Elif Shafak se mueve a sus anchas en el mundo de las letras. Es autora de 19 libros, articulista, doctora en ciencias políticas y defensora de los derechos humanos. Sus años en el Reino Unido transcurren en medio de una vigorosa producción literaria y de amplios reconocimientos. Pero su mirada y su corazón herido siguen en Turquía, de dónde salió: amenazada, perseguida y finalmente exiliada. Su literatura de ficción está cargada de justicia, libertad y, como dice, en ella se atesoran espacios democráticos.
De Shafak (1971) hay mucho qué decir. Su último libro, ‘La isla del árbol perdido’ es preseleccionado para el Premio Costa, el British Book Awards, el RSL Ondaatje y el Premio de Ficción de la Mujer. Es autora de bestsellers en muchos países del mundo y su obra ha sido traducida a 57 idiomas. Ha sido profesora en varias universidades de Turquía, Estados Unidos y el Reino Unido. Incluido el St Anne’s College de la Universidad de Oxford, donde es miembro honorario. Además, ha sido elegida entre las 100 mujeres más inspiradoras e influyentes de la BBC.
En Turquía, en el largo régimen de Recep Tayyip Erdogan, le sucedió algo sorprendente que definió el rumbo de su vida. Enjuiciada e imputada con pena máxima de tres años de prisión, por las palabras pronunciadas por un personaje de su novela El bastardo de Estambul.
El personaje ficticio considera un genocidio la masacre de armenios por el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. La palabra despertó los demonios represivos. Era la primera vez que tales cargos se derivaban de una obra de ficción. El calvario de Shafak duró casi un año. Absuelta a petición del fiscal el día antes de dar a luz a su hija.
El horizonte de la literatura de ficción de Elif
“Durante todo ese tiempo, hubo grupos en las calles quemando edificios y banderas, escupiendo mis fotografías, llamándome ‘traidora’, ‘traidora’”, cuenta con una sonrisa irónica. “Ojalá pudiera decir que ha pasado mucho tiempo y hemos progresado desde entonces. Pero no puedo decir eso. Creo que se está volviendo cada vez más difícil para los escritores”.
Shafak también fue investigada por obscenidad por ‘10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo’ y por una novela anterior, ‘La mirada’. Ninguno de esos casos ha sido resuelto, por lo que decidió exiliarse voluntariamente de su tierra natal. Y proseguir camino en Londres.
Señala que los tribunales turcos no estaban tomando medidas para prevenir la violencia sexual contra mujeres y niños. «Están procesando a los escritores», adiciona. «Se ha convertido en una especie de caza de brujas».
En la distancia y la cercanía que la acompañan con su país y sus circunstancias, reflexiona. “Me encantan las novelas que están llenas de ideas, multiplicidad, matices, capas; esto realmente me llega al corazón. Así que hay mucha investigación, pero también mucha imaginación e intuición”, comenta Shafak en entrevista para The Guardian.
Confiesa su consternación por el estado del mundo y su creencia de que la literatura de ficción es uno de sus últimos espacios democráticos, de libertad y de expresión sin límites.
“En muchos sentidos”, afirma, “creo que la ficción es el antídoto para nuestros tiempos extremadamente polarizados y fracturados. Es un lugar donde todavía podemos mantener conversaciones matizadas. Tener múltiples pensamientos al mismo tiempo, abrir temas difíciles y reflexionar con calma. Y también pensar un poco lentamente, porque siempre nos apresuramos a emitir juicios. Se trata de empatía, de intentar ponerse en el lugar de otra persona. Creo que es un ejercicio muy bueno para el alma”.
Escapando de la justicia ¿o injusticia turca?
Sus novelas ocupan un espacio encantado, donde el romance se entrelaza con la religión (‘Las tres hijas de Eva’). Los traumas políticos de Chipre son observados a través de una higuera (‘La isla de los árboles desaparecidos’). Y una historia es narrada desde un cubo de basura por una trabajadora del sexo asesinada en Estambul en ‘10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo’, candidata al Booker.
Para Shafak, que se describe a sí misma como “una narradora sin adjetivos”, no hay línea que pueda trazarse entre su activismo político y su ficción. “Hay que mirar lo que ha sido excluido, olvidado, abandonado y, a veces, sistemáticamente reprimido y silenciado. Entonces, es el arte de contar historias lo que me lleva en esa dirección. No es una decisión racional que tomo en mi mente”.
La escritora atribuye su vocación en parte a su educación “inusual” y “muy solitaria”. Nacida en 1971 de padres turcos en Estrasburgo, Francia, se mudó con su madre a Ankara tras la separación de sus padres. Aunque Shafak dice que la mayoría de las divorciadas turcas habrían sido casadas inmediatamente por sus familias con hombres mayores. Shafak quedó al cuidado de su abuela. Mientras su madre concluyó la universidad y trabajó para la cancillería teniendo un primer trabajo en España.
La novelista aprendió español y leyó a Cervantes. Pero luego se residenció en Londres donde ha agudizado su visión del mundo y su literatura de ficción, plena de historias contadas en libertad.
“En términos de autoridades, es muy difícil ser novelista en Turquía”, insiste. “Especialmente por la forma en que escribo, porque cuestiono los silencios de nuestra historia”.
Escritos para los olvidados y sin voz
Su libro ‘Hay ríos en el cielo’ entra en batalla una vez más en dos frentes que probablemente no le harán ganar amigos a Shafak entre las potencias fácticas de todo Oriente Medio. El primero es contra la construcción de una presa por parte del presidente turco Erdogan. Provocó la inundación de la antigua ciudad cueva de Hasankeyf en el Tigris, en la región predominantemente kurda del sureste de Turquía. La situación impulsó al desplazamiento de unas 80.000 personas. Un grupo activista local describió en 2020 como un “apocalipsis”.
La segunda injusticia que enfrenta es la persecución del pueblo yazidí. Una minoría religiosa que ha enfrentado siglos de masacres en todo Medio Oriente. Al huir de la inundación de su valle, los personajes de Narin y su abuela se meten en el genocidio perpetrado por el Estado Islámico en Irak en 2014. En ese contexto asesinaron a más de 5.000 personas. Y privados de libertad a.miles de mujeres y niños; obligados a la esclavitud sexual.
«Los yazidíes son una de las minorías más difamadas, incomprendidas y maltratadas por casi todas las culturas o religiones que los rodean a lo largo de la historia. Y son una comunidad muy delicada, vulnerable y hermosa», cuenta Shafak. “Mientras hablamos, es posible que todavía haya cerca de 3.000 mujeres y niñas yazidíes desaparecidas. Y muchas están cautivas en –entre comillas– hogares comunes y corrientes en Turquía, Siria, Irak y Arabia Saudí”.
Shafak se pregunta “¿cómo es posible que la gente no vea? ¿Cómo es posible que estén tan entumecidos? Todavía hay muchas cosas de las que tenemos que hablar, porque el genocidio aún no ha terminado”.