Por Iñigo Aduriz
03/10/2016
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Corría noviembre de 2013 y el PSOE atravesaba por –el que hasta entonces se consideraba– uno de los momentos más delicados de su historia. Había perdido las elecciones dos años antes y apenas pasaba uno y varios meses desde que Alfredo Pérez Rubalcaba fuera elegido secretario general del partido. Éste último había ganado un Congreso a Carme Chacón por la mínima pero los socialistas aún arrastraban la división de ese cónclave, que se sumaba a los constantes mensajes que, desde el resto de los partidos políticos, se lanzaban en torno a la herencia recibida de los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, y la supuesta responsabilidad del PSOE en el estallido de la crisis económica.
Pedro Sánchez era entonces uno de los hombres de confianza de Rubalcaba. Apadrinado por el exdirigente todopoderoso del partido, José Blanco, al madrileño que desarrolló su carrera política principalmente en el municipalismo –fue concejal en Madrid durante cinco años– se le encargó la organización de la Conferencia Política que iba a suponer la renovación del PSOE. Y su nombre sonaba como el de una posible nueva promesa de los socialistas, aunque era prácticamente desconocido para la ciudadanía y nadie lo consideraba, hasta el momento, ni mucho menos como posible candidato a suceder al entonces líder.
A Sánchez se le iluminó la cara cuando, durante una entrevista realizada entonces para Público, se le preguntó sobre su futuro. «Siempre estaré ayudando a solucionar los problemas que tenga tanto el PSOE como la sociedad española. La política es eso, estar en la solución de los problemas«, dijo. Fue una respuesta calculada y medida, como si se esperara la pregunta y quisiera ser cauto en su contestación, para que no se pudiera entresacar un titular que previera lo que iba a suceder tan sólo unos meses después. Pero ya para entonces, la Operación Sánchez estaba en marcha.
La estrategia
Al principio no fue más que una estrategia respaldada por Blanco y otros exdirigentes del partido y a la que nadie quería dar relevancia ni trascendencia. Los claros favoritos para suceder a Rubalcaba eran la exministra Carme Chacón, y el diputado vasco Eduardo Madina. Y a pesar de que Sánchez ya había iniciado una importante gira por las agrupaciones socialistas de todo el país explicando los hitos de la renovación del PSOE –y los suyos propios–, otros miembros del partido se tomaban a guasa su hipotética candidatura.
Con el tiempo, llama sobremanera la atención que una de las integrantes de la ya disuelta Ejecutiva de Sánchez, bromeara ya a principios de 2014 con las opciones del madrileño, restándole cualquier opción de ganar, e incluso burlándose de sus posibilidades.
Los acontecimientos se precipitaron y la lucha por el poder interno entre Madrid –Rubalcaba– y Sevilla –Susana Díaz– se coló una vez más en la carrera por la sucesión en la Secretaría General del partido. Después del fracaso de las elecciones europeas de mayo de 2014, Rubalcaba daba el primer paso para su salida anunciando la convocatoria de un Congreso en julio de ese mismo año. Madina era el claro favorito, y en torno a él –que siempre defendió un proyecto conjunto, rodeado de expertos y técnicos– parecía comenzar a unirse la formación que hasta entonces seguía dividida entre chaconistas y rubalcabistas.
Pero apenas tres días después del anuncio de Rubalcaba el vasco lanzó la idea que hundiría sus opciones futuras. Osó enfrentarse a Díaz planteando que únicamente lucharía por ser secretario general si los militantes podían elegirlo a través del voto directo, algo a lo que se oponía la sevillana, que también barajaba entrar en la batalla y desembarcar en Madrid, pero que temía que esa votación pudiera restarle opciones en las federaciones al margen de la suya, la andaluza.
No estaba en las quinielas ganadoras
Ferraz, que iba a ejercer de árbitro aún en manos de Rubalcaba, respaldó a Madina y aprobó ese procedimiento. Y Díaz decidió hundir las opciones del vasco, respaldando a Pedro Sánchez, por quien pocos apostaban en las quinielas a pesar de que contaba con importantes apoyos. La Operación Sánchez empezó entonces a tomar importancia, más por una guerra de poder entre Madrid y Sevilla que por una cuestión programática o ideológica. La federación andaluza se esforzó por escenificar su fuerza orgánica, la cual quedó reflejada ya en junio, cuando culminó el plazo para presentar los avales necesarios para poder optar a las primarias y al Congreso del partido. Sánchez presentó 36.000, más del doble que Madina, siendo un tercio de esos apoyos de militantes andaluces.
Y consiguió ganar el cónclave con el el 48,63% de las papeletas, frente al 36,15% de Madina y el 15,26% del candidato de Izquierda Socialista, José Antonio Pérez Tapias. A los pocos meses, ya se comprobó que se trataba de una victoria envenenada. Sánchez siempre tuvo las manos atadas por Susana Díaz. Cuando, en septiembre de 2014, el madrileño hacía pública su intención de concurrir a las primarias en las que se elegiría al candidato del PSOE a La Moncloa, el estupor de la andaluza fue total. Las relaciones entre ambos se rompieron. Y es que Díaz siempre consideró que el respaldo a Sánchez en el Congreso era algo puntual, dado que no le veía capaz de dar la vuelta a las encuestas y ganar la Presidencia ante Rajoy.
La huida hacia adelante
Desde entonces el devenir del PSOE ha sido una constante huida hacia adelante. Las elecciones municipales y autonómicas –aunque arrojaron resultados malos para los socialistas– de la primavera de 2015 dieron un respiro en el partido, ya que lograron que los socialistas –con la ayuda de otras fuerzas, principalmente Podemos– recuperaran el poder de comunidades autónomas y ayuntamientos. También el hecho de que en las sucesivas elecciones generales los socialistas –que obtuvieron sus peores resultados de la historia– no fueran sobrepasados por la formación morada, ayudaron a Sánchez a sobrevivir.
Pero a nada más que eso. Porque también en los últimos meses se ha podido comprobar cómo Díaz marcaba la hoja de ruta de Sánchez. El 20D, el que hasta el sábado seguía siendo el secretario general del PSOE aseguraba que “España quiere izquierda; quiere cambio”, al ver los resultados de las elecciones. Y, sin embargo, una vez que Rajoy rechazó concurrir a la investidura, Sánchez se acercó a Ciudadanos –y no a Podemos– tal y como le requería la federación andaluza.
Sólo cuando Sánchez ha desafiado los postulados de Díaz negándose a facilitar un Ejecutivo de Rajoy y asegurando estar dispuesto incluso a dialogar con los independentistas se ha producido el gran cisma en la casa socialista escenificado este fin de semana. La principal impulsora de la Operación Sánchez le declaraba la guerra total a Sánchez y salía victoriosa, tras un Comité Federal que hacía saltar por los aires al partido. «La política es eso, estar en la solución de los problemas», decía el madrileño en 2014. Sánchez, de momento, no estará en la solución de los problemas del PSOE, porque muchos dentro de su partido han considerado que él es el problema.