Eduardo Bullmore /The Guardian
Hace unos meses me enfermé de coronavirus y mis primeros síntomas fueron corporales. Pero a medida que el dolor de garganta y la tos remitieron, me quedé sintiéndome triste, letárgico y con el cerebro nublado. Me duró aproximadamente una semana. Una infección de mi cuerpo se había transformado en una experiencia de corta duración de síntomas depresivos y cognitivos. No había una distinción clara entre mi salud física y mental.
Mi historia no es nueva. Millones de personas han experimentado resultados de salud mental más graves o prolongados a causa del coronavirus. Tampoco agrega nada a la evidencia sólida de mayores tasas de depresión, ansiedad o deterioro cognitivo posteriores a la covid. En teoría, no es sorprendente a la luz del creciente conocimiento. La inflamación del cuerpo, provocada por una enfermedad autoinmune o infecciosa, puede tener efectos en el cerebro que se ven y se sienten como síntomas de una enfermedad mental.
Sin embargo, esta perfecta intersección de la salud física y mental está casi perfectamente desalineada con la forma convencional de lidiar con la enfermedad en el cuerpo y la mente. Se les considera completamente independientes una de la otra.
La distinción entre salud física y mental es falsa
En la práctica, las enfermedades físicas son tratadas por médicos, mientras que las enfermedades mentales son tratadas por psiquiatras o psicólogos. Ambos trabajan en servicios separados y distintos. Estas tribus profesionales siguen trayectorias profesionales y de formación divergentes. Los médicos a menudo se especializan exclusivamente en una parte del cuerpo, mientras que los psiquiatras tratan las enfermedades mentales sin tener demasiado en cuenta el cerebro encarnado del que depende la mente.
Vivimos en un mundo falsamente dividido. Se traza una distinción falsa entre la salud física y mental. La línea ahora no está tan severamente institucionalizada como cuando los «lunáticos» era execrados a asilos remotos. Pero la distinción permanece profundamente arraigada a pesar de ser desventajosa para los pacientes de ambos lados de la división.
Una mujer de 55 años de edad con artritis, depresión y fatiga, y un hombre de 25 años con esquizofrenia, obesidad y diabetes, probablemente ambos tengan dificultades para acceder a una atención médica conjunta para el cuerpo y la mente. Los síntomas psicológicos en pacientes con enfermedades físicas son potencialmente incapacitantes, pero habitualmente no se tratan adecuadamente. Los problemas de salud física en pacientes con trastornos psiquiátricos importantes contribuyen a que su esperanza de vida sea sorprendentemente reducida, unos 15 años menos que las personas sin ellos.
La psiquiatría va a la zaga de la especialidades más avanzadas
¿Por qué nos apegamos a un sistema tan fracturado e ineficaz? Me centraré en dos argumentos a favor del statu quo: uno de cada lado, de las tribus de médicos y psiquiatras.
Para los médicos, el problema es que simplemente no sabemos lo suficiente sobre las causas biológicas de las enfermedades mentales para que haya una integración profunda y significativa con el resto de la medicina. La psiquiatría va a la zaga de especialidades científicamente más avanzadas, como la oncología o la inmunología, y hasta que no la alcance la teoría no podrá acoplarse en la práctica. A lo que diría que sí, pero no. Sí, será fundamental un mayor detalle sobre los mecanismos biológicos de los síntomas mentales para la fusión de la medicina de la mente y el cuerpo en el futuro; pero no, esa no es una defensa suficiente del statu quo, sobre todo porque descarta cuánto se ha avanzado en el sentido biomédico de enfermedades como la esquizofrenia.
Cuando empecé como psiquiatra, hace unos 30 años, sabíamos que la esquizofrenia tendía a darse en familias, pero en los últimos 5-10 años se han identificado los genes individuales que confieren el riesgo hereditario. Tampoco estábamos seguros de si la esquizofrenia se relacionada con cambios estructurales en el cerebro; pero los estudios de resonancia magnética han establecido más allá de toda duda que lo es.
Nos desconcertó que el riesgo de sufrir la enfermedad aumentaba entre los adultos jóvenes nacidos en los meses de invierno, cuando las infecciones virales son más comunes. Sin embargo, ahora podemos comenzar a ver cómo la respuesta inmune de la madre y el niño a la infección perinatal podría interrumpir el proceso de “poda sináptica”, crucial para el desarrollo de las redes cerebrales en la niñez y la adolescencia.
La infancia influye en la salud del anciano
Para los psiquiatras, el problema es el miedo al reduccionismo excesivo, que se descuide el contexto personal y social de la enfermedad mental en busca de una molécula omnipotente u otro mecanismo biológico en la raíz de todo. De hecho, sería un callejón sin salida, pero no un destino probable.
Sabemos desde Freud que la experiencia de la infancia puede tener un efecto poderoso en la salud mental de los adultos. Ahora hay evidencia epidemiológica masiva de que el estrés social, en términos generales, y la adversidad en la vida temprana en particular, son predictores sólidos tanto de enfermedades mentales como físicas.
Solo un fanático biomédico negacionista afirmaría que esto no importa. Pero la pregunta sigue siendo: ¿cómo la experiencia de pobreza, abandono, abuso o trauma en los primeros años de vida tiene efectos en la salud muchas décadas después?
Con el estrés social metido debajo de la piel, ¿el inconsciente?
La respuesta de Freud fue que los recuerdos traumáticos están enterrados profundamente en el inconsciente. Una respuesta más actualizada es que el estrés social puede literalmente “meterse debajo de la piel” al reescribir el guion para la activación del modelo genético. Las modificaciones moleculares llamadas marcas epigenéticas provocan cambios a largo plazo en el cerebro y el comportamiento de ratas jóvenes privadas del afecto materno o expuestas a la agresión.
Mecanismos similares podrían incorporar biológicamente los impactos negativos de la adversidad en los primeros años de vida en los humanos, exacerbando la inflamación y dirigiendo el desarrollo del cerebro hacia caminos que conducen a problemas de salud mental en el futuro.
Estas son teorías plausibles basadas en experimentos con animales en lugar de hechos establecidos en pacientes. Pero nos dicen no se trata de un juego de suma cero. Profundizar en los mecanismos biológicos no significa que debamos abandonar o devaluar lo que sabemos sobre los factores sociales que causan la enfermedad mental. La anticipación ansiosa de tal elección binaria es en sí misma un síntoma de la forma dividida de pensar de la que debemos escapar.
Las etiquetas diagnósticas serán reformuladas
Entonces, si pudiéramos liberarnos por completo de esta distinción injustificada entre salud mental y física, ¿qué cambios podríamos esperar ver en el futuro?
Para los médicos y los psiquiatras, habrá más trayectorias educativas y profesionales que atraviesen, en lugar de consolidar, las especializaciones. Las etiquetas diagnósticas ordenadas categóricamente por la biblia del diagnóstico psiquiátrico –el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales– serán reformuladas en los términos de las interacciones entre los factores biomédicos y sociales que provocan los síntomas mentales.
Habrá nuevos tratamientos para abordar las causas físicas de la enfermedad mental. Se espera que sean muchos y variables entre los pacientes, en lugar de tratar de sofocar los síntomas con un tratamiento de «talla única», independientemente de la causa. Sabiendo más sobre sus raíces físicas, deberíamos tener mucho más éxito en la predicción y prevención de los trastornos de salud mental.
Para los pacientes, el resultado será mejores resultados de salud física y mental. Habrá servicios especializados de salud física y mental más integrados, como el nuevo hospital que estamos planeando en Cambridge para niños y jóvenes, para que el cuerpo y la mente se traten bajo un mismo techo durante las dos primeras décadas de vida.
Beneficios mayores para los pacientes
Habrá más oportunidades para que las personas con experiencias de vida relevantes coproduzcan investigaciones sobre los vínculos entre la salud física y mental. El mayor impacto podría ser en el estigma. El sentimiento de vergüenza o culpa que sienten las personas por tener una enfermedad mental es una carga añadida. Un metasíntoma, culturalmente impuesto por la falsa dicotomía entre salud física y mental.
Sin la falsa dicotomía el estigma de la enfermedad mental debería desaparecer. El estigma asociado a la epilepsia, la tuberculosis y otros trastornos históricamente misteriosos ha disminuido gracias a la comprensión de sus causas físicas. En última instancia, es más fácil imaginar un futuro mejor para la salud mental y física juntas que para cualquiera de las dos por separado.
Edward Bullmore es profesor de psiquiatría en la Universidad de Cambridge y autor de The Inflamed Mind: A Radical New Approach to Depression. TRADUCCIÓN Cambio16.com