La Real Academia de Española propone (entre otras) como definición de pensamiento el “formar o combinar ideas o juicios en la mente”. Descifrar la mente ha sido un reto humano desde hace siglos. Hace aproximadamente 2500 años el buda Sakyamuni aseveraba que “ni el peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos”.
Nuestra visión mecanicista y localicionista del cuerpo nos ha llevado a ubicar la mente en el cerebro, generando una separación arbitraria y cuasi dicotómica entre nuestra masa encefálica y el resto del cuerpo humano: cuerpo vs mente.
Hoy ya sabemos que esta separación no existe. Es evidente que nuestro cuerpo no puede funcionar sin involucrar algunas áreas cerebrales y que nuestro cerebro necesita del cuerpo para un correcto funcionamiento (desde la captación de información del exterior, hasta la absorción de nutrientes para su funcionamiento). Por eso que desde hace unos pocos años la ciencia habla de la mente corporeizada (embodied mind) concibiendo cuerpo y mente como una unidad funcional indisoluble.
Teniendo esto en cuenta, sería una propuesta interesante analizar el efecto del pensamiento (como combinación de ideas puramente mentales) sobre el cuerpo para poder evidenciar si elegir un pensamiento frente a otro produce una respuesta corporal diferente.
En el año 2012 en la Universidad de Harvard tomaron como base la teoría de que la modificación de nuestra forma de pensar sobre nuestra respuesta corporal podía mejorar la respuesta fisiológica y cognitiva ante eventos estresantes. Realizaron un experimento en el que se educó a un grupo de personas a reevaluar (generar unos nuevos pensamientos ante un estímulo) su propia respuesta corporal ante el estrés.
En este proceso se llevó a un grupo de participantes a evaluar la respuesta de estrés como algo funcional y adaptativo ante una situación externa, mientras que al otro grupo (grupo control) no se le instruyó en modo alguno, se dejó que sus pensamientos fueran los habituales respecto de su respuesta corporal.
El resultado del experimento mostró que los participantes instruidos en reevaluar o “repensar” la alerta corporal como necesaria y funcional mostraron un aumento de la percepción de recursos disponibles ante el estrés, un mejor funcionamiento cardiovascular corporal en el momento del estrés y un menor sesgo atencional hacia la amenaza (mirar menos al problema y más a la solución).
Entonces, ¿hasta dónde nos afectan nuestros pensamientos? Seguramente más de lo que “pensamos” o queremos creer.
En un estudio de este año en la Universidad de California se examinó si la capacidad para reevaluar las situaciones y la tendencia personal a hacerlo se relacionan directamente con el estrés percibido y el bienestar personal. Los datos sugieren de manera clara que la autopercepción de la capacidad de reevaluar las situaciones es más predictiva que las habilidades específicas de las propias personas, es decir, que la sensación personal de ser capaz de cambiar la manera de pensar ante una situación de estrés es más determinante que el hecho de tener o no habilidades específicas para afrontar esa situación.
Estos dos estudios son ejemplos a través de los cuales trato de ilustrar los efectos que pueden tener en nuestro propio cuerpo pensar de un modo u otro. ¿Por qué?
Nuestra mente se estructura desarrollando asociaciones de conceptos a través de los cuales atribuimos un valor (a las personas, situaciones, objetos…). Así, cuando asocio el término “agradable” o “desagradable” con algo, ese pensamiento carga valor a lo relacionado y esa valoración da una relevancia personal a lo valorado lo cual producirá una emoción.
Si yo te propusiese que en este momento cierres los ojos y pienses en la comida más deliciosa que has probado en tu vida y que prestases atención a la respuesta corporal a ese pensamiento te darías cuenta de que el pensamiento genera cambios en tu cuerpo asociados a su respuesta.
Del mismo modo que si te propusiese que pienses en la comida más repugnante que has probado en tu vida rápidamente notarías que hay una respuesta corporal muy diferente.
Atribuir un valor “delicioso” vs “repugnante” a algo está vinculado a una respuesta emocional instantánea. En este caso delicioso nos remite a una experiencia emocionalmente placentera, mientras que repugnante nos vincula a la emoción del asco con las respuestas físicas incluidas en cada una de las experiencias emocionales.
Vayamos un paso más allá. Observemos con uno de nuestros ojos la situación que tenemos delante: la pandemia, mientras que con el otro ojo tomemos nota de los pensamientos que van apareciendo en nuestra mente hacia la capacidad personal ante la situación.
Haciendo un ejercicio de reduccionismo podemos agrupar los pensamientos en 2 grupos muy genéricos: amenaza (A) o reto (B).
La opción A de pensamientos estaría relacionada con sentir que uno no es capaz de afrontar esta situación, bien porque interpreta que no tiene recursos para hacerlo o porque se ve incapaz de obtenerlos. “Yo no puedo”, “es imposible”, “me supera” son la clase de pensamientos asociados a esta opción A que generan una percepción amenazante de la situación.
La opción B abarca pensamientos de capacidad personal en el afrontamiento de la situación. Pensar que uno tiene recursos de afrontamiento o en su ausencia “pensarse” capaz de obtenerlos por alguna vía genera una mirada de desafío hacia la situación.
Vemos como ante una misma situación pensar de un modo u otro da forma a un tipo de evaluación completamente diferente: amenaza o reto.
¿Cómo va a influir esto en nuestra salud? En un ilustrativo estudio realizado en la Universidad de Bochum (Alemania) se presenta el coste corporal que genera la diferencia en la respuesta ante una situación en función de su evaluación.
La evaluación (asociación de pensamientos hacia la situación) amenazante de la situación genera una respuesta de estrés en la que hay una hiperactividad de la alerta, lo cual es lógico ante una amenaza. Esto implica una mayor secreción de adrenalina, noradrenalina y cortisol que a corto plazo genera síntomas tan evidentes como un aumento desproporcionado de la tensión arterial o la frecuencia cardiaca, mayor tensión muscular o afectación del sueño.
A la par, y muy importante, la percepción amenazante de una situación inhibe las conductas de afrontamiento, lo cual impide tomar decisiones resolutorias y alargan hasta una posible cronificación el problema.
La percepción de esa misma situación como un reto activa nuestro cuerpo de un modo diferente. la respuesta de nuestros ejes de estrés es equilibrada con uno niveles de cortisol, adrenalina y noradrenalina óptimos que preparan nuestro cuerpo para la acción. Esto potencia nuestra toma de decisiones y la elección de conductas de afrontamiento que en un plazo más o menos largo concluirán en la resolución.
EL RETO DE MODIFICAR NUESTROS PENSAMIENTOS
En nuestro cerebro cada palabra es mucho más que una asociación de letras. La palabra es el código a través del cual simbolizamos lo nombrado dotándolo de una carga emocional personal.
Bastaría sentir nuestro cuerpo cuando pensamos “yo no puedo” y compararlo con la respuesta emocional de pensar “soy capaz”. El lenguaje en este caso está asociado de un modo determinante a cómo responderá nuestro cuerpo ante el pensamiento.
Una estrategia utilizada para trabajar sobre las creencias personales es la modificación del lenguaje. Es evidente que un simple cambio de palabras no va cambiar nuestra reacción corporal, incluso sería contraproducente mentirnos a nosotros mismos y repetir mentalmente cien veces “soy capaz” cuando internamente sentimos que no lo somos. El autoengaño no funciona porque genera una disonancia cognitiva, una incongruencia entre las creencias y la actitud real interna.
Sin embargo, encontramos una opción intermedia en la que la variación del lenguaje no lleva al autoengaño y es encontrar palabras que abran una posibilidad a intentarlo. Pasar del “yo no puedo” a “voy a intentarlo y veré que ocurre” abre una puerta a la puesta en movimiento, sin engañarnos a nosotros mismos, y nos permite empezar a modificar la perspectiva personal de la situación.
Te invito a que tomes conciencia de que pensamientos surgen hacia ti cuando te planteas mirar de frente a la pandemia, date un tiempo para observar las palabras que de manera involuntaria aparecen en tu mente, sabiendo que no tienes por qué ser esclavo de tus propios pensamientos. Y cada vez que descubras que de tu mente surge algún tipo de limitación, encuentra un lenguaje abierto al intento que te permita pensar la situación como tu próximo reto.
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