Los problemas entre los indo-étnicos, afroguyaneses y los indígenas, entre los que impulsan rescatar a los hombres del azúcar para integrarlos a los sectores públicos y de servicios, y los que consideran que hay que subsidiar las granjas de cañas como una forma de mantener vivas a las comunidades rurales, además de que nueve de cada 10 vivan por debajo o cerca del nivel del mar, han hecho de Guyana uno de los países más pobre del continente americano. Pero eso está cambiando.
El auge de su creciente industria petrolera, que permitirá un crecimiento exponencial de su economía, incide en que cada vez más los cambios se vayan presentando. En medio de arbustos, canales de riego y campos de caña silvestre, se han levantado en pocos años almacenes y edificios de oficinas que prestan servicios a compañías petroleras internacionales.
“La gente está pasando de cortar caña a hombres de negocios», dijo Mona Harisha, dueña de una tienda local, quien considera que las petroleras han traído empleos y mejores carreteras. También nuevos negocios y están impulsando un aumento en los precios de las vivienda.
Aunque la transformación en una economía petrolera pueda llenar de optimismo a muchos, a menudo se puede mezclar con el fatalismo, sobre todo en la finca azucarera abandonada de Houston, que una vez fue hogar para cientos de familias, pero que ha sido absorbida gradualmente por la expansión de Georgetown, la capital.
Como la mayoría de los residentes de Houston, los antepasados de Harisha llegaron a Guyana como trabajadores contratados de la India a fines del siglo XIX para reemplazar a los africanos esclavizados en las plantaciones de azúcar después de que los británicos, que luego gobernaron Guyana como una colonia, abolieron el comercio de esclavos.
La apuesta a la industria petrolera en Guyana
Cuando los contratos de los trabajadores indios expiraron, algunos se quedaron, convirtiéndose en el grupo étnico más grande de Guyana, ayudando a formar una cultura única y vibrante, que mira hacia el Caribe en lugar de sus vecinos latinoamericanos.
Si bien los efectos de los descubrimientos de petróleo gigantes en la costa de Guyana son más evidentes en Georgetown y sus alrededores, ahora también comienzan a extenderse un poco más allá de la capital.
Jason Bobb-Semple, de 25 años, es un joven que ve en el petróleo una oportunidad. Solicitó un préstamo gubernamental de 3.000 dólares, construyó una pequeña granja avícola y compró 4.000 polluelos para satisfacer lo que espera sea una creciente demanda de alimentos en un país en rápido desarrollo.
«Después de todo este petróleo la gente querrá comer. Estas son mis esperanzas», dijo a Anatoly Kurmanaev, de The New York Times.
La energía emprendedora de los guyaneses que buscan beneficiarse del auge petrolero contrasta fuertemente con la profunda depresión, tanto económica como psicológica, que controla el cinturón azucarero rural, que ha impulsado la economía de este país desde el siglo XVII.
La decisión del actual presidente, David A. Granger, de cerrar la mayoría de las plantas de procesamiento de caña de propiedad estatal no rentables de Guyana en 2018 dejó a unos 7.000 trabajadores azucareros desempleados, devastando las regiones circundantes como por ejemplo la fértil tierra de Skeldon en pueblos fantasmas.
“Este país fue creado de azúcar. Viví mi vida en esa industria”, dijo Ferdinand Guptar, un cortador de caña desempleado de 59 años, que ahora realiza las tareas domésticas de su esposa mientras ella limpia los pisos de una escuela.
Represión económica selectiva
Esos despidos inflamaron las tensiones étnicas, con los trabajadores azucareros principalmente indo-guyaneses acusando al gobierno predominantemente negro de Granger de represión económica selectiva.
«A veces no se trata solo de la rentabilidad, sino de la calidad de vida de las personas», dijo David Armogan, gobernador de la región de Skeldon, quien se opuso al cierre de las plantas azucareras.
Estas tensiones étnicas alcanzaron un punto álgido durante las elecciones del 2 de marzo, cuyas secuelas se han convertido en una disputa amarga e inconclusa entre Granger y el principal partido de oposición respaldado principalmente por indios étnicos. El resultado permanece indeciso y el país aún se encuentra en un punto muerto político.
Las apuestas financieras del conflicto político son enormes, ya que se espera que los ingresos del petróleo generen decenas de miles de millones de dólares en ingresos en las arcas del gobierno en los próximos años.
Las primeras exportaciones de petróleo a pequeña escala comenzaron en enero, pero ya el Fondo Monetario Internacional proyectó un crecimiento de su economía de un 86%. No obstante, el colapso de los precios, la pandemia por el COVID-19 y la parálisis política afectarán las estimaciones.
Las perspectivas de crecimiento a manos de la industria petrolera, uno de los principales impulsores del calentamiento global, también vienen atadas a un importante impacto en el medio ambiente que se debe gerenciar.
«La gente no hace la conexión entre las mareas crecientes y el combustible fósil. A menos que tengamos una conversación nacional real, utilizaremos los ingresos del petróleo para construir muros de contención más altos», dijo Annette Arjoon, una empresaria local y ambientalista.
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