La lepra es un castigo de Dios se creyó durante siglos. En la antigüedad, quienes padecían la enfermedad eran execrados de la sociedad. Se les obligaba a anunciar su presencia con una campana. Vivían fuera de las ciudades. Para los primeros cristianos, solo el perdón del propio Jesús liberaba a estas atormentadas almas. La ciencia ha avanzando mucho desde entonces. El conocimiento público no tanto.
Fue en 1873 cuando el médico noruego Gerhard Hansen vio el bacilo de la lepra bajo el microscopio y demostró que era una enfermedad infecciosa, no una maldición. Como homenaje a este gran investigador, la enfermedad ahora lleva su nombre.
A pesar del descubrimiento, los leprosos continuaron siendo tratados mediante el aislamiento en campamentos de confinamiento, lejos de los asentamientos humanos. Si bien la ciencia ha avanzado, a la humanidad le ha costado dar un paso más para hacerle frente al bacilo.
Un historia terrible
La lepra se originó en África o Asia, pero llegó a Europa a través de los ejércitos conquistadores de Alejandro Magno, alrededor del año 300 a.C. Asoló Europa y Oriente Próximo desde la temprana Edad Media hasta cerca del año 1870.
Durante este período, el hacinamiento, el saneamiento deficiente y la desnutrición de los pobres que constituían la mayoría de la población contribuyeron a una alta incidencia de lepra. Pero la mejora de las condiciones socioeconómicas provocó una caída drástica del número de nuevos casos.
La lepra llegó a América del Sur de los invasores coloniales, principalmente a través de esclavos africanos. A lo largo de gran parte de la historia mundial, la lepra fue incurable y desfigurante, lo que provocó el sentimiento de horror y miedo con el que se miraba a los leprosos.
Un lento avance
Se dio un gran paso adelante con el descubrimiento en 1940 de que las sulfonas eran efectivas en el tratamiento de la lepra, tanto que el aislamiento no era necesario. El paciente se volvió rápidamente no contagioso.
A pesar de este hallazgo, la mayoría de los pacientes de todo el mundo permanecieron confinados en las colonias de lepra. Las sulfonas tenían el grave inconveniente de que se requería un ciclo de varias inyecciones dolorosas.
Los casos nuevos de lepra están disminuyendo, pero no al ritmo previsto. Para acelerar la disminución anual, los países deben evaluar los contactos y tratar a los contactos elegibles con rifampicina -un agente bactericida de amplio espectro- en dosis única. Es la recomendación de la Organización Mundial de la Salud.
Además de mantener la detección de casos, la localización de contactos y el tratamiento, todos los países deben adoptar enfoques innovadores.
En 2019, se detectaron un total de 202.185 casos en el mundo. Brasil, la India e Indonesia encabezaron la lista con más de 10.000 casos cada uno, mientras que otros 13 países notificaron entre 1.000 a 10.000 casos cada uno.
También en 2019 hubo 6.506 casos nuevos de lepra menos que en 2018. La disminución se produjo en todas las regiones, pero principalmente en Asia Sudoriental: se notificaron 4.708 casos menos.
Pobreza e ignorancia
El lento camino hacia la erradicación total y definitiva de la lepra enfrenta dos grandes obstáculos: la pobreza y la ignorancia. La mayor incidencia ocurre en los países más pobres. La pobreza está ligada a condiciones de vida insalubres, hacinamiento, falta de servicios básicos -especialmente agua corriente- que son circunstancias particularmente favorables para la aparición y propagación de la enfermedad. Dado que es una bacilo y no un virus, no puede erradicarse con una vacuna, como sí ha sido posible con el sarampión, la tifoidea, la viruela o la varicela.
Por otro lado, la ignorancia hace que las personas enfermas no acudan al médico. Muchos piensan que se trata de un castigo de Dios. Entonces optan por encerrarse o aislarse. Y dado que el resto de la población piensa lo mismo, se les execra, como se hacía hace siglos. Entonces, es necesario invertir en educación.
Tristemente, mientras persista la creencia en el castigo divino como el origen de la lepra, serán muchos los que prefieran clamar inútilmente por piedad. Mientras, más cerca de lo que creen, los servicios médicos, las medidas de prevención y los antibióticos -las únicas armas efectivas contra la enfermedad- esperan para ayudarles. Pero la pobreza y la ignorancia les impide tomarlas.
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