoción, sonreír, no solamente es consecuencia de la propia emoción, sino que también participa de la causa.
El doctor Strack trataba de mostrar que existe una retroalimentación entre la contracción de los músculos del rostro y la actividad cerebral, y que en esta relación bidireccional un estímulo desde cualquiera de ambos puntos tendrá un efecto en el otro.
Como toda expresión emocional, sonreír implica contraer diferentes músculos faciales. Cuando lo hacemos, en el momento en que nuestro rostro muestra su sonrisa, comienza una pequeña fiesta en la que el cerebro se convierte en el primer espectador de nuestra sonrisa.
En un estudio publicado en 2013 se evidenciaron los correlatos que existen entre la risa y el cerebro. La investigación consistió en provocar la risa a través de las cosquillas mientras se monitorizaba la activación de diferentes zonas cerebrales.
Lo que se observó fue que reírnos tiene un amplio efecto inmediato en nuestro cerebro y que, en consecuencia, se modifica la actividad general de nuestro cuerpo.
Reír implica un cambio en nuestra homeóstasis, una regulación emocional y una profunda modificación de la actividad cerebral
La acción de reír estimula zonas de profunda relevancia en el cerebro, por ejemplo, el hipotálamo lateral, área relacionada con la regulación de la homeostasis de nuestro cuerpo.
Reír también activa la amígdala cerebral, que es el primer filtro de la memoria emocional y centro neurálgico de inicio de nuestras emociones. Este conjunto de neuronas juega un papel principal en la analgesia, como es la sustancia gris periacudectal (PAG), que también se activa durante la risa, o el hipocampo, clave en nuestra memoria. Existen también unos circuitos de especial relevancia situados en el córtex ventromedial que ayudan a la producción de endorfinas cuando reímos, y contribuyen a disminuir el dolor y aumentar la sensación de bienestar. Por lo tanto, del mismo modo que correr no es solamente mover las piernas, reír es mucho más que mostrar una sonrisa.
¿Todas las sonrisas son iguales?
No. Todas las sonrisas no son iguales. Hay estudios que clasifican hasta 19 tipos diferentes de sonrisa, y no todas tienen que ver con la expresión de emociones positivas. Además de alegría, orgullo o satisfacción, existen sonrisas que expresan vergüenza, desprecio, incredulidad e incluso temor. Nos fijaremos en dos tipos de sonrisa que inciden de diferente manera en el reclutamiento de las fibras musculares del rostro. La primera es la sonrisa social, que es la que esbozamos de manera obligada en las interacciones con nuestros congéneres. Hay quien la llama sonrisa falsa, lo cual es debatible, ya que sonreír, aunque sea de modo social, ayuda a una interacción más saludable entre personas. Este tipo de sonrisa se produce cuando únicamente contraemos la musculatura de alrededor de la boca.
La segunda es la sonrisa Duchenne o sonrisa genuina. Sonreír de manera genuina contrae tanto la musculatura en torno a la boca como la musculatura de alrededor de los ojos, y produce esas típicas arrugas o patitas de gallo. En esta sonrisa, todo el rostro sonríe.
Sonreírle a la vida
Rostro y cerebro mantienen una intensa relación bidireccional. Lo habitual es esperar a que la vida nos haga sonreír, aguardar a que ocurra algo que genere en mí una respuesta emocional y que esta se traduzca en una sonrisa. Pero, siguiendo la teoría de Strack, sería razonable plantearnos la validez de hacerlo al revés, es decir, sonreír voluntariamente para lograr un cambio en nuestro cerebro que nos aporte un beneficio. ¿Sería posible esta inversión? Esto es precisamente lo que Tara Kraft y Sarah Pressman, psicólogas de la Universidad de Kansas, quisieron evidenciar: los posibles efectos beneficiosos de sonreír ante una situación de estrés. En su investigación, reclutaron a 169 participantes y los dividieron en tres grupos a los que instruyeron para mantener un palillo entre los labios generando diferentes expresiones faciales.
A los integrantes del primer grupo, les enseñaron a conservar una expresión facial neutra mientras sostenían un palillo en la boca.
A los del segundo grupo, les enseñaron a contraer los músculos de alrededor de la boca para generar una sonrisa social mientras sostenían el palillo.
Finalmente, a los componentes del tercer grupo, les enseñaron a contraer los músculos en torno a la boca y los de alrededor de los ojos para lograr una sonrisa genuina o sonrisa Duchenne mientras sostenían el palillo.
En los grupos dos y tres se incluyó una diferenciación: a la mitad de los componentes de cada grupo se les aleccionó para sonreír conscientemente, mientras que los de la otra mitad no fueron conscientes de que su gesto facial era esbozar una sonrisa.
Una vez instruidos en sonreír –recordemos que es una sonrisa autoinducida–, los participantes fueron sometidos a diferentes pruebas de estrés. Una de las pruebas fue un estresor más cognitivo: pintar una estrella de cinco puntas con la mano no dominante.
La segunda prueba consistió en un estresor físico: introducir la mano en agua fría con hielo. Ambos ensayos tuvieron que realizarlos mientras mantenían la expresión facial asignada a cada grupo: algunos no reían, otros sí, algunos reían sin ser conscientes y otros siéndolo.
Para evaluar el efecto de la sonrisa en el estrés, analizaron fundamentalmente la recuperación del ritmo cardiaco y el resultado fue francamente ilustrativo: en todas las pruebas, la normalización del ritmo cardiaco fue más rápida en las personas que mantenían la sonrisa genuina, y más aún en quienes lo hacían de modo consciente.
Tras este grupo, los mejores resultados se dieron en quienes mantuvieron la sonrisa social, siendo también mejores los que lo hicieron de manera consciente.
Además, quienes sonrieron durante las pruebas tuvieron una menor disminución de las emociones positivas que quienes se mantuvieron neutrales. En ambos casos, los mejores datos se registraron en las personas que eran conscientes de que estaban sonriendo.
Atendiendo a este estudio, podríamos concluir que sonreír ante una prueba difícil (pintar una estrella de cinco puntas con la mano no dominante) o ante una situación molesta y desagradable (introducir la mano en agua helada) ayuda a una mejor recuperación física y un menor desgaste psicológico.
Otro estudio muy interesante se realizó en la Universidad de Tokio en el año 2016. Esta investigación pretendió determinar si había alguna relación entre la frecuencia diaria de la risa y las patologías cardiacas y los accidentes cerebrovasculares.
Se tomó una muestra muy amplia –20.934 personas– y, tras ajustar factores como hipercolesterolemia, hipertensión, sobrepeso, etc., se vio que existía una asociación entre la frecuencia con la que las personas ríen cada día y la patología cardiovascular.
Quienes no reían nunca o casi nunca presentaban un riesgo significativamente más alto (21%) de sufrir una patología cardiaca, y aún mayor de sufrir un accidente cardiovascular (60%)
El riesgo, en ambos casos, decrecía a medida que las personas reían con mayor frecuencia. Este segundo estudio evidencia que reír tiene algún tipo de efecto beneficioso en la prevención de patologías cardiovasculares de diversa índole.
Sonreír sin autoengañarse
Quizás este es el punto más controvertido a la hora de sonreír: confundirlo con la negación o el autoengaño.
La negación se fundamenta en la invalidación de la realidad de aquello que, por diferentes motivos, uno desea o necesita negarse. El autoengaño consiste en admitir una mentira y mantener una argumentación para sostenerla en el tiempo. Ambas acciones intentan evitar la asunción de un hecho que de algún modo es doloroso para nosotros.
Cuando hablamos de cultivar voluntariamente la sonrisa no ponemos como objetivo ninguno de los casos anteriores.
La sonrisa naíf no funciona y, es más, el autoengaño conduce a la disonancia cognitiva, que a la postre genera un malestar mayor en la persona. Lo que proponemos es que la sonrisa se convierta en una actitud, en un espacio interior desde el que afrontar la experiencia de la vida.
Todos hemos conocido a alguna de esas personas que han sufrido desgarradoras desgracias y se han convertido en ejemplo de actitud hacia lo vivido. Personas que, pase lo que pase, siempre encaran la realidad con una sonrisa en su rostro
Cultivar un porte sonriente para generar un estado endógeno en el que la disposición ante lo que toca vivir transforme profundamente lo vivido.
No es que sientan menos o ni siquiera sientan, sino que cultivan una actitud sonriente hacia lo que sienten.
Sonreír no pretende evitar que, como humanos que somos, sintamos enfado, miedo, tristeza o cualquier otra emoción asociada a la realidad de nuestro tiempo. Ni mucho menos. Lo que invita es a crear un estado interior desde el que afrontar de un modo más resiliente y vital cada una de las vicisitudes cotidianas.
Como se desprende de uno de los estudios, los participantes que introducían la mano en agua helada siendo conscientes de que estaban sonriendo se beneficiaban de sonreír. Y de eso precisamente se trata. No es que la sonrisa evite experimentar ese frío, sino que cuando sonrío la experiencia estresante me afecta menos emocionalmente y mi cuerpo se recupera mejor. Ahí está la cuestión.
No consiste ir por la vida con una sonrisa ingenua y creer que por sonreír desaparece todo aquello que es desagradable. Estriba en entender que cultivar conscientemente el sonreír puede ofrecernos un mejor lugar desde el que vivir, sin tener que esperar a que sea la vida quien me fuerce a ello.
Después de todo, parece que tenemos dos opciones: la primera depende de que la vida me ofrezca algo que me haga sonreír; la segunda consiste en elegir sonreír como una opción personal desde la que afrontar todo aquello que me dé la vida.
Tu risa
Pablo Neruda, (Los versos del capitán)
Quítame el pan si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.
No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de planta que te nace.
Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mí todas
las puertas de la vida.
Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de la calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.
Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.
Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
porque me moriría
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