Por Javier Herrero | Efe
12/10/2016
Solo un año después de la recopilación en un libro de sus mejores canciones, Patti Smith se reafirma en su faceta editorial con M Train, obra que es, ante todo, un canto a la literatura, la fotografía, a las seres policiacas, a los viajes pintorescos y al café, en detrimento de la música, casi anecdótica.
«Es mucho más fácil hablar de nada», afirma convencida la estadounidense en el prólogo de esta obra, que toma el testigo de otro volumen de memorias, la célebre Cuando éramos jóvenes (2010), en el que glosaba sus correrías junto al fotógrafo Robert Mapplethorpe y que recibió el National Book Award en EEUU.
A diferencia de aquella, con un hilo conceptual definido, Smith construye M Train (Lumen) sobre la «nada» de la cotidianeidad, extrayéndole su materia poética a la rutina, combinando realidad y ensoñación, embutida en su gorro de lana y su viejo abrigo negro mientras enfila Greenwich Village.
«Desde el sur de Jersey en 1965 vine a Nueva York solo para deambular por sus calles, y nada me parecía más romántico que sentarme a escribir poesía en una cafetería del Greenwich Village», dice Smith, mientras se dirige a su Café ‘Ino.
Allí alumbrará muchas de estas páginas, en un ejercicio de escritura presente, casi a modo de diario, que salta sin previo aviso hacia los recodos de su historia, incluida su infancia.
De su padre dice: «Era un hombre bueno de mente abierta, con una elegancia interior que lo distinguía de nuestros vecinos. Sin embargo, él nunca se ponía por encima de los demás. Era un tipo honesto que hacía su trabajo», destaca.
Nueva York comparte su papel de escenario principal con destinos imposibles, como Groenlandia, a donde viaja para encontrar la cruz que en 1931 se colocó en memoria del geofísico Alfred Wegener, desaparecido durante una de sus expediciones.
De esos viajes quedan muchas fotografías, 257 imágenes concretamente, casi todas suyas, como la de la mesa utilizada en la partida de ajedrez de 1972 entre Borís Spaski y Bobby Fisher, con el que acabará en plena noche canturreando temas de Buddy Holly.
Especialmente vivo es el recuerdo de su visita a la Casa Azul de Frida Kahlo en México, que acabará con ella tendida en «esa cama que en la había sufrido tanto» la pintora. «Percibía su proximidad, su sufrimiento estoico y su entusiasmo revolucionario», rememora.
Es en México donde sueña con «un tren verde con una M dentro de un círculo, de un verde desteñido como el lomo de una mantis religiosa» y en México es donde se propone entonar «un aria al café», otro de los grandes temas del libro.
Smith se revela además en estas páginas como ávida consumidora de series policíacas y de misterio, como The Killing, pero, sobre todo, como una devota lectora, que revive emocionada cuando su madre le regaló un ejemplar de The Little Lame Prince, con una dedicatoria: «No necesitamos palabras».
M Train es un compendio de sus autores favoritos, de la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo de Haruki Murakami a Del natural de W. G. Sebald, pasando por William Burroughs, Jim Carroll, Jack Kerouac, Jean Genet, Paul Verlaine y, claro, Roberto Bolaño.
«La pérdida de su persona y de lo no escrito nos niega cuando menos un secreto del mundo», apunta sobre la muerte del chileno, quién sabe si como justificación de estas memorias suyas. Es entonces cuando sorprende con esporádicas confesiones más concretas de su día a día, que denotan cierta soledad.
«Ahora no tengo árboles, no hay cuna ni cuerda de tender. Hay borradores de manuscritos desperdigados por el suelo, caídos de la cama durante la noche. Hay un lienzo inacabado clavado a la pared y el olor a eucaliptus que no logra enmascarar el desagradable tufo de aguarrás y de aceite de linaza», dice.
Esas líneas prosiguen reveladoras: «Un paso en el interior de un espacio vivido y se percibe el papel central que ocupa el trabajo en una vida. Vasos desechables de café semivacíos. Sándwiches de la tienda de delicatessen a medio comer. Un bol con sopa incrustada. Aquí hay alegría y dejadez. Un poco de mezcal. Unas cuantas pajas mentales, pero sobre todo trabajo. Así es como vivo, pienso».
Sorprende que la autora de People have the power apenas guarda referencias a la música.
«Me quedé sentada allí mucho rato, tomando la infusión y escuchando la radio. Por suerte parecía que era alguien de carne y hueso quien seleccionaba canciones con una atolondrada arbitrariedad. (…) Mientras me ataba de nuevo el cordón de la bota sonó la canción What a Wonderful World. Cuando me erguí tenía los ojos llenos de lágrimas. Me recosté en la silla, cerré los ojos e intenté no escuchar», apunta. Era el Día de San Valentín.
M Train, con traducción de Aurora Echevarría y «dedicado a Sam», saldrá al mercado este jueves.