La aspiración excelsa de un pacifista sobre la guerra la concebirá la sabiduría de Sun Tsu –El arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar– y la otra, la más trágica de razón, pertenece a Platón, uno de los padres de la filosofía, que dijo “solo los muertos han visto el final de la guerra”.
Desde que era un niño me sentí enamorado de la carrera militar. Una de mis distracciones favoritas consistía en pararme frente al espejo con una correa muy gruesa a la cintura que semejara una fornitura a la que pudiera colocar una funda improvisada para una pistola de juguete; en mi cabeza ponía un casco verde oliva para imitar todos los movimientos que elegantemente ejecutaba el oficial que dirigía la bajada de la bandera los domingos en el cuartel El Libertador, de Maracaibo, cuando asistía orgulloso con mis hermanas a contemplar aquel hermoso ritual castrense.
El aprendizaje de los valores democráticos
La democracia, las clases de moral y cívica, el impacto del imperio de la ley, que abría paso a deberes y derechos de los ciudadanos, muy pronto me ayudaría a distinguir las diferencias vitales entre la vida militar y la civil. Percibí, fácilmente también, el rol del civil en la gesta de independencia y el que tocaba a los militares, e igualmente el que correspondía a los civiles en democracia y el que debe jugar la institución castrense.
El ser humano tiende a ser cada día más libre, más tolerante y más pluralista, y las nuevas tecnologías comunicacionales lo han inducido ilusoriamente a que se sienta cada vez más autosuficiente. Por eso necesita la democracia, un modelo de sociedad abierta, una forma de organización que nos da la posibilidad de entrar y salir cuando cada quien lo considere oportuno a cualquiera de sus instituciones, si se ejercen deberes y derechos con pulcritud ciudadana, que no es otra cosa que el poder de rectificar rápidamente y enmendar cuando se perciben fallas o se daña a otros.
Democracia es cambiar para hacerlo cada vez mejor. Es siempre y todos los días tener la posibilidad única e infinita de empezar de nuevo, si la decisión no afecta el de todos, y por el contrario lo mejora en funcionamiento y en resultados.
Los militares y nosotros los civiles
En el caso de la institución militar y de los hombres y mujeres formados para cumplir tareas específicas concernientes a la visión y misión del cuerpo castrense, su gerencia, su funcionamiento, su forma de ser y percibir al mundo y a los otros, están en total contradicción con la gerencia, el funcionamiento, la forma de ser y percibir el mundo y a los otros de un ciudadano en el pleno ejercicio de sus derechos y deberes ciudadanos.
Esto, en razón de que existen diferencias sustanciales entre la gerencia civil y el mando militar. Ellos funcionan como sociedad cerrada. Son una institución totalizante; nosotros, en cambio, lo hacemos como sociedad abierta. La gerencia militar es vertical; nosotros, demócratas, trabajamos con ingenio para que la civil sea cada día más horizontal.
A ellos, los militares, se les ordena; a nosotros civiles se nos persuade. Nosotros participamos como un colectivo en la elaboración de una estrategia; a ellos se les informa. Nosotros actuamos por convicción; ellos por obligación. Para ellos la mayor parte de la información tiene carácter confidencial; para nosotros la mayor parte es pública, para ayudar al ciudadano a tomar mejores decisiones.
Para nosotros los códigos de honor están ligados a la dignidad de la persona humana; para ellos al cumplimiento del deber. Su moral es la del héroe, la nuestra la del justo. Ellos ven al mundo como suma de mapas y coordenadas; nosotros, como la convergencia de almas, de esperanzas y palpitares.
Nosotros vemos a los otros como seres humanos para la fraternidad y el consenso; ellos ven a los otros como enemigos a los que hay que someter, vencer o disciplinar. Esas diferencias, tan fáciles de evidenciar por un ciudadano de cualquier condición social, parecen no haber sido asimiladas por la institución castrense venezolana ni por muchas otras.
La independencia la gestaron y la escribieron próceres civiles
Tampoco parece haber sido comprendido el hecho histórico de que las ideas y el cuerpo constitucional que dieron vida al acto de independencia fueron elaborados por las mentes brillantes de los civiles Juan Germán Roscio, Javier Ustáriz y Miguel José Sanz, egresados de la Universidad de Caracas. Todos relacionados con Andrés Bello, quien fue primer secretario de la Capitanía General de Venezuela desde 1802.
El historiador y abogado Tomás Polanco Alcántara opina que la independencia fue, ante todo, un proceso jurídico. Formalmente comenzó el 19 de abril de 1810 y finalizó el 21 de diciembre de 1811. Los textos que sirvieron de base fueron redactados, según Alan Brewer Carías, luego de dos años de gestación del proceso.
El marco jurídico y toda la estructura institucional serían elaborado por civiles. Bolívar sería el brazo ejecutor, con virtudes de prócer militar inflamadas de genio que petrificaron su imagen y sus proezas al punto de convertirse en un culto, según el historiador Germán Carrera Damas, y una teología bolivariana procaz, de acuerdo con los puntos de vista de Luis Castro Leiva.
Si la ética militar se ha definido como el conjunto de ideas, prácticas y discursos que sirven para orientar a las fuerzas armadas y a sus integrantes para que actúen conforme a unos valores y unas nociones determinadas para mostrar a la ciudadanía, los militares nuestros han insistido en el error de abordar el proceso democrático como si fuera de índole similar a la independencia. Siguen siendo el ejército libertador y nosotros, ciudadanos, continuamos en su imaginario como los españoles y canarios, los realistas a los que hay que someter para poder vivir en paz.
Saben ellos que ni por ahora ni nunca desde que se sembró en el alma nacional la democracia, el ciudadano venezolano dejará de luchar hasta su último aliento por los derechos civiles y la libertad.
Los militares venezolanos han persistido en la torpeza atribuida a las fuerzas armadas por Davenport, quien afirma que los militares a lo largo de la historia han creído que tenían más experiencia que los ciudadanos a los que prestaban servicio, con resultados nefastos. Para este especialista en ética militar, las grandes decisiones que tienen que ver con el uso de la violencia no pueden corresponder a los gobiernos sino a los responsables de nombrar y destituir esos gobiernos: nosotros, los ciudadanos.
Limitaciones y ética del poder militar
El soldado está obligado según el derecho militar a promover la seguridad y el bien de la humanidad, no a perseguir a reprimir y hasta criminalizar las acciones de quienes está obligado a servir. Y esta obligación pasa por delante de las otras, con el Estado particular que lo contrata en un sentido más amplio, con los ciudadanos de ese Estado que representa un fragmento particular de esa humanidad.
Las Fuerzas Armadas deben lealtad al Estado y es prioritaria esa lealtad en comparación a la que se pueda tener hacia cualquier individualidad, partido o agrupación política, incluida la institución a la que pertenecen, una más en el entramado del Estado de Derecho por el que se rigen las democracias occidentales. En Estados Unidos el principio que legitima esa lealtad lleva el nombre de control civil de los servicios militares.
El control civil del poder militar en Alemania
Los alemanes han adelantado mucho más en el control militar por parte de los ciudadanos luego de los daños espantosos infligidos por el Nacionalsocialismo al ejército de su país, a sus habitantes y a los ciudadanos del mundo. Por eso las fuerzas democráticas crearon la figura institucional del Comisario Parlamentario para las Fuerzas Armadas.
Designado por el presidente del Bundestag o parlamento alemán, es elegido por votación mediante escrutinio secreto sin debate previo. Los candidatos pueden ser propuestos por la Comisión de Defensa o por los diferentes grupos políticos parlamentarios. Pueden aspirar ciudadanos alemanes mayores de 35 años sin previa formación militar, para ejercer por cinco años, uno más que los que dura el ciclo parlamentario, y puede ser reelegido.
En la ejecución de su mandato, fijado por una ley que rige sus funciones, el Comisario Parlamentario tiene la sagrada misión de salvaguardar los derechos fundamentales y ayudar al Bundestag en el ejercicio del control parlamentario de las fuerzas armadas. Su poder de control se extiende a todas las instituciones gubernamentales administrativas competentes en materia de defensa militar del territorio, en primer lugar, al ministro federal de Defensa y su ámbito.
Los alemanes, luego de su tragedia en la segunda Guerra Mundial, entendieron que se es primero ciudadano y después soldado, y que un militar no es otra cosa que un ciudadano de uniforme al servicio de la democracia. Por ello, de acuerdo con la ley, el Comisario Parlamentario tiene una obligación muy importante: velar por los derechos fundamentales del soldado.
El soldado, ya sea de ocasión, enrolado o militar de carrera, disfruta de los mismos derechos y libertades que los demás ciudadanos. No deja de ser ciudadano de acuerdo a la ley, es un ciudadano de uniforme y disfruta de los siguientes derechos: derecho intangible al respeto y a la protección de la dignidad humana; derecho fundamental a la libertad de expresión, y derecho fundamental a la protección jurídica.
El soldado, además –y esta es una gran distinción con nuestro primitivo sistema disciplinario–, tiene derecho a dirigirse personal y directamente, sin pasar por la vía jerárquica, al Comisario Parlamentario para hacer cualquier apreciación personal de alguna actuación que le parezca abuso o trato injusto.
Davenport afirma que los militares profesionales se diferencian de los asesinos a sueldo por la primacía de su respeto y obediencia a unos valores morales. Para De George, experto en ética militar, el acto de obedecer implica cumplir las ordenes recibidas por un superior, teniendo en cuenta al mismo tiempo el propio criterio moral. De esta forma no existe una obligación moral de cumplir una orden que comporte un acto inmoral, como matar inocentes. No se puede dictar una orden y al mismo tiempo pretender no tener la responsabilidad de las consecuencias.
Una conclusión obligada
En el caso de América Latina, donde las violaciones a los derechos humanos por las dictaduras han sido masivas, un verdadero proceso de reconstrucción de la sociedad —después de un periodo de dictadura, guerra civil o guerra política con episodios de mucha violencia, como es el caso venezolano— no es posible si las víctimas del sistema abolido no han sido reconocidas y sus victimarios castigados como tales.
La mayoría de los países han preferido pasar la página, pero las víctimas de la represión quedan registradas en la memoria colectiva como una herida mal curada que el menor tropezón se vuelve a abrir.
El tema de la guerra, de los militares y su ética, siempre tabú en Venezuela, resulta un problema archicomplicado para tratarlo en tres cuartillas, especialmente si en los trabajos que escribimos en temas donde no somos especialistas descubrimos verdades que nos hacen revisar la condición que con pasión imitamos de niños frente al espejo.
Es una sorpresa encontrarme que la teoría de la guerra justa, el Jus ad bellum, o derecho a la guerra, encuentra soporte en el pensamiento de Tomás de Aquino, Francisco de Victoria y san Agustín, tres grandes teólogos, sobre todo este último, que supuestamente apostaba a que Dios había creado todo lo bueno.
Pero resulta que la ética militar –según el historiador y estudioso del tema Richard D. White, Jr. en Handbook of Administrative Ethics– se apoya en una contradicción aparentemente insalvable:
La profesión militar es la única cuya función fundamental es inmoral. La ética militar, entonces, es una paradoja que trata de establecer una relación entre dos conceptos antitéticos, el de la moralidad y el asesinato.
Suficientes razones para dejar bien lejos el sueño infantil de ser soldado, y abrazar el de la literatura, en especial la de Marcel Proust, de En busca del tiempo perdido.