El encuentro en la Moncloa entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Pablo Casado, ha sido el botón de muestra del desencuentro frontal, así como de la falta de empatía, entre los dos dirigentes principales de la política española
La crispación y la obcecación prevalecen frente al acuerdo y el entendimiento. Entre Sánchez y Casado no hay química y nadie está dispuesto a ceder ni una migaja a su contrincante. El mayor error lo comete el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, que ha descalificado al Gobierno de Coalición formado por PSOE y Unidas Podemos. Y, además, sigue sin asumir su derrota electoral; la quinta en menos de un año.
El PP no ha digerido su salida del poder tras la tumultuosa moción de censura contra Mariano Rajoy, en junio de 2018. El partido conservador considera que le han usurpado el gobierno y le han arrebatado las riendas del país, que tomó en 2011. El PP tiende a patrimonializar el Estado como si los demás no tuvieran derecho a gobernar. Habría que recordarle que desde la transición democrática los socialistas han gobernado durante 22 años y los conservadores, durante 15 años.
Esta inquina provoca y alimenta la tensión y la crispación que emana del Parlamento. Casado, el nuevo y joven líder que ha surgido de las filas del PP, salvó los muebles en las pasadas elecciones del 10 de noviembre. Pretende liderar con mano firme no solamente el partido, sino también la oposición para desmarcarse de un partido como Vox, que le está pisando los talones. El presidente del PP quiere distanciarse tanto de Sánchez como del partido de extrema derecha liderado por Santiago Abascal.
La táctica de la derecha, impulsada desde los despachos de la calle Génova, es no dar ni agua al nuevo Gobierno y, a poder ser, convertir en un campo de minas todas las propuestas que vengan de la Moncloa. Si es preciso, acudiendo a la justicia.
Sánchez y Casado no pueden jugar con fuego
El control al Gobierno de los miércoles en el Congreso de los Diputados es más en un pimpampum que una sesión en la que el Ejecutivo debe dar explicaciones sobre su gestión. Desde que se ha constituido el nuevo Gobierno, Cataluña y Venezuela son el leitmotiv principal de la oposición. Un bucle incesante y cansino que solo pretende poner contra las cuerdas al Ejecutivo de Sánchez. A Venezuela no se le hace ningún favor utilizándola como arma arrojadiza para acorralar al Gobierno de coalición.
Desde la oposición se define al nuevo Gobierno, de forma despectiva y despreciativa, como “socialcomunista”. Convendría recordar a sus señorías que la transición democrática, que tanto defienden algunos, se logró gracias a la aportación y a la colaboración inestimable de Santiago Carrillo, entonces secretario general del PCE.
Pero parece que la historia no interesa, no sirve salvo en ciertas circunstancias. El contrincante político ya no es el adversario, sino el enemigo a batir. Tampoco se puede minimizar la responsabilidad del actual presidente del Gobierno. Si es cierto que Casado no ha aceptado su derrota, tampoco Sánchez ha asumido su precaria victoria, que pende de un hilo y que está en manos de nacionalistas e independentistas.
En este contexto, la inestabilidad y el enfrentamiento permanente solo puede favorecer a la extrema derecha, que sabe perfectamente pescar en río revuelto, como se confirmó en los resultados de las pasadas elecciones de noviembre al obtener 52 escaños en la Cámara Baja. Los últimos sondeos apuntan hacia un nuevo crecimiento de la formación liderada por Abascal.
Sánchez y Casado no pueden jugar con fuego. Ambos están condenados a entenderse. El PP que se presenta como un partido de gobierno y responsable, está obligado a ejercer una oposición garante y salir del encorsetamiento en el que se ha metido.
Bloquear por bloquear perjudica a todos
Asuntos como la renovación del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional, del Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo, el Consejo de RTVE y hasta el Pacto de Toledo tienen que ser pactados y acordados. Bloquear por bloquear las instituciones del país no conduce a ninguna parte y solo provoca una parálisis que todos estamos ya pagando.
Bloquear por bloquear las principales instituciones del país perjudica a todos y cuestiona nuestra democracia. Los resultados electorales han sido lo que son. Lo que exige el electorado no es, ni más ni menos, que Gobierno y oposición asuman su responsabilidad y el papel que les corresponde.
La izquierda y la derecha no se pueden ignorar ni plantear ultimátums. La política no es solo defender los intereses partidistas, sino servir también al interés general.
Así se hizo no solamente en la transición, sino a lo largo de nuestra joven democracia. Sánchez y Casado o Casado y Sánchez dicen en público que están dispuestos a tenderse la mano, pero en privado mantienen posiciones inamovibles.
En este tira y afloja entre los dos líderes el que más plumas puede perder es el presidente del PP. Seguir tensionando la legislatura, además de debilitarla, puede producir el efecto contrario, que es reforzar al gobierno de coalición y a Vox.
Si Pedro Sánchez consigue desatascar el problema catalán y aprobar los presupuestos, la legislatura de la cohabitación no será tan efímera como algunos han pronosticado. La polarización de la política envenena todos los asuntos pendientes y tanto unos como otros deberían medir las consecuencias, que al final se pueden convertir en un aumento del rechazo a la política y a los políticos con un previsible nuevo castigo en las urnas.
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