Por Gonzalo Toca
26/11/2016
Los grandes bancos internacionales, BBVA y Santander incluidos, están dando pasos para evitar que la incipiente revolución tecnológica de su sector se los lleve por delante o, como mínimo, les haga daño. Se adaptan como pueden financiando negocios innovadores, explorando la creación una moneda digital propia o apostando por una tecnología asociada a bitcoin llamada blockchain.
Como recuerda Jorge Ordovás, director del postgrado de experto en Medios de Pago, Bitcoin y Blockchain de la Universidad Europea de Madrid, blockchain es, en esencia, “una base de datos distribuida que evita manipulaciones y duplicados”. Es distribuida, porque no existe una sola base de datos sino muchas coordinadas en tiempo real; es difícil de manipular precisamente porque es distribuida y porque, una vez que se toma una decisión, no se puede desprogramar y la inteligencia artificial la ejecuta sin intervención humana; y evita los duplicados porque los archivos que se envían (sean monedas o de cualquier otro tipo) ni pueden reproducirse ni dejan una copia en el ordenador de origen.
Una vez que lo peor de la crisis ha pasado, parece asombroso que las entidades financieras puedan sentir miedo, pero lo sienten. En concreto, temen que un nuevo jugador, sea una startup o una empresa enorme de Silicon Valley como Apple o Google, se alíe con un gigante bancario tradicional, con uno de los suyos, para arrebatarles el inmenso mercado de los millennials –generación nacida a partir de los años 80– de los pagos mediante el móvil y de las transferencias y compraventas de activos financieros internacionales.
Tienen, además, otro motivo para la angustia. Necesitan digitalizarse y abrazar las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial a marchas forzadas pero evitando cualquier error que pueda provocar desconfianza entre unos clientes y accionistas a los que la crisis les ha enseñado que las grandes entidades también pueden quebrar.
Son conscientes también de que la digitalización masiva puede ayudarles a reducir drásticamente sus plantillas y que las monedas digitales propias limitarían la influencia de los estados en sus negocios, dos aspectos que a los políticos y los reguladores de los países donde operan no les van a gustar.
Por si fuera poco, la guerra con Silicon Valley y su fail fast, fail often –falla rápido, falla a menudo– es asimétrica, porque las startups (y los propios Google o Apple) tienen todo el margen que les procure su financiación para explorar nuevas vías y modelos, mientras que el club de los grandes bancos debe andar con pies de plomo, porque sus clientes les confían sus ahorros porque son sólidos, conservadores y estables. No quieren ni oír hablar de aventuras o problemas informáticos. Por eso, la credibilidad de Deutsche Bank ha sufrido muchísimo por culpa de una transición digital atropellada y, por eso también, Reuters reveló en octubre que los bancos británicos denuncian muchos menos ciberataques de los que reciben.
El ahorro como objetivo
En un contexto como éste, Santander, Deutsche Bank, BNY Mellon o UBS han decidido diseñar una moneda digital que esperan que pueda ser aprobada por los reguladores. Alberto Gómez Toribio, que ha asesorado a entidades financieras en operaciones parecidas desde, por ejemplo, el laboratorio de innovación Nevtrace, asegura que los motivos son muy sencillos. Destaca entre ellos que “cuando los bancos quieren dinero, se lo piden prestado al central y le ofrecen una garantía” y que “si ellos tienen su propia moneda, entonces podrán intercambiarla con otras entidades sin necesidad de pedir un crédito al banco central y con una garantía más barata”. Se ahorrarán miles de millones.
También, advierte, desean provocar un “efecto red”. Es decir, intentan establecer un estándar al que tengan que adaptarse los demás con condiciones menos ventajosas que ellos. Si otros bancos y empresas quieren utilizar la moneda digital que a ellos les han aprobado y en la que ya confían particulares y empresas, entonces tendrán que pasar probablemente por caja igual que la industria discográfica y audiovisual lo hizo con Apple en los primeros años de iTunes.
Además, según Jorge Ordovás, el valor de esa moneda digital “podría ser más estable que el del euro o el dólar”, sometidos a manipulaciones y devaluaciones por parte de los estados para luchar contra la inflación o estimular el crecimiento. Una de las ventajas de bitcoin es que la oferta monetaria, uno de los principales determinantes del valor de una divisa, no se puede manipular fácilmente y es muy previsible.
Por supuesto, crear monedas no es la única estrategia de los grandes bancos en este nuevo escenario. Carlos Kuchkovsky, responsable de las principales iniciativas de la entidad en este campo en BBVA, asegura que su entidad “apuesta por blockchain y los contratos inteligentes y no por las criptomonedas, aunque invierta en startups que exploran las posibilidades de las monedas digitales”.
La inestabilidad y los escándalos de fraude de bitcoin han forzado la huida de muchas entidades, que no quieren que nadie –ni sus clientes, ni sus accionistas, ni sus reguladores– las relacionen con ella. Otra cosa es que no aprovechen las oportunidades que les ofrece blockchain, que saltó a la fama por su asociación con bitcoin aunque pueda utilizarse sin la detestada criptomoneda.
Los bancos ya están utilizando este sistema para compartir información sobre las transacciones financieras de sus clientes entre entidades y para experimentar con los llamados contratos inteligentes (los acuerdos alcanzados se programan y los robots se encargan de ejecutarlos) y los llamados tokens.
Se trata de unos productos digitales que representan, por lo general, una cantidad de monedas y billetes y que son más fáciles y más baratos de transferir que el dinero. Se pueden liquidar acudiendo a las entidades que los han emitido, se pueden utilizar como medios de pago entre empresas y pueden llegar a cotizar en el mercado alternativo. Carlos Kuchkovsky reconoce que en BBVA utilizan blockchain para “desarrollar productos financieros relacionados con los nuevos medios de pago en la economía colaborativa” o con “unas transferencias internacionales con mayor trazabilidad y más rápidas”. Parte de esta estrategia es defensiva.
El poder del usuario
Philippe Gelis, el principal ejecutivo de Kantox, una plataforma especializada en operaciones en divisas que ha cerrado transacciones por valor de 2.000 millones de dólares sólo seis años después de su fundación, asegura que las grandes entidades son vulnerables a startups como la suya, porque se enfrentan con lentitud a un entorno nuevo marcado por “blockchain, precios competitivos, criptomonedas y, sobre todo, por una por nueva relación con el usuario, que ahora exige operar cuando quiera, desde el dispositivo que desee y utilizando una plataforma más sencilla, más rápida y más transparente”.
Es una lucha por el poder entre Wall Street y Silicon Valley.