Carmen Beatriz Fernández, Universidad de Navarra
“COMUNISMO O LIBERTAD” fijó en su cuenta de Twitter la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el 15 de marzo, cuando ya estaba claro que habría elecciones anticipadas y que el pacto PSOE-Ciudadanos en la Región de Murcia no llegaría hasta la región capital.
El flamante vicepresidente del Gobierno de España, Pablo Iglesias, se había bajado del olimpo de Moncloa para aspirar a un escaño en Madrid, movilizar la contienda y evitar así que su partido pudiera desaparecer en la Comunidad (y también para tener una forma digna de despedirse de una posición que ya le resultaba muy incómoda, suponemos).
La presencia de Iglesias en los comicios le dio un tono nacional a la campaña, desde el primer momento, y Ayuso se refirió a ella con gracia como “España me debe una, hemos sacado a Iglesias del Gobierno”.
Definía así Ayuso, nítidamente, lo que sería el eje fundamental de la campaña, que había facilitado el propio Iglesias. Un eje divisivo que utilizaba la polarización ideológica como elemento diferenciador, pero que también corría el riesgo de abrir las viejas heridas de las dos Españas.
Sin embargo, conforme fue transcurriendo la campaña, ese eje Libertad / Comunismo evolucionó simplemente a Libertad, como lema, y no sólo era un término que buscaba diferenciarse de Iglesias, sino que aludía a lo que viene siendo la gestión de la pandemia por parte de la presidenta en la Comunidad de Madrid: una gestión que ha sabido gerenciar con equilibrio la crisis entre sanidad y economía, sin desprenderse de la empatía.
La Libertad como eslogan y relato fundamental de la campaña se apoyaba así no solo en un valor no-materialista, sino en aspectos muy tangibles de las libertades económicas que los cientos de miles de trabajadores del sector hostelero y cultural de Madrid supieron entender y valorar.
Una campaña ruda en modos y lenguaje
Díaz Ayuso era una presidenta muy popular y claramente “primus inter pares” de la contienda. La campaña fue ruda en sus modos y lenguaje, y en la búsqueda de la figuración varios de los protagonistas secundarios trataron de crispar el ambiente.
Las encuestas mostraban que la incorporación de Iglesias en la campaña no generó el efecto buscado en términos de intención de voto, por lo que el líder de Podemos elevó el tono, visibilizó un sobre amenazante que había recibido por correo y protagonizó, junto a la candidata de VOX, un feo rifirrafe en un debate público.
Tan crispado estaba el tono que hasta hubo cabida oportuna para una campaña de marketing comercial, donde una marca de pipas preguntaba en un gran pendón madrileño “¿por qué no nos relajamos todos un poquito? (comiendo pipas con magnesio)”.
Fragmentación y polarización
La actuación de Iglesias y de Rocío Monasterio, candidata de Vox, subraya cómo la polarización puede ser una estrategia de comunicación política orientada a ganar visibilidad y cobertura en medios de comunicación. Ambos protagonizaron una puesta en escena polarizante que terminó posicionando a Ayuso en el centro.
Otro tanto pudo pasar con la candidata de Más Madrid, Mónica García, que a la postre terminaría superando al candidato del PSOE.
Sin embargo, la fragmentación política va en contra de la polarización. Cuando el bipartidismo español llegó a su fin para dar paso al nuevo pentapartidismo, la capacidad de llevar la discusión a dos polos disminuyó. En el pentapartidismo español, el populismo europeo contemporáneo tuvo clara cabida, tanto desde la izquierda como desde la derecha, pues “el populismo revoluciona la política del Siglo XXI”, como ha afirmado Pierre Rosanvallon.
Contienda paritaria
De los seis partidos principales de la contienda, hubo tres candidatas. Cumplió así Madrid con la más básica de las paridades de género. Una de cada dos niños que nacen será mujer. Pero solo una de cada cuatro parlamentarios será mujer, y sólo cinco de cada cien presidentes serán presidentas. La brecha de género en la política es una realidad, y eso ocurre hasta en España, una de las sociedades más progresistas del mundo en términos de género.
Hoy sólo 1 de cada 10 españoles cree que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres, cuando hace apenas 25 años era 1 de cada 4. España ocupa el puesto número 14 en el ranking del más reciente estudio Global de Brecha de Género que realiza anualmente el Foro Económico Mundial, realizado entre 156 países.
Aún así, es uno de los 81 países donde nunca una mujer ha alcanzado la más alta magistratura (junto con Suecia, los Países Bajos y los Estados Unidos).
Sin duda, lo ocurrido en Madrid hace que muchos se estén preguntando si será ella.
Carmen Beatriz Fernández, profesora de Comunicación Política en IESA (Venezuela y Panamá) y la UNAV, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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