Mustafá relata con desconsuelo casi infinito su huida a Irak. Renuente a dejarlo todo, tomó la decisión de escapar tras la escalada de bombardeos, de ruina y destrucción. Con esposa, cinco hijos y un sinfín de interrogantes, emprendió camino, como tantos millones de sirios, para poner a salvo a su familia de una guerra inmisericorde como todas, pero larga, complicada, fulminante.
Oriundo de Ras Al-Ayn, una ciudad en la línea de frontera entre Siria y Turquía, abandonó su casa en cinco ocasiones por los mismos temores. Pero regresaba. Tenía fe en que vendrían tiempos mejores.
El estallido feroz del armamento y la violencia continua los obligó a partir y de manera definitiva. “Es muy difícil que podamos volver. Hemos perdido nuestra casa, nuestros muebles, nuestra mercancía y nuestra tierra”.
Mustafá, su esposa e hijos, con otros casi 50 familiares, se unieron a un convoy de coches rumbo al pueblo de Tal Tamer. Sin embargo, ante la angustia de que se produjeran ataques, se dirigieron a la frontera iraquí en un viaje por etapas de casi 200 kilómetros, que duró cinco días y dejó a sus hijos aterrorizados.
“Esa experiencia afectó el estado mental de mis hijos. Ahora se asustan hasta cuando ven un avión civil sobrevolando”, contó visiblemente apenado en un vídeo que difundió la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). “Tengo 36 años, pero me siento como si tuviera 90. Y estamos hartos, muy hartos”, confió desencajado.
SOS, crisis humanitaria
Como Mustafá y Assma, una joven siria que también salió de su país de manera forzada a Jordania después de perder a su esposo, al hermano y a su padre en el conflicto, hay alrededor de 6,7 millones de sirios desplazados por esa cruenta conflagración que ya entró en su décimo año de miseria y desolación.
Acnur, que maneja las cifras de desplazados y refugiados, califica lo que sucede en Siria como uno de los mayores éxodos en la historia reciente. Los millones que han huido y siguen huyendo despavoridos han llegado a Irak, Líbano, Jordania, Egipto y, especialmente, a Turquía.
Hay cosas que no deberían cumplir años.
En 2011 estalló la guerra en Siria. Ahora se cumplen 9️⃣ años del conflicto.
El pueblo sirio no ha tenido un minuto de paz en este tiempo.
— Acnur/Unhcr Américas (@ACNURamericas) March 13, 2020
El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos calcula que entre marzo de 2011 (comienzo de la guerra) y el mismo mes de 2018 han muerto entre 353.593 y 498.593 personas. El Centro Sirio de Investigación en Políticas, por ejemplo, estima en 470.000 las víctimas mortales en ese período.
La mayoría de los desplazados son mujeres y niños. Normalmente hay corredores humanitarios donde cesa el fuego y se les permite salir, pero no tienen a dónde ir. Carecen de sitios donde estar a salvo. Los bombardeos son permanentes. Tampoco hay condiciones básicas de vida: alimentos, agua, abrigos, un techo, etc.
“Nadie en su sano juicio elige arriesgar su vida embarcándose a lo desconocido en un viaje plagado de peligros”, señaló Marianne Gasser, jefa de la delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja en Damasco.
En Siria, el fracaso de la diplomacia
Lo que comenzó como una protesta pacífica contra el presidente Bashar al Asad, en el primer trimestre de 2011, derivó en una brutal y sangrienta guerra civil con presencia directa de potencias regionales e internacionales que la han ampliado y enredado, con aportes de armas, recursos y cuotas de poder.
Vemos entonces cómo los Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudita se alinean a favor de los grupos opositores rebeldes. Mientras que Rusia e Irán apoyan la permanencia y la gestión del dictador sirio.
Han sido varios los intentos por declarar el cese del conflicto y muchas las alertas infructuosas de organizaciones mundiales. Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, ha insistido en distintas tribunas en poner fin a tantas muertes: “Estoy alarmada por el fracaso de la diplomacia, que debería anteponer la protección de los civiles a cualquier victoria política y militar”.
También condenó en los términos más enérgicos la persistente impunidad en las violaciones del derecho internacional humanitario cometidas por las partes en conflicto.
Mientras discurre lastimosamente el combate, la población siria busca refugio en países vecinos bajo el incesante hostigamiento de aviones, drones y demás armas sofisticadas y perfeccionadas. Incluso, el papa Francisco, que pide constantemente no olvidarse de Siria, denunció el uso de armas químicas en la contienda.
3,7 millones de sirios en Turquía
A Turquía han ido a parar cerca de 3,7 millones de sirios. Esta abrumadora presencia comenzó a crecer en el año 2013, cuando el presidente Recep Tayyip Erdogan adoptó la Ley de Protección Internacional y Extranjeros referida al asilo internacional y estableció la Dirección General para la Gestión de Migraciones.
Esa legislación le permitió a Turquía adoptar una política de puertas abiertas para los refugiados sirios y así otorgarles protección temporal, incluido el acceso a los servicios públicos básicos.
La masiva cifra de refugiados sirios ha impactado en la economía turca. En 2016 se creó el Fondo para Refugiados de la Unión Europea en Turquía, justamente para ayudar al país a sostener a esa amplia comunidad y, a cambio, evitar la migración irregular a Europa. El gobierno de Erdogan recibió importantes sumas de dinero, que fueron cuestionadas por algunos líderes ante la ausencia de una rendición de cuentas claras. La población siria permaneció bajo “protección temporal” y sin garantías de que su condición ciudadana mejoraría.
El presidente turco ha pedido compartir esos refugiados, en especial los que presentan una condición de vulnerabilidad, entre otros países europeos. Por supuesto, la comunidad europea se pone en alerta ante esos desplantes.
Ya en 2015 se agudizó lo que se llamó la crisis migratoria de Europa. Entonces se incrementó sin control el número de refugiados solicitantes de asilo, emigrantes económicos y otros en situación de vulnerabilidad. Ya sobrepasan el millón las personas que han surcado fronteras terrestres y se han lanzado al mar en busca de un horizonte óptimo y confortable para sus familias. Otras miles han muerto en el intento.
Crisis humanitaria, doblemente brutal
Al parecer, no ha sido suficiente el sufrimiento de los sirios en todos estos años. Les espera más. Erdogan anunció el 28 de febrero que Turquía no iba a contenerlos más en su territorio y que abría sus puertas para que salieran, como de hecho ha ocurrido con cientos de miles.
Otra huida, ahora a Grecia y a Bulgaria, con lo poco que cargan puesto y con angustia reflejada en su rostro. Con la vida en vilo.
Con esa decisión, el presidente turco dejaba de lado el acuerdo migratorio firmado con Bruselas en 2016 por el que recibió 6.000 millones de euros por concepto de ayuda para paliar la situación.
Los sirios, en su búsqueda de un país amigable donde asentarse, han encontrado la represión policial en Grecia. Entonces Erdogan acusó a las fuerzas de seguridad griegas de comportarse como nazis por usar la violencia contra los migrantes y advirtió que mantendrá su política fronteriza hasta que la Unión Europea acceda a sus peticiones. Esto es, que se logre una revisión de las aduanas y se avance hacia la adhesión plena de Turquía a la Unión Europea. En su defecto, que se le dé una nueva ayuda económica para atender a los refugiados. Estos hechos y estas exigencias ocurren a solo días de haberse suscrito un acuerdo entre los presidentes de Turquía y Rusia para el cese del fuego en Siria.
🔹 Michelle Bachelet dice estar «horrorizada» por violentos ataques en Siria » https://t.co/kxpB361CzZ pic.twitter.com/XoYB4Xkt3Q
— T13 (@T13) February 18, 2020
¿Otro acuerdo más?
Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin acordaron en Moscú detener, desde el 6 de marzo a la medianoche, todas las actividades militares en la zona de desescalamiento de Idlib, al noroeste de Siria, lugar de intensos combates.
Los dos países mantienen una aparente cercanía. En enero pusieron en funcionamiento un importante gasoducto que beneficiará a la región y convinieron en establecer un corredor de seguridad de seis kilómetros al norte y seis kilómetros más al sur de la autopista principal M4, además de patrullajes conjuntos.
El líder turco aseguró que el propósito principal del régimen sirio es despoblar Idlib y colocar a su país en una situación difícil bajo la presión de la migración. “Llevaremos a cabo el alto al fuego en Idlib, luego tomaremos otras medidas que decidiremos juntos rápidamente”, anunció.
Putin manifestó que los rusos no siempre están de acuerdo con los socios turcos en sus evaluaciones de lo que está sucediendo en Siria: “Pero en momentos críticos, basados en el alto nivel logrado en las relaciones bilaterales, hemos encontrado puntos en común sobre los asuntos controvertidos que han surgido para alcanzar soluciones aceptables”.
Una oportunidad a la diplomacia
Amparado en el acuerdo con Rusia y los términos que hicieron públicos, Erdogan viajó a Bruselas y se reunió con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y con los presidentes de la Comisión Europea y el Consejo Europeo, Ursula von der Leyen y Charles Michel, respectivamente.
En su intervención fue claro: “Turquía ha luchado contra las amenazas y peligros llegados de Siria durante nueve años exactamente. Somos el único país de la OTAN que ha luchado hombre a hombre. Tenemos 3,7 millones de refugiados. Esperamos apoyo concreto de nuestros aliados después de lo que Turquía ha hecho sola y con mucho sacrificio. Es esencial que los aliados muestren solidaridad sin condiciones políticas y sin discriminación. El apoyo que pedimos debe llegar sin retraso”.
La Unión Europea adelantó que revisaría el acuerdo migratorio acordado con Turquía en 2016 y si era el caso aplicaría las partes del pacto no cumplidas, sobre la base de la amenaza de Erdogan de seguir permitiendo el paso de migrantes a Europa hasta que la UE acceda a renegociar el acuerdo.
António Guterres, secretario general de la ONU, dijo que ese conflicto no tiene solución militar. Pidió a las potencias involucradas, “dar a la diplomacia una oportunidad para trabajar”.
Allá fuera, como si se tratara de un planeta de una dimensión inalcanzable, están Nasser, Samir, Ahmad, Ghada, Fátima y otros millones de compatriotas sirios soportando abusos, necesidades, maltratos, devoluciones en la frontera, y con familias separadas, incompletas, mutiladas, que reclaman justicia y respeto de los derechos humanos. Con el ánimo bajo mínimos: “Ya no podemos más, necesitamos ayuda”, rogó Imán con su niño enfermo.
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