«El amor por Venezuela ha sido la tarea bien cumplida que cada uno de nosotros hemos transmitido a nuestros vástagos. Y esa huella es imborrable…»
Son las 14 horas de un día normal de verano. Tocan a la puerta. No quiero abrir. He generado cierta resistencia a recibir correspondencia. Sabía que mi esposa “esperaba un paquete”. Despachando en mi escritorio llega “la caja”. La veo con recelo por la paranoia viral que nos invade. “Abre el paquete”, me dice mi esposa con mis hijos al teléfono. Me parece sospechoso. No son días ni de cumpleaños, del padre, ni aniversario o Navidad. Al abrirlo, ¡oh, Dios! ¡Lo volvieron hacer…! ¡Mis hijos y su mamá repetían la hazaña de diez años atrás, pero multiplicada por siete! Demasiada carga para un corazón.
Siete estrellas, siete años, siete vidas…
La historia de Venezuela de los últimos siete años hay que releerla para entenderla o replantearla. El sentido de la antifragilidad pasa por el sentido de la impermanencia. De cómo los venezolanos tenemos que ponernos de acuerdo para darle punto final a una historia devastadora que nadie fue capaz de anticipar.
Lo que sucedía en 2013 era un verdadero desastre en todos los aspectos de una nación. La inflación era 50% anual y el valor de la cesta básica el doble del salario mínimo. Era incomprensible vivir así. Un septenio más tarde la inflación pisó 1.000.000%, perdimos el cono monetario, un dólar pasó a costar 3 billones de bolívares y hoy la cesta básica [valorada en 280 dólares] le toma a un venezolano pagarla 15 años de trabajo al hilo, a razón de obtener 5 centavos de dólar el día o 1,50 dólares al mes.
Todo lo releo en “la caja de Pandora”
Al abrirla [la caja, con mis hijos en las gradas digitales] encuentro un libro con mi foto en la portada. Tomo I, titulado Análisis cultural de Venezuela 2013. En la encomienda quedaban más libros. Creí que eran más ejemplares del mismo tomo. Pero no. Eran seis tomos más correspondientes a los años 2014 al 2019. Todos con portadas y contraportadas diferentes, citas puntuales de nuestros ensayos y entrevistas de El Universal, revistas, investigaciones y especiales a varios portales.
Los siete tomos estaban internamente ordenados por fechas; siete estrellas en el “lomo” de cada ejemplar, biografía del autor y una dedicatoria inenarrable por hermosísima, que no tenía aliento ni voz para leer. Mis hijos –entre alegrías y gemidos– me decían: “Dale, papi. Termina, ¡tú puedes!”. Una década atrás habían hecho una compilación de mis columnas. Ahora después de casi un año de arduo trabajo clandestino, hicieron una edición que ni la Editorial Planeta o Santillana lo hubiesen hecho mejor.
Al abrir al azar el primer ejemplar me encuentro con un ensayo de febrero 2013 titulado “Golpe Seco”. Historia surrealista con la particularidad de que no es una novela. ¿En dónde hemos fallado?, me pregunto. ¿Por qué aún no salimos de esta pesadilla? Es como la del holocausto. La maldad que sobrepasa todas las capacidades de rebelarse. ¿Cómo sobrevivirlo? Pensando que viene un futuro mejor, donde nos reencontraremos todos en casa, en familia. Y escribirlo, sana.
Contemplé la historia viva que hemos padecido. Cuánto sufrimiento, cuántas injusticias, cuántas nostalgias escritas en más de 2.000 páginas, 700 ensayos y solo 7 años. Parece un siglo. Pero amanecerá y los araguaneyes, las guacamayas y la dama ciega de la balanza volverán.
Me armé de aliento y pulmón para leer la dedicatoria. En mi cabeza venían tantas imágenes como experiencias de nuestra triste historia de sangre, sudor y lágrimas. No lo hubiese creído si no lo hubiese escrito yo mismo. Lloré. No sé si por la dedicatoria de mis hijos o por verlos hacerse adultos fuera de su país. Quizás por ambas cosas…
Para papá y su incansable lucha por Venezuela
Cito: “Ahora, más allá de Venezuela y de la política, queríamos recordarte lo importante que eres para nosotros como hijo, padre y esposo. No queremos esperar un futuro cuando ya estés viejito para decirte lo importante que eres en nuestras vidas. No pasamos por alto (sobre todo a medida que vamos creciendo y convirtiéndonos en adultos) todo lo que has hecho por cada uno de nosotros a lo largo de nuestras vidas. Sabemos que si nos equivocamos siempre estás ahí para ayudarnos a arreglarlo, que si tenemos dudas sobre algo tú nos sacas de ellas y que, aunque alguien nos trate de lastimar, tu no lo permitirás…” ¿Cómo no creer en la Venezuela grande y buena que viene si la gran mayoría de los hijos de la patria así nos sienten?
Por eso tanto como creer, tengo la convicción que nuestra antifragilidad, nuestro buen sentido de pertenencia, pero también es de impermanencia de la maldad -que es temporal- cesará. Es la potencia irreductible de los buenos hijos de la patria, cuya llama no se apaga. El amor por Venezuela ha sido la tarea bien cumplida que cada uno de nosotros hemos transmitido a nuestros vástagos. Y esa huella es imborrable.
Termina la dedicatoria: “Que tu lucha nunca se acabe. Estaremos detrás apoyándote como podamos. Verte hacer lo imposible es un orgullo que sigue creciendo. Es sólo el comienzo, ya que como siempre bien dices, falta poco ¡muy poco! Te queremos mucho”.
Y yo seguiré detrás de ustedes. La historia no la haremos los padres, sino los hijos. ¡Gracias por tanto, y que Dios los bendiga!
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