No hay que confundir el entusiasmo que sostiene la esperanza con la falsa ilusión del optimismo
La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma y canta sin parar.
Emily Dickinson
Puedes cortar todas las flores, pero no puedes evitar que llegue la primavera.
Pablo Neruda
Esperanza es creer en lo que no ves; la recompensa de esa fe, es acabar viendo en lo que crees.
San Agustín
La esperanza es el único bien común de todos los seres humanos; los que todo lo han perdido, la poseen aún.
Tales de Mileto
Hace algún tiempo escribí un artículo muy breve sobre la esperanza. Nunca la había sentido, pensado y vivido tanto como estos últimos desesperantes y desesperados ocho años. La RAE la define como «estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. Confianza, ilusión, optimismo, promesa, fe, expectativa, perspectiva. Para el filósofo Baruch Spinoza, algo más profundo: La esperanza es una alegría inconstante, que brota de la idea de una cosa futura o pretérita, de cuya efectividad dudamos debido al miedo.
Para mí, decía entonces, una necesidad ontológica tan corta como la vida, y tan larga como la eternidad. Y allí lo dejaba. Ahora pienso: «Es cierto, pero desagregado es mucho más. Le sumo otro prisma: La esperanza es el entusiasmo –entendido en su derivación del griego en Theos, que significa presencia de Dios en nosotros y en los otros– inspiración divina, fuente de fe, nutriente de la introspección y reflexión intima entre el tiempo perdido, el tiempo recobrado y el tiempo esperado, cercano al final y más allá de la desaparición física, cuando el espíritu humano cobra trascendencia en la eternidad.
Una anécdota para recordar
Convencido de la belleza de la vida y de la grandeza de la inteligencia humana, no conozco en la historia una anécdota de tanto coraje y valor ético y estético como la célebre reflexión de Alejandro Magno cuando parte de Grecia a la conquista de Asia.
Antes de marchar, el jefe de la expedición entregó a sus amigos todo su patrimonio: tierras, bosques, aldeas, e incluso las aduanas de los puertos y todas sus rentas. Una vez terminada la distribución de sus propiedades personales –no las del reino que gobernaba, donde dejaba instalada a Olimpia–, uno de sus generales y amigo personal Perdicca, le preguntó, si había reservado para él una sola cosa, aunque solo fuera como un recuerdo.
Alejandro, mirándolo fijamente, le respondió: «Sí, la esperanza».
Perdicca le replicó: «Repártela a tus generales».
Renunció a la parte de las riquezas que había recibido y le dijo: «A nosotros, que iremos a combatir a tu lado, déjanos, aunque sea, compartir esa esperanza».
La esperanza y el miedo
Para Maya Angelou, la esperanza y el miedo no pueden ocupar el mismo espacio. Invita a uno a quedarse y a el otro a marcharse. El miedo es consustancial a la naturaleza humana. Tenemos miedo desde que venimos al mundo y en la más cercana infancia –por lo menos en el occidente cristiano, equivocadamente es así– tomamos conciencia de que somos culpables, de que procedemos del pecado.
En esa misma niñez tememos a la oscuridad, al castigo y a la reprimenda cuando cometemos alguna travesura. En la adolescencia vendrán otros miedos propios de la edad, los primeros enamoramientos y el temor a que nos digan que no o a descubrirnos sexualmente. Sin embargo, esos temores van creando sus propios antídotos en valores que aprendemos en el proceso de socialización, primero en la casa, después en la escuela y en nuestro desenvolvimiento. La dinámica de esos miedos va forjando a través de valores nuestras propias fuerzas morales fundadas en la esperanza.
Pero esos miedos tienen grados en los que la esperanza acentúa con más fuerza su presencia y se convierte en un verdadero escudo contra la adversidad. Mientras más intenso sea el miedo con más vehemencia responderá el ser humano con el rostro visible de la esperanza, el entusiasmo, que oscila entre la determinación y la flexibilidad para darle certeza a la resistencia, a la visión de futuro que la sostiene o abandonarla si comprueba que no tiene posibilidad de realización.
La esperanza de Francesco Alberoni
Encuentro la esperanza en los días más oscuros, y me concentro en los más brillantes. Yo no juzgo el universo.
Dalai Lama
Por lo menos a nivel individual, los miedos creados van siendo combatidos y vencidos con la esperanza que, según Francesco Alberoni, no es un razonamiento, un cálculo de probabilidades, una afirmación psicológica. La esperanza es una intuición que proviene de un movimiento interior y establece una relación de confianza con el mundo, y que nos introduce en el impulso vital del que habíamos sido expulsados. Perder la esperanza, a decir de Dostoievski, simplemente significa dejar de vivir.
La esperanza proviene del deseo –dice Alberoni–. Del deseo de amor, del deseo de expresarnos, del deseo de libertad. Cuanto más fuerte sea ese deseo y cuanto más enraizado esté, mayor será la capacidad de la esperanza de transformar el futuro, de presentarlo esplendoroso, infinitamente deseable.
La esperanza tiene el poder de transformar nuestro corazón, de apaciguar nuestra ansia, de hacer soportable el presente y reforzar nuestra voluntad de luchar cuando se violan nuestros derechos.
La esperanza para Byung Chul Han
La esperanza es el océano para el rio, el sol para los árboles, y el cielo para nosotros.
Plutarco
Byung Chul Han afirma que donde hay miedo es imposible la libertad. Miedo y libertad son incompatibles en la adultez cuando tienes deberes y derechos. El miedo puede transformar una sociedad entera en una cárcel. «El miedo solo instala señales de advertencia. La esperanza, en cambio, va dejando indicadores y señalizadores de camino. La esperanza es la única que nos hace ponernos en camino. Nos brinda sentido y orientación, mientras que el miedo imposibilita la marcha».
Chul Han considera que, por su etimología, la esperanza es opuesta al miedo y se apoya en el diccionario etimológico de Friedrich Kluge, que explica la voz «hoffen»[esperar] con una comparación:
Cuando uno quiere ver más lejos y trata de ver mejor, se estira hacia delante. Por lo tanto, esperanza significa, mirar a lo lejos, mirar al futuro. La esperanza nos abre los ojos a lo venidero, el verbo verhoffen [tomar el viento] tiene aún el sentido original de esperar. En la jerga de la caza significa, indagar o rastrear por el viento la caza. Detenerse para escuchar, acechar, olfatear.
Esperanza y optimismo
El que tiene salud tiene esperanza, y el que tiene esperanza lo tiene todo.
Proverbio indio
El entusiasmo –para Alberoni– es una explosión de esperanza, pero no se puede confundir la esperanza con el optimismo. El entusiasmo es una fuerza que nos impulsa hacia lo elevado, a lo que tiene valor. Una potencia que nos ayuda a superar lo cotidiano y a ir más allá. Un impulso al futuro, confianza en la propia meta y en las propias posibilidades. El optimismo es inocente e infantil. El entusiasmo esta soportado en valores y en experiencias. El optimismo es una ilusión, el entusiasmo es una consagración.
Chul distingue que el optimismo no hace falta conquistarlo. Se tiene sin más, como algo obvio, igual que la talla corporal o un rasgo personal invariable. El optimismo no necesita razonar su actitud. La esperanza, en cambio, muchas veces hay que suscitarla y concitarla expresamente.
A diferencia del optimismo falto de toda resolución, la esperanza se caracteriza por el entusiasmo. El optimista no actúa de propio. Toda acción conlleva riesgo. El optimista no arriesga nada.
Esperanza y desesperación
Desear era tener que esperar.
Jane Austen
Cuando el miedo nos desborda aparece la desesperación, sin la cual para Alberoni no se comprende la verdadera dimensión de la esperanza: ¡No!¡No! Para entender la esperanza hay que partir de su opuesto, la desesperación. La que experimenta el enfermo diagnosticado de cáncer, que la asume cuando llega el tratamiento que le da una posibilidad de prolongar su vida. La del condenado a muerte, cuando la Corte Suprema da curso a una apelación que suspende temporalmente la ejecución. La de la joven a punto de ser violada que escucha una sirena policial.
El paso de la desesperación a la esperanza no es un paso de la incertidumbre a la certeza. No, al contrario. Es un paso a la posibilidad. La vida consiste en entreabrirse hacia lo posible, en abrirse hacia el horizonte del futuro. El horizonte es la vida.
Byung Chul Han ilustra la relación dialéctica entre la esperanza y la desesperación de una manera más poética. Desesperación y esperanza son como valle y montaña.
La negatividad de la desesperación es inherente a la esperanza. Nietzsche lo describe aliándose con la naturaleza:
La esperanza es un arco iris desplegándose sobre el manantial de la vida que se precipita en vertiginosa cascada; un arco iris cien veces engullido por el espumaje y otras tantas veces rehecho de nuevo, y que con ternura y bella audacia despierta sobre el torrente, ahí donde su rugido es más salvaje y peligroso.
No hay descripción más certera de la esperanza. Posee una tierna y bella audacia. Tiene la ternura de la receptividad y al mismo tiempo tiene algo que le da belleza y encanto.
Chul Han dice que la esperanza más íntima surge de la desesperación más profunda y la diferencia del pensamiento positivo y de la psicología positiva, que pretende desligar al individuo del sufrimiento y trata de ocuparse solo del bienestar y de la dicha. Tanto que recomienda que si a uno lo atormentan los pensamientos negativos –como si fuera una máquina– debe cambiarlos en el acto por otros positivos. La psicología positiva ve el mundo como grandes almacenes que nos dan todo lo que pedimos y cada quien es el único responsable de su propia felicidad.
La esperanza y la desesperación individual
Por muy larga que sea la noche, amanecerá.
Proverbio africano
Enamorados sentimos que es imposible vivir sin el ser amado; en cada ocasión confirmamos un nuevo encuentro y cuando no estamos a su lado nos embriaga la nostalgia. Estar lejos de su figura podría enloquecernos, si no fuera por la esperanza de volverla a ver y a tenerla en nuestros brazos. La esperanza en el amor puede ser igualmente rica y creativa cuando formamos parte de una sociedad oprimida y nos sentimos indigna e injustamente tratados.
Toda visión de un mundo feliz, lleno de justicia, bienestar y equidad para todos nace de la esperanza, del rescate, de libranos de los gobernantes que nos someten y atropella.
Muchas situaciones existenciales pueden llevarnos al borde de la desesperación. Pero en términos personales los riesgos o experimentación de grados de miedo y de desesperación serán mayores o menores de acuerdo con los niveles de desarrollo institucional y de estabilidad política, económica social y cultural. A mayores niveles de desarrollo material y espiritual, mejor calidad de vida, mayor estabilidad emocional y más confianza en la visión que se tiene de futuro.
Una cosa es la vida social con una educación de calidad; asistencia a la salud integral desde el nacimiento hasta la muerte; servicios públicos de primera; y asistencia social, y otra cosa bien triste y desesperante vivir en Cuba, Nicaragua y Venezuela, donde el 90 % de población vive en condiciones miserables de sobrevivencia. Prácticamente somos mendigos en la casa, refugiados en el mundo. Sociedades desintegradas, quebradas, repartidas por el mundo recibiendo el menosprecio general.
Individualmente, la vida es amenazada por muchos miedos y momentos de desesperación incluso en las sociedades más prósperas económicas, social y culturalmente.
Ningún ser humano es insensible y perfecto como una máquina para escapar de los traumatismos emocionales, del desamor, del infortunio en el trabajo, de las perdidas por accidentes, equivocaciones, falta de visión o incompetencia. Ahí, desde luego, estará siempre presente la desesperación si no se tiene la esperanza que le insufla pasión a su alma.
Confianza y desesperación
Cuando la esperanza y la fuerza se juntan se crea una bella sinfonía
No todos asumimos los miedos y su extremo, la desesperación, con la misma fortaleza moral, valores, energía y entereza necesaria para con imaginación, voluntad y audacia –teniendo como soporte el entusiasmo divino–, volver a asomarse al futuro, curar heridas del alma y reparar errores o accidentes y volver a empezar.
La naturaleza humana, sus caracteres, son muy diversos. Hay seres que ceden fácilmente a las presiones y las adversidades pueden hundirlos con facilidad en grados de postración emocional. Otros son capaces de crear y proyectar, pero suelen ver y fabricarse tantos obstáculos que tardan mucho en decidirse o renuncian sin haber empezado.
Existen, asimismo, personas que ante situaciones enrevesadas y muy complicadas, que otros juzgarían desesperadas, encuentran una salida inimaginable y cuando la ponen en práctica funciona. Alberoni dice que tal actitud depende de un elemento hereditario, del carácter, de la fuerza voluntad o del arsenal moral y cognitivo del que se le haya dotado para enfrentar preñado de entusiasmo contingencias y el horizonte de la vida.
La capacidad –sigue Alberoni– de esperar, de luchar por una meta sin abandonarse al desaliento o la desesperación, de tener la vista siempre presente en el futuro es fundamental para el éxito en cualquier empresa.
No obstante, hay que tener mucho cuidado de que durante el desarrollo del proyecto no se confunda el entusiasmo que sostiene la esperanza con la falsa ilusión que provoca el optimismo. Es fundamental en toda visión de futuro utilizar con destreza la determinación para seguir adelante y la flexibilidad para entender que no es posible continuar.
Sucede igual con las enfermedades. Solo la persona que desea curarse, aquel que está convencido de conseguirlo y lucha para vivir, se cura. Si le faltan fuerzas o duda, sus seres queridos actúan como socorristas de esperanza o amigos auxiliares de ciudadanía para transmitirle aliento.
Soñar con los ojos abiertos
Soñar es la manera más pura de esperanza.
El filósofo Ernest Bloch instituyó el soñar con los ojos abiertos. Si los sueños nocturnos vienen del pasado, los que se tienen con los ojos abiertos miran al futuro. Se anticipan a las caricias fogosas que se tendrán con la enamorada o la gastronomía que se degustará en un buffet, o la inversión que haremos en libros y obras que nos resultan muy placenteros. Una fantasía que se transforma en una satisfacción alucinatoria temporal
Alberoni: Saborear la importancia de ciertos detalles: de un gesto, de una sonrisa, el tono de voz, los movimientos del cuerpo, la armonía que significa estar juntos. Descubre la importancia del paraíso terrenal perdido.
Dentro del grupo de seres humanos que sueñan con los ojos abiertos Alberoni diferencia los fantaseadores en los que prevalece la opción de huir y retirarse del mundo, de los que también fantasean, pero prefieren pasar a la acción. Establece una gradación de cuatro estadios. En el primero prevalece el escape y en el cuarto la dedicación al futuro es absoluta.
El segundo, lo constituyen los que pasan gran parte de su tiempo imaginando proyectos fantásticos. Cuanto más grave es su situación, más se acercan a una solución milagrosa que resuelva sus problemas de una sola vez. Acaban dando crédito a los fanfarrones, a los superficiales, y rechazan las propuestas más modestas, pero más realistas y eficaces.
El tercer estadio lo representan aquellos que desearían ser grandes constructores, eminentes realizadores, pero que carecen de la inteligencia y de cualidades morales y sociales suficientes. Siempre están siempre atentos a las modas y se apropian ideas y sugerencias de las personas que van encontrando, para luego presentarlas como proyectos propios.
Al final –continúa Alberoni– están los que descubren con su información, formación e imaginación ingeniosas formas de resolver los problemas. Los grandes creadores atraviesan fases de vagabundeo intelectual y emotivo y exploran múltiples caminos hasta emerge la solución original, creativa y concreta que se convierte en realización, en construcción de una nueva vida, de un nuevo mundo.
La esperanza colectiva
Si quieres construir un barco no juntes a las personas para recolectar madera, y no les asignes tareas ni trabajo. Enséñales primero a anhelar la inmensidad infinita del mar.
Saint Exupery
La civilización está en transición y el proyecto humano en fase de mutación. La democracia se debilita. Su soporte, el Estado de Derecho, está siendo desvirtuado, desconfigurado, descoyuntado. La capacidad del ser humano para sobrevivir y convivir civilizadamente está bajo sospecha. Pandemias, conflictos interraciales, nacionalismos, supremacía racial, efecto invernadero, calentamiento global, guerras, bombas atómicas, amenazas de apocalipsis, terrorismo, miedo, violencia, sexo y pornografía violenta, mentira y muerte, condimentan la supervivencia. ¿Lo llamamos vida?
La supremacía absoluta de la ciencia y la tecnología sobre el desarrollo humano se perciben inquietantes para la humanidad. No es miedo a las pandemias y a las guerras; es una pandemia de miedo, de desesperación, frente al futuro, al vacío de la esperanza.
La única fuente de la esperanza que consigue mitigar el miedo y la desesperación colectiva, aunque luzca inevitable, es la fe en un ideal religiosos o político. Cuando el ser humano deja de pensar en sí mismo y se considera un instrumento para la realización de un deber colectivo a favor de la sociedad.
No se vislumbran postulados que alienten a descifrar el porvenir en un proyecto político universal encarnado en algunos líderes. El Jesús portador de la esperanza y el amor al prójimo, portavoz de la fe cristiana; el Nelson Mandela que perseveró más de treinta años para derrotar el apartheid en Sudáfrica; el Mahatma Gandhi, que ayunaba indefinidamente y recibía porrazos de la policía en la India y que logró la independencia de su país; el Felipe González que dio paso a la democracia en España; los Rómulo Betancourt, Eduardo Frei y Raúl Alfonsín, que le abrieron paso a la libertad y a los derechos civiles en la América Hispánica, no se anuncian por el horizonte como iconos renovados de esperanzas.
El ideal de futuro y la esperanza son consustanciales a las sociedades como el miedo y su expresión máxima, la desesperación. El mercantilismo ha logrado poner en cautiverio la esperanza y ofrecerla a la venta ocasionalmente en una vitrina. Parece no haber futuro. Lo que se ofrece en venta es un producto de ficción de baja calidad que termina diluyéndose y constituyendo una sociedad hedonísticamente nihilista aunque lujuriosamente colmada. Pende del hilo endemoniado del efímero de placer consumista.
Alberoni hace hincapié en su ensayo sobre la esperanza que en todas las sociedades se han sustentado en un imperativo: Mantén tu palabra. Curiosamente, este mandamiento no aparece entre los diez mandamientos bíblicos dictados por Dios a Moisés:
…Ha sido el Derecho Romano el que ha garantizado el respeto por los pactos, formalizando el contrato y sancionándolo con la ley y con magistraturas expresas. Esa es la soldadura de la arquitectura de acero que sostiene el ideal democrático. Ahí donde la moral no llega, si llega la ley, que confiere obligatoriedad al hecho de respetar los pactos y los contratos contraídos bajo su garantía.
Una posición ética y jurídica que les recuerda a los gobernantes y a sus países sus responsabilidad ante el incumplimiento de compromisos democráticos, ambientalistas y armamentistas en detrimento de la preservación de la Tierra, la protección del ambiente y la existencia de la vida.
En los momentos más desesperados y desesperanzados de la humanidad no existe otro argumento que no sea volver al principio. La continuidad de la civilización occidental y de la humanidad solo la garantiza la vuelta a los orígenes. El respeto de lo otro y a los otros. Solo en el imperio de la ley forjado a través de millones de años y la perfección del desarrollo humano, la libertad, la tolerancia y la fraternidad podremos convivir en armoniosa paz.
A los occidentales, nos toca mejorar y actualizar todo nuestro andamiaje institucional, legal y cultural; regular y controlar la producción y el uso de la ciencia y la tecnología, y hacer cumplir el ideal democrático, los acuerdos geopolíticos, y ambientales renovados y mejorados. A las otras grandes potencias, superar sus ideas y creencias hacia formas civilizadas de libertad, convivencia, tolerancia y respeto. De hacerlo dependerá que se atenúen los miedos y crezca la esperanza y el entusiasmo de vivir.
Epílogo
Arturo Uslar Pietri, prestigioso intelectual venezolanos, le confesó en una entrevista con Rafael Arráiz Lucca por qué no era optimista después del triunfo de Hugo Chávez:
No soy optimista. Uno no ve qué puede pasar en Venezuela. Desde el punto de vista del azar, puede pasar cualquier cosa, pero desde el punto de vista de un desarrollo sostenido más o menos lógico, no hay una propuesta para el país. Estoy muy angustiado con lo que está pasando. Este es un momento muy malo, muy peligroso. Hay mucho dinero, muchísimo dinero y no hay orientación. La educación es un desastre, la política espantosa, no hay debate, el país está sin rumbo, sin destino, sin clase dirigente. Hay aventureros, picaros, gente que tira la parada. Estoy en un estado de ánimo muy malo. No tengo esperanzas. Estoy como en el infierno de Dante. No hay de donde agarrarse. Es lastimoso. Un país sin clase dirigente, improvisada, de improvisadores. Hay que ver lo que hubiera podido hacerse con todo ese dinero y un poquito de sentido común.
Tenían que transcurrir más de dos décadas de desgobierno, y encontrarnos con un país destruido y desolado, con buena parte de sus habitantes esparcidos por el mundo para que después de un angustioso parto renaciera la esperanza, encarnada en una valiente, distinguida, hermosa e inteligente mujer que ha concitado el entusiasmo vital del alma nacional, inspirada en el auténtico ideal democrático, en el Estado de Derecho y una gigantesca fuerza moral.
Chul Han subraya que la esperanza es una actitud espiritual, un temple anímico que nos eleva por encima de lo que ya existe y por eso solemos no sentirla en ocasiones. Gabriel Marcel dice que la esperanza esta trenzada en el tejido de una experiencia en curso, nutrida en una aventura que aún no ha terminado. Esperar, significa conceder un crédito a la realidad, tener fe en ella, dejarla que se preñe de futuro.
Quizás mi desespero ante el rumbo que lleva el mundo y lo que contemplo como futuro –con una óptica nada optimista– hace que me niegue a aceptar que se gestan nuevas esperanzas; pero que no las sienta o perciba no significa que no se estén en proceso de gestación.
Me niego a aceptar que los populista-espectáculo la encarnen. Ni el Bocazas Trump, con el resurgir del racismo y la resurrección de un nuevo tipo de nacionalsocialismo americano; ni Putin, ahora profesor de democracia en las redes, cuyo principal rasgo de su política es que no deja huella del asesinato de sus adversarios; ni Bukele encarcelando a la mitad de sus ciudadanos; tampoco Milei con sus manualitos introductorios de economía política.
Ellos, los hijos políticos del nuevo reino tecnológico (que presenta como bien lo que se hace muy mal y que analizado más allá del circo de las imágenes que cautivan incautos es peor que lo que había) no representan un perfil de liderazgo con una respuesta orgánica –de verdaderos hombres de Estado– a la difícil coyuntura actual.
Chul Han nos refiere a Derrida y a una lúcida diferenciación entre el futuro que se puede planificar, calcular, prever, y el advenimiento que sucede sin previo aviso porque es inasequible a toda estimación. El advenimiento anuncia la venida de lo distinto, que no es predecible. Se caracteriza por su indisponibilidad.
Para rendirle honor a la esperanza, nos sentimos obligados a concluir con una frase de Oscar Wide, uno de los más grandes cultivadores de la belleza irónica: Lo que en ocasiones nos parecen pruebas amargas, a menudo son bendiciones dulcificadas.