Por Juan Emilio Ballesteros
07/04/2018
Para acercarse al mundo de Tolkien solo se requiere una buena dosis de imaginación. Pero sumergirse en los mitos y leyendas de la Tierra Media para ampliar el universo fantástico de héroes y malvados, guerreros y batallas, hadas y magos, el objeto luminoso y la eterna lucha por el poder entre el bien y el mal exige cierto conocimiento de la historia creada por este profesor de Oxford que consiguió llevar la literatura fantástica a su máxima expresión. Un alarde creativo que equipara la vida de sus protagonistas de ficción a los personajes de la antigüedad clásica enfrentados a un destino ineluctable.
Ese escenario mágico nos resulta tan familiar como cercano, fundamentalmente gracias a la divulgación cinematográfica de la obra a cargo de Peter Jackson, director de El Señor de los Anillos, El Hobbit y Los hijos de Húrin. Y son precisamente los detalles los que permiten sumergirse en las profundidades de un relato que ha dibujado con el exquisito gusto que le caracteriza el ilustrador Alan Lee, experimentado conocedor de la saga, que obtuvo un Oscar por el diseño artístico de El retorno del Rey. “Solo soy un mortal”, señaló cuando le preguntaron con qué personaje se identificaba más.
Beren y Lúthien es un postrero homenaje de un nonagenario Christopher Tolkien a la memoria de su padre, que sentía especial veneración por la historia de amor entre una elfa inmortal, “la más grande de los Eldar”, y el hombre mortal; un relato iniciático que se sitúa en la Primera Edad del Mundo y que fue la principal de las narraciones de El Silmarillion. El nombre de ambos amantes figura en la lápida de la tumba que comparten J.R.R. Tolkien y su esposa Edith en el cementerio de Wolvercote, en Oxford.
Según John Garth, autor de Tolkien y la Gran Guerra (Minotauro, 2014), una de las escenas claves de este episodio está inspirada en un paseo del patriarca con su mujer por un bosque lleno de cicutas cerca de Roos, en Yorkshire, durante el que ella se puso a bailar en un claro lleno de flores blancas. Sucedió el año siguiente a su regreso de Francia, donde había participado en la sangrienta batalla del Somme a finales de 1916, una masacre de la que se libró milagrosamente cuando resultó afectado por el parásito que producía la denominada fiebre de las trincheras. “Esto de la guerra multiplica la estupidez humana”, dijo entonces mientras se aprestaba a escribir la fábula.
El cuento tuvo su reflejo en El Señor de los Anillos, cuando Arwen, la doncella elfa también llamada Undómiel (El lucero de la tarde), tiene que renunciar a la inmortalidad para unirse a Aragorn. A Beren se le impone una tarea imposible que debe llevar a cabo si quiere conseguir el amor de Lúthien: robarle un silmaril al más malvado de todos los seres, Melkor, también llamado Morgoth, el Enemigo Oscuro.
Para Christopher Tolkien, el primero entre los estudiosos de los escritos de su padre, la historia, como tal, es una novela de hadas heroica, hermosa y vigorosa, comprensible en sí misma con solo un vago y general conocimiento del entorno. “Pero es también un eslabón fundamental en el ciclo, privado de su plena significación fuera del lugar que ocupa en él”.