El más ocioso, perverso y corrosivo de todos los sentimientos humanos es la envidia. La experiencia del envidioso individualmente no tiene dignidad. A diferencia del rencor y el odio, que pueden tener motivos nobles, la envidia es un sentimiento enmascarado, sin sustento legal, artero, ruin, bajo, oscuro, oculto, cebado en la animación que corresponde a los delincuentes, a los corruptos y a los asesinos, a lo peor de nuestras sociedades.
Por eso se esconde y sigue siendo un tema poco abordado por los especialistas y escasamente investigado. Subyace socialmente también como leitmotiv subliminalmente en las ideologías y las doctrinas sociales de más alcance y aceptación por las vanguardias políticas especialmente, donde las desigualdades por razones estructurales y culturales son más abismales.
Envidia, el verdadero motor revolucionario
La envidia igualitaria es tan antigua como las revoluciones. Se enseñorea como el verdadero motor oculto de la historia de la que la mayoría prefiere no hablar, porque toca las doctrinas políticas de más vigencia en la humanidad: la democracia y el socialismo.
Desde el siglo XVIII, con el emblemático lema libertad, igualdad y fraternidad, hasta las revoluciones socialistas de los siglos XIX y XX, se proclama esta filosofía de la igualdad. Un verdadero narcótico para atizar el sentimiento de la envidia, que ha facilitado el trabajo de aniquilación masiva de seres humanos en las sociedades bajo su imperativo, controladas por verdaderos criminales de guerra como Stalin, Pol Poot, Mao Tse-tung y Fidel Castro, paradójicamente inspirados en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, del 26 de agosto de 1789.
En un trabajo muy valioso, el profesor Gonzalo Fernández de la Mora, titulado La envidia igualitaria, afirma:
Es el mayor tabú del ser humano no dicho, todos lo sienten, pero pocos lo admiten, lo que hace su estudio difícil y complicado. Curiosamente, cuando se reviste hermosamente de un cuerpo ideológico, la igualdad se vuelve un baluarte de la justicia humana, cuando lo saludable socialmente es la diferencia y lo absurdo llegar a pensar que la igualdad pueda ser conquistada por decreto y a través de la coerción.
La experiencia histórica ha demostrado hasta la saciedad y a un elevado costo de sufrimiento humano, especialmente para la mayoría en nombre de la cual tanto farsante la pregona, que la igualdad motivada por la envidia termina transformándose en un instrumento de venganza y resentimiento, de psicópatas que arriban a la arena política o se acercan a una ideología o doctrina política para vengar huellas del pasado, que los hacen al final inmorales y crueles tiranos.
¿De dónde nace la envidia?
Desde los clásicos la envidia es pena del bien ajeno –dice Fernández Mora–. Pero para que algo sea envidiado, tiene que tener dos condiciones: ser valioso y ser de alguien. Este genitivo es esencial. Sin un propietario no hay envidia. ¿Por qué es necesario que tenga un titular? Porque lo que se envidia no son lo bienes sino el goce que producen. La preocupación del envidioso es la felicidad del vecino.
De ahí el dicho tan identificado con la idiosincrasia del español, a quienes Fernández de la Mora les atribuye la envidia como un mal endémico que ha provocado muchas de sus caídas históricas:
La envidia es un sentimiento cuya patria es el mundo, pero cuya residencia favorita está entre los hispanos.
Se ha llegado a pensar que es una inclinación instintiva del ser humano, por eso es explotada con ventajas; sin embargo –dice– es el más racionalizado de los fenómenos afectivos, el que posee un correlato más profundo y complejo.
Considerado uno de los pecados capitales, habita en cada uno de nosotros y nos acecha como parte de nuestra estructura psíquica, si no hemos creado nuestra armadura de autoaceptación para corresponder al llamado ciudadano, amoroso, y amistoso de cada uno, en nuestras relaciones individuales y sociales. Parafraseando a Aristóteles, da la impresión de que todo lo que trae la felicidad y la seguridad de unos provoca la envidia de los otros.
De allí el término alemán Shadenfreude, usado también en otras lenguas para designar el sentimiento de alegría o placer por el sufrimiento o infelicidad de los otros. Si sabemos quiénes somos y qué nos falta, sabremos qué parte de nosotros debemos trabajar con más dolorosa humildad, para crecer en nuestros espacios y los de los otros, emulando lo bueno y reprimiendo los vicios y defectos, sin tener que compararnos. Hay otros mecanismos, pero este es el más a la mano como individuo.
Envidia buena y envidia mala
En un ensayo sobre el trabajo de Fernández de la Mora, Eduardo O. Chávez muestra que frente a la posibilidad de que los otros puedan ser más felices que nosotros es posible asumir tres actitudes:
- Estimulación. Deseo ser como los otros, actuar como ellos, poseer las cosas que poseen. Esta actitud es positiva pues impulsa el progreso y el desarrollo humano y estimula la competencia.
- Resignación. Acepto la (real o supuesta) inferioridad. Esta actitud es negativa, pues al conformarme dejo de hacer una contribución para el progreso y el desarrollo humano. Pero no deseo la involución. Me estanco.
- Envidia. Deseo que los otros pierdan lo que yo quería para mí. La envidia me inmoviliza y apuesto al infortunio y la miseria de aquellos que envidiaba. Quiero que se vean reducidos a mi nivel.
La síntesis de estas opciones pretende que la primera, benigna, hace posible usar la envidia como un catalizador de energías en la dirección de los objetivos envidiados. Esta sería la buena, la que no hace daño y busca a base de esfuerzo y superación tener lo que otros tienen y yo no tengo.
La envidia verde presente en Otelo
Las otras dos hacen daño, y provocan sufrimiento, al observar atributos que apuntan a la propia inferioridad y culminan con la impotencia personal y el deseo de hacer daño al otro. Son las peligrosas, las que la profesora Rosa Cukier, inspirada en Shakespeare, llama la Envidia verde, de la que habla este autor en su Otelo.
Según la citada profesora, en un brillante ensayo titulado Psicodrama de la envidia, cada teoría explicativa de ella tiene su forma de prever cuando aparecerá un episodio de envidia. Los psicoanalistas han llegado a la conclusión, de forma general, que la envidia está directamente relacionada con la experiencia de los cuidados primarios del niño. Esto es porque el sentimiento de tener cualidades, habitualmente llamadas de autoestima, se opone al de ser completamente impotente, sin cualidades, sin autoestima.
Richard Smith, en un sólido artículo –La envidia y sus transformaciones–, citado por Cukier, resume las cuatro condiciones necesarias para que esta aparezca
- Una persona envidiada es simétrica a nosotros en buena parte de sus características, en edad, condición socio económica, nivel de educación.
- Esta semejanza genera la sensación de injusticia, si somos iguales debemos tener las mismas cosas.
- Las cualidades que el otro posee son de un dominio relevante para nosotros.
- Nuestras perspectivas de tener esos atributos son muy escasas. Una vez que estas condiciones se cumplan, aflorará, evolucionará y provocará otras emociones (paranoia, vergüenza o resentimiento) desvaneciéndose.
A manera de conclusión
Lidiar con la envidia de los otros no resulta fácil. Según la profesora Cukier, la mayoría de los estudios de la psicología social y la sociología sugieren:
Minimizar nuestras cualidades frente al envidioso. Valorar el esfuerzo que hicimos para lograr lo que tenemos. Elogiar a las personas que nos envidian. Ayudar y ser solícito con quienes nos envidian. Mostrar modestia y humildad con nuestros logros.
A nivel socio-político, hay unas conclusiones de Gonzalo Fernández de la Mora, tomadas del libro La envidia igualitaria que no tienen desperdicio:
La igualdad no existe y todo el problema político se reduce a regular las desigualdades sin constreñir el impulso de autorrealización que es el más noble del hombre y el motor más poderoso de la historia… Cuanto más caiga la sociedad en la imitación envidiosa, más frenará su marcha. La envidia igualitaria es un sentimiento irracional por excelencia… No hay que cultivar el odio, sino el respeto al mejor, no el rebajamiento de los superiores, sino la autorrealización. La igualdad implica siempre despotismo y la desigualdad es el fruto de la libertad.
El maléfico poder destructivo de la envidia
El espejo lo tenemos en Venezuela, frente a nosotros, lo vivimos a diario con estoicismo, lo soportamos con indignación y cada uno combate a su modo y entre precariedades.
La envidiosa igualdad ha tenido el maléfico poder de destruirlo todo con la fuerza de un monstruo depredador que no sacia su hambre de hacer tierra rasa de la democracia que ayer fue referencia para América Latina. Amparado en el servilismo militarista, en la inmoralidad criminal de una cúpula, y en el silencio cómplice de una parte de la dirigencia política opositora, cuerda floja, como dicen en el argot delictivo cuando no se sabe si el sujeto juega a favor de los policías o de los ladrones.
Gracias, muchas gracias, maestra Elsa Castillo, por esa gigantesca hermosa pasión moral y ética que brotan de sus palabras, por su tesón y su valentía. Son antorcha que en la oscuridad nos alientan a mantener viva la esperanza.