La muerte del candidato a la presidencia de la república de Ecuador Fernando Villavicencio es parte de las campanas que vienen redoblando desde hace décadas. Latinoamérica ha sido tomada por la violencia y la impunidad. La amenaza, el desquite, la incitación al odio y la muerte van por libre. En la narrativa patria o muerte, la vida pende de un hilo. ¿No hay responsabilidad de prevenir y proteger?
Es hora de que países amantes de la libertad, defensores de los derechos humanos y del imperio de la ley como Estados Unidos y Canadá junto con Europa revisen su “encantamiento” por esa “trova de izquierda”. La versión del socialismo en Latinoamérica dejó de ser “el breve espacio en que no estás” [Pablo Milanés].
Hace rato que Iberoamérica se convirtió en sangre, dolor y muerte, sea por pensar distinto, sea por hambre, miseria o corrupción… El socialismo portátil latinoamericano ha envilecido al hombre y desmantelado el Estado. Campea odio, pobreza, injusticia y anomia. Mientras las víctimas entierran a sus deudos o emigran, los socialistas de prosa y tocador disfrutan fortunas mal habidas, y de una exquisita impunidad.
Estamos a tiempo de revertir el caos. Lo primero es reconocer su dimensión. El foro de São Paulo y sus aliados son el epicentro de la mayor asociación para delinquir y profanar naciones que haya conocido el mundo. Ignorarlo es temerario.
La sinaloanización del continente
Fernando Villavicencio fue un periodista de investigación contra la corrupción y crimen organizado. Tenía en la mira al expresidente Rafael Correa, prófugo de la juesticia. Recientemente había afirmado que tenía en su poder documentos, grabaciones y audios comprometedores sobre negocios petroleros
Villavicencio deja cinco hijos nacidos de su unión con Verónica Sarauz. Fue diputado de la disuelta AN de Ecuador [2021], y figuraba entre los candidatos con buen chance para las elecciones presidenciales del 20 de agosto en Ecuador.
La cultura del sicariato no ha sido notoria en Venezuela o Ecuador. La hemos visto correr con preocupante impunidad en México y Colombia. Pero en países como Nicaragua, Venezuela, Perú, Bolivia y Ecuador, donde circula la droga “a puerta abierta”, el tráfico de oro, minerales, personas o petróleo, la justicia va a puerta bloqueada y la vida de aquél que ponga en riesgo esa servidumbre de blanqueo, trata y colusión, vale una encomienda. Esta es la consecuencia del Estado ausente, secuestrado por el terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado.
“En todas partes se cuecen habas», dice el refrán. La gran mayoría de los gobiernos de la Latinoamérica de son crudas réplicas unos de otros. Cofradías de raíz, tronco, ramas, hojas y fruto de inquina, odio, corrupción y reparto. Han sinaloanizado el continente. Han convertido cada país en botín.
A excepción de Estados Unidos, Chile, Uruguay, Paraguay, EL Salvador, Panamá, Costa Rica y Canadá -¿por ahora?- la región está minada de crimen organizado, contrabando, droga y trata de niños y mujeres. Gobiernos sin justicia que al decir de san Agustín son gobiernos de bandas de ladrones.
Tiempos de paz y redención vs la anomia asiliente
Creo que es tiempo de dejar de lado los eufemismos revolucionarios. El mundo ha madurado y ha aprendido a amar en vez de odiar. Ha desarrollado los más elaborados conceptos sobre convivencia, tolerancia, justicia social, paz, perdón y derechos humanos.
Desde la Francia de la posguerra, de Gaulle, la quinta república y la reforma constitucional del año 2000 [sistema mixto presidencial y parlamentario], la izquierda progresista y liberal, también la derecha francesa, han entendido que la vida, la libertad y la dignidad del hombre son derechos esenciales que preexisten al propio Estado.
Diestros y siniestros conviven bajo la autoridad superior de los derechos fundamentales del hombre. Entienden que justificar revoluciones de hambre, desolación y muerte es justificar el estado ausente, la degradación del hombre por ausencia de normas, leyes y convenciones. Es la anomia asiliente, el nihilismo, la negación del individuo como parte de una sociedad organizada. La marginación y la exclusión por pensar diferente.
Contra ese atropello crónico, la redención y la justicia son las herramientas para reconstruir el Estado. Nadie dispone de la vida de otro. Nadie dispone de la libertad ni la dignidad del hombre.
Atrás quedaron los Comités de Salud y las arremetidas jacobinas. Sentencia Isaías Berlín: “Todas las formas de alterar a los seres humanos, atacarlos, moldearlos contra su voluntad según su propio patrón, todo control de pensamiento y condicionamiento es, por lo tanto, una negación de eso que hay en los hombres que los hace hombres y sus valores últimos”.
¿Libertad para los lobos y la muerte para las ovejas?
Por más de seis décadas la “revolución cubana” ha sembrado muerte, hambre y desolación. ¿Cuánto lo ha querido comprender Francia? ¿Cuánto lo tolera Europa? ¿Cuántos caudales de sangre ha visto correr la igonorancia que deriva del propio poder? Ignorancia deliberada que ha permitido una peligrosa danza con lobos. El resultado: la muerte de “las ovejas” (el asesinato de Galán, Coloso, Villavicencio, de Nisman, Payá, Baduel o Gabela). La caída de inocentes, de nuestros jóvenes, de sus madres, de nuestros viejos jubilados y de los abandonados en las casas de cartón.
Que nadie piense que esa oleada de violencia e impunidad no llegará como masas de almas desplazadas buscando un norte, un futuro… Cerrar fronteras es cambiar el sofá, los lobos siguen libres. Lo dijo el mismo Silvio: “La libertad nació sin dueño, y yo quién soy para colmarle cada sueño, y yo quién soy para colmarle cada dueño”.
Han transcurrido años desde que Nelson Mandela, en su condición de presidente de la República de Sudáfrica, dirigió la palabra a los jefes de Estado y de Gobierno de la entonces Organización de la Unidad Africana. En su discurso, Mandela se concentró en uno de los grandes dilemas que ha enfrentado el mundo desde el fin de la guerra fría: Si es admisible la intervención de fuerzas externas en los asuntos internos de un Estado cuando su población civil sufre violaciones de los derechos humanos a gran escala y ese Estado no puede, o no quiere, cumplir su responsabilidad de proteger a su propio pueblo.
El deber de prevenir y proteger
Procurando apartarse de la polémica noción del droit d’ingérence del decenio de los noventa, con la norma de la responsabilidad de proteger intentó replantear la cuestión en términos de responsabilidad y protección y no del derecho a intervenir. La perspectiva era que no se siguiera considerando, como en el pasado, que si un Estado dejaba de proteger a sus ciudadanos ese era un asunto que a nadie incumbía.
Durante la Cumbre Mundial de las Naciones Unidas de 2005, los líderes mundiales acordaron una interpretación restrictiva y estrecha de la responsabilidad de proteger, basada en el informe sobre esta norma preparado por la Comisión Internacional sobre Intervención y Soberanía de los Estados. En el informe de Canadá se declaró que cada Estado tenía la responsabilidad de proteger a su población del genocidio, los crímenes de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad.
También se señalaba que la comunidad internacional estaba dispuesta a tomar medidas colectivas por conducto del Consejo de Seguridad y de conformidad con la Carta, según las circunstancias de cada caso y de manera oportuna y decisiva. Se hacía mucho hincapié en la importancia de la prevención de los conflictos y en que los Estados prestarán asistencia a los Estados en que hubiera situaciones de tensión antes de que estallara una crisis o un conflicto.
Responsabilidad de prevenir y proteger: letra muerta
En 2006 el Consejo de Seguridad reafirmó esas disposiciones al aprobar la resolución 1674, sobre la protección de los civiles en los conflictos armados, y su resolución 1706, sobre el despliegue de una fuerza de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz en Darfur (Sudán).
Transcurridos 18 años, la responsabilidad de prevenir y proteger es letra muerta. Fue sembrada como flor en el desierto. Los deseos de Kofi Anan desde la secretaria general de las la ONU [2005] y el desarrollo de la diplomacia de paz canadiense han quedado inermes frente a las agresiones del Estado contra civiles en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Cuba
El Soft Power demostrado por Lester Pearson durante la crisis del Canal de Suez en 1956, el deber de prevenir y proteger a la humanidad, que es anteponer los derechos humanos, a la soberanía de Estado cuando este se convierte en lobo depredador, la viví como embajador de Venezuela en Canadá, en términos de legitimar una solución pacífica y restauradora. Pero la buena voluntad de Canadá fue superada por la ausencia de un tratado de responsabilidad de proteger sobre injerencia legítima en caso de atropellos de los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad.
Entonces, gobiernos criminales y fallidos toman control del Estado y sus instituciones bajo la égida del concepto de soberanía y no intervención. Una perversa contradicción entre derechos humano e integridad republicana. Un mundo globalizado en términos de comunicación, cultura y usos mercantiles que no globaliza la justicia y el orden público internacional a la misma velocidad que lo hace el crimen organizado trasnacional.
El crimen va más rápido que la justicia
La diplomacia de “mesas de trabajo o mesas redonda de pacificación”, cuando se hace lenta e ineficaz, le cuesta la vida a millones de inocentes. El deber de prevenir y proteger también es un mandato de la carta magna que dispone “reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas; a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional [preámbulo] mediante “la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión.”
En la comunidad de naciones debe prevalecer la justicia, el diálogo y la paz. ¿Pero qué hacer cuando se agotan y la justicia internacional va despacio? ¿Cuándo el concepto de pacificación lo que trae es apaciguamiento y represión? ¿Cuándo luchar genuinamente por la vida, la libertad y la verdad tiene como respuesta la amenaza y métanse sus observadores por el paltó o emplazar socialismo o muerte?
Nos cantaba Milanés: “Yo no te pido que me bajes una estrella azul. Solo te pido que mi espacio llenes con tu luz”. Luz que es compañía, que es libertad… Libertad sin dueño. Parafraseando a Berlín, cuando ganan los lobos y mueren las ovejas, nos quedamos solos.