Por Gorka Landaburu
26/11/2017
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) se fundó en San Francisco el 24 de octubre de 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Un total de 51 países firmaron la carta de ingreso, en la que se comprometían a defender y respetar, como una asociación de gobierno global, la cooperación en asuntos del derecho internacional, la paz y la seguridad, el desarrollo económico y social, la acción humanitaria y los derechos humanos. Uno de los logros más importantes de la ONU se produjo en 1948 con la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La intención de los fundadores era manifestar su esperanza para que la nueva organización tuviera la capacidad de evitar guerras y genocidios tras las dos guerras mundiales.
Sin embargo, esa declaración de intenciones y todo el proceso de buena voluntad se esfumó en cierta medida con la posterior división del mundo y el inicio de la Guerra Fría, protagonizada por Estados Unidos y la Unión Soviética. La primera gran tensión entre ambos países, un enfrentamiento larvado que permanecería hasta la caída del muro de Berlín en 1989, a punto estuvo de provocar otro gran conflicto con la crisis de los misiles en Cuba en 1962.
A pesar de la ONU los conflictos han permanecido. Desde Moscú y Washington han intentando influir y entremeterse en todos los asuntos del planeta generando nuevos conflictos para consolidar su hegemonía y estrategia de enfrentamiento. Así lo destacábamos en Cambio16 en 1972 con el fin de la guerra de Vietnam y, en portada, el presidente de EEUU: “Ford y otras guerras”.
Es cierto que no se ha producido la tan temida III Guerra Mundial, y que la tensión entre las dos superpotencias se ha relajado, desde que la Unión Soviética ha abandonado el comunismo y Putin ha tomado las riendas de Rusia.
No obstante, permanecen demasiadas contiendas que siguen sin resolverse. El conflicto de Oriente Medio, que lleva varias décadas sin solución; las guerras fratricidas en África; la nueva amenaza de Corea del Norte y el terrorismo internacional son la prueba de que ni la ONU ni los tribunales internacionales están en la disposición de enmendar, corregir o dar respuesta por muchos Cascos Azules que se desplieguen.
El nudo gordiano de la ONU, y la causa que impide su emancipación es, sin lugar a dudas, su Consejo de Seguridad. Sus miembros permanentes –Estados Unidos, Rusia, Francia, Gran Bretaña y China– con derecho a veto bloquean toda posibilidad de acuerdo y de resolución, al menos que sea por unanimidad.
Este lastre merma al organismo internacional que hoy está compuesto por más de 190 países. Son muchos los que piden su reforma y una mayor representación. La mayoría desean que la ONU desempeñe un papel mayor o más efectivo en los asuntos mundiales. Los poderosos se inclinan por una ONU humanitaria; otros pretenden que se otorgue más poder a la asamblea general para potenciar su voz en los problemas del mundo, como el hambre o la discriminación… Es evidente que cada uno defiende sus intereses. El problema principal de la ONU, además de su representación y reorganización, es su inmensa burocracia que frena todo tipo de iniciativa. La ONU es a su vez, un enorme paraguas, incluso para países dictatoriales y los que no respetan los derechos humanos.
El debate queda abierto. Las Naciones Unidas deberían liderar y defender un mundo mejor organizado y más pacifico, es decir, contribuir a mantener la paz y el desarrollo. Al fin y al cabo, volver a los valores fundacionales.