Utilizado por las culturas de África tropical para ritos de iniciación y en ceremonias de sanación, la iboga está ganando la aceptación en otros usos. Su principal alcaloide, la ibogaína, se está empleando en procesos de antiadicción para los consumidores de coca y otras drogas. En algunos países ya se comercializa sin haber esperado los resultados asertivos de los ensayos de laboratorios y de los reguladores sanitarios.
La iboga es la corteza de la raíz de la Tabernanthe iboga. Una planta que crece en la región occidental de África y es utilizada tradicionalmente en celebraciones de paso y de curación. La ibogaína se ha utilizado desde los años sesenta para el tratamiento de las adicciones.
El ritual alrededor de la iboga lo despliegan los pigmeos de Camerún, Guinea. También en Congo y en Gabón, especialmente las tribus Fang y Mitsogo en la cultura Bwiti. Dura cinco días y se desarrolla una transportación de la muerte y el renacimiento, cuidadosamente guiado por la comunidad. Se realiza la muerte simbólica del adolescente o del mal, que ceden el paso al nacimiento del adulto o de la persona sana.
De África, la planta se dio a conocer en Estados Unidos en 1962. Entonces, Howard Lotsof, un joven de Nueva York adicto a la heroína, junto con seis compañeros también adictos, llevó a cabo un experimento. Ingirieron ibogaína y al día siguiente, seis de los siete amigos dejaron de consumir heroína. No tenían síndrome de abstinencia ni deseo de consumo.
En los años siguientes, los esfuerzos para conseguir que la ibogaína fuese considerada una alternativa válida de tratamiento de la adicción a opiáceos obtuvieron escasa respuesta.
La ibogaína y sus propiedades de antiadicción
En 1993, la FDA aprobó un ensayo clínico de fase 1, que concluyó luego del primer tratamiento debido a conflictos relacionados con patentes. En 1995, el NIDA (National Institute of Drug Abuse) decidió no continuar apoyando la investigación con la ibogaína en la antiadicción. Pero los grupos de consumidores de drogas y las organizaciones activistas promovieron su uso y la pusieron a disposición del público en contextos alternativos no clínicos.
El número de proveedores de tratamiento y su demanda por parte de adictos a las drogas ha crecido de manera exponencial en los últimos 10 años. Hay clínicas de ibogaína en Brasil, México, Canadá, Tailandia y Sudáfrica, y proveedores de tratamiento en todo el mundo. En el año 2009, Nueva Zelanda fue el primer país del mundo en aceptar la ibogaína como un medicamento.
Sobre sus efectos surgen varias opiniones. Hay quienes aseguran que es un alucinógeno que estimula el sistema nervioso central y en altas dosis puede provocar convulsiones, arritmias o incluso paro cardiorrespiratorio.
Otros, como Iceers advierte que induce una experiencia introspectiva que con frecuencia se refiere como profundamente psicoterapéutica. Comúnmente se le llama “onírica”, ya que a menudo procura visiones de ensueño, aunque este no es siempre el caso. Añade que experiencia con ibogaína no es alucinógena, el individuo es siempre consciente de dónde está.
De los tantos estudios y testimonio realizados, la iboga parece útil en la adicción a opiáceos. Y en menor medida (y con mayores riesgos) en el tratamiento de la adicción a cocaína y anfetaminas. La ibogaína no disminuye el síndrome de abstinencia del alcohol ni de las benzodiacepinas. Aunque ha disminuido la ingesta de alcohol en estudios con animales, y hay reportes anecdóticos en humanos.
Algunos hallazgos sin confirmar
La iboga tiene efectos neuroregeneradores debido a sus complejas interacciones con distintos sistemas de neurotransmisores. La ibogaína regula el sistema dopaminérgico a alza e incrementa la producción de GDNF. La proteína que promueve la supervivencia de determinadas neuronas y que provoca un estado particular de neuroplasticidad.
Esta combinación de efectos reduce el deseo de consumir determinadas sustancias y promociona la adquisición de nuevos comportamientos. Esto hace presumir que la ibogaína es una herramienta para la antiadicción a sustancias como las comportamentales, cuando se utiliza desde una perspectiva completa y adecuada.
Mientras algunas personas pueden resolver su adicción con una sola administración de iboga, para muchas otras resulta poco realista. «Los comportamientos habituales pueden estar fuertemente enraizados y los síntomas de abstinencia y el deseo de consumir pueden persistir, señala Iceers.
La ibogaína puede ser un interruptor de la dependencia y un catalizador de cambios. Y a veces permite tener comprensiones psicológicas profundas y promover la obtención de un mayor autoconocimiento.
Los médicos que han usado ibogaína para tratar a personas que se recuperan de la adicción a la metanfetamina informan tasas de éxito del 50-80%, indica American Addiction Centers. Sin embargo, la recuperación a largo plazo y la evitación de recaídas dependen en gran medida de ingresar a un programa de rehabilitación.
Distribución no autorizada
Desde el descubrimiento en 1962 de la ibogaína en los procesos para quitar la adicción, la aceptación mundial de su aplicación terapéutica y su desarrollo como medicamento ha sido muy lento.
La ibogaína no está en las listas internacionales de sustancias psicotrópicas controladas de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de las Naciones Unidas. Se distribuye en forma ilegal en Estados Unidos, Australia, Bélgica, Francia, Suiza, Suecia, Polonia, Dinamarca y Hungría e Israel. En 2017, el departamento de salud de Canadá añadió la ibogaína a la lista de medicamentos sujetos a prescripción, aunque añadía que “no estaba autorizado su uso en Canadá”.
La iboga es una sustancia psicoactiva relativamente poco usual entre los círculos de usuarios de estas plantas. No es una sustancia que se ofrezca habitualmente en el mercado negro, y solamente existe un cierto intercambio en los círculos de consumidores de opiáceos.
Suele administrarse en centros o clínicas especializadas en el tratamiento de desintoxicación. El espectro de estos centros es muy variado, desde clínicas legales que anuncian sus servicios abiertamente y cuentan con equipo y personal médico. Hasta proveedores individuales que proporcionan la ibogaína en apartamentos o casas rurales a personas que buscan un tratamiento de desintoxicación.
Existen círculos en los que se utiliza la ibogaína con intenciones introspectivas, chamánicas o espirituales. Y se realizan retiros en un contexto más orientado al crecimiento personal.
Lo cierto es que no es recomendable para pacientes con cáncer, desvanecimientos crónicos, diabetes, enfisema, epilepsia, enfermedades del tracto intestinal, Así como con VIH, SIDA, hepatitis C, problemas renales, de tiroides, temblores, tuberculosis y úlceras.
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