España no tiene buenas notas en matemáticas y ciencias. Su notas en educación están muy lejos, bien atrás, de la media europea, pero nadie se escandaliza. Quizás hay razones para no hacerlo. Total, lo máximo a lo que podrán aspirar un matemático, un físico y hasta un ingeniero civil –en un país que privilegia los servicios y el turismo por encima de la producción– es una plaza en la barra de un bar sirviendo tragos y teniendo conversaciones interesantes con los clientes que llegan de fuera. Hasta ahí.
Fue la preocupación que exteriorizó la economista Alicia García Herrero y que como otras cuestiones importantes se quedó en la mesa o la echaron al cesto. Nadie se atreve. Ni son tema para los cotilleos y tertulias con tantas infidelidades de famosos que comentar.
España tiene un grave problema en la enseñanza. Lo peor es que la ley de educación de Celaá que acaba de pasar por mayoría simple la prueba del Senado, no pasa de ser un contrato laboral, ya no solo con los ejecutores de la enseñanza sino con los padres, los dueños de establecimientos educacionales y con las administraciones locales. Obviemos, por unos párrafos, el daño que le ocasiona a la lengua española como vínculo de ciudadanía y herramienta vehicular de la enseñanza.
Las especialidades como compartimientos estancos
A las tres modalidades del bachillerato –Humanidades y Ciencias Sociales, Ciencias y Tecnología, y Artes– que ya era un contrasentido, se le sumó una cuarta, la General, que tendrá aspectos de las ramas científicas como humanísticas y fue pensada para los alumnos que no se deciden por ninguna de las tres vías. No se trata de enseñar los vínculos y solapamientos en la realidad, sino de facilitar la promoción. Así, no se imparte educación cívica porque no la necesitan para ganarse la vida como dibujante técnico, pero sería mejor si además fuese un buen ciudadano. Cada uno estudia lo relacionado con su especialidad y su vocación, con la rendija que le gusta no con lo que ocurre en el mundo.
El fomentar el facilismo en la educación es una estafa
Mientras la compartimentación del conocimiento se ahonda, saberes separados, se ataca la alta incidencia de repitientes, cerca del 31%, casi el doble que los países desarrollados, por su arista más fácil. No se analizan las técnicas de enseñanza ni pedagógica, tampoco los contenidos. Sino que se baja el listón, el conocimiento no es necesario para ser promovido. El título de bachiller se puede obtener aunque haya aplazado más de dos asignaturas. Dejan al docente evaluar “la evolución académica del alumno”. Obvio, con la decisión, España no tendrá mejores ciudadanos con el título de bachiller. La ganancia va por otro lado. El Ministerio de Educación se ahorrará 3.340 millones de euros al año. Es como no tomarse la mitad de los antibióticos recetados por el médico.
Distinto de lo que ocurre en los planes quinquenales de los gobiernos intervencionistas que aplican la modalidad del Estado docente como bastión de adoctrinamiento, en esta reforma se persigue es debilitar, doblegar, la escuela concertada. Disminuir la injerencia de los padres en la formación de sus hijos. El Estado sabe más y mejor. Por ahora la goleada ha sido espectacular contra el español como herramienta vehicular de la enseñanza. Un asunto ideológico y político, pero no cívico, pedagógico ni educativo, sino todo lo contrario.
También como una manera de facilitar el avance de quienes van mal en los programas de diversificación curricular la ley no solo mantiene la agrupación de asignaturas, sino la amplía a las de cualquier curso y grupo de enseñanza obligatorio. No se trata de enseñar mejor, sino de aumentar el número de aprobados. “Había muchos reprobados en los primeros cursos de la ESO, porque al saltar de la escuela al instituto pasa a tener más asignaturas que años”, argumentó un consejero de educación.
A las bibliotecas devenidas en salas de estudio les sobran los libros
Si los consejeros de educación de las autonomías y los especialistas del Gobierno central visitaran las bibliotecas y las salas de estudio, se darían cuenta de la inutilidad de la ley para mejorar la enseñanza. Son estudiantes que memorizan letra por letra las guías que elaboran los profesores. No hay investigación bibliográfica ni búsqueda del conocimiento. Tampoco pensamiento crítico ni atisbos de dudas. Están horas con la vista al cielo aprendiéndose de memoria conceptos básicos, definiciones y teorías que han resaltado en verde, amarillo o rosa en las fotocopias que les entrega el profesor. No hay libros sobre la mesa. Ni abiertos ni cerrados. Son digitales. Se las mandan por email.
El conocimiento queda restringido a los pocos datos que el profesor comparta en el salón de clases y a las enclenques discusiones que se generen. Con toda seguridad es un “saber” anacrónico, desfasado, con mucho énfasis en el detalle superficial y en el presentismo, que es la palabra que ha desplazado al término “moda”. Los políticos hablan mucho de educación. Cuando alcanzan el poder le encanta vanagloriarse de cantidad y el tamaño de las edificaciones escolares, los amplios laboratorios y los auditorios. Ah, y las iluminadas bibliotecas,
Habría que conocerlas. Transformadas en salas de estudio y sitios para socializar. Buenas tertulias que se arman. Habría que revisar los estantes. Mucha literatura best-seller y pocos libros de historia, de ciencias, de filosofía y de política. Muchas novelas y pocos ensayos. Una rendija del saber y del ocio.
Se ha entendido que la función de enseñanza es dotar de unos conocimientos básicos que le permita al recipiendario ganarse el salario mínimo en cualquiera de las cuatro especialidades. Lamentablemente, no hay trabajo para nadie. Con la pandemia el desempleo juvenil ha llegado a 65%, pero ante no era bajo: un 40%. Obvio. El sistema educativo está orientado a encontrar un trabajo en las administraciones del Estado, no a producir, inventar, emprender, arriesgarse. Lo otro sería servir tragos y conversar, mientras encuentra la manera de enchufarse y garantizarse una vejez tranquila.
¿Negados al futuro o resignados a no tenerlo?
Todos piensan en la pensión, pocos en la producción. Fue la enseñanza. La ley del mínimo esfuerzo y la máxima recompensa. La paguita y el reparto equitativo de la riqueza, no la producción de riqueza, son el corolario del sistema educativo. Si la educación mediocre de España hoy hubiese sido obra de una potencia extranjera hostil, habría que considerarlo como un acto de guerra, como manifestó Ronald Reagan en 1983, en su informe A Nation at Risk sobre lo que ocurría en Estados Unidos. Sin duda alguna, el peor enemigo de España hoy es el sistema educativo y el exceso de nulidades consagradas.
No es poca cosa. Como no se cansa de repetir Alicia García Herrero, España necesita contar con una economía diversificada, productiva y competitiva. No se puede vivir solo del turismo, una actividad extremadamente vulnerable. En la hostelería no se viven los coletazos de la pandemia de la COVID-19, sino el impacto de un gigantesco y demoledor tsunami. Todos esperan la “ayudita” del Estado y el Estado los desembolsos de la Unión Europea.
Desechar el talento debe ser un delito de lesa humanidad
España no aprovecha su talento humano, que lo tiene. Lo desperdicia, lo frustra, lo desecha. Debe empezar a producir bienes con mayor valor añadido, y eso es mucho más que una romería de pueblo, un SPA o un bar de alterne. Hay que transformar la economía, pero se necesita formar, capacitar y entrenar el talento y eso no se hace en un fin de semana ni graduándose con materias suspendidas. Fomentar el facilismo, los títulos sin respaldo formativo y entren todos que caben cien sirven para presentaciones exitosas, para mostrar estadísticas deslumbrantes, pero no para un país se más productivo y menos endeble ante las eventualidades.
Y quizás lo primero que habría que entender que formación y vocación no son incompatibles, que los matemáticos pueden leer poesía y gustarles la pintura, que los ingenieros serían más productivos si también tomaron fotos y leyeran novelas o vieran documentales sobre la selva tropical húmeda. Lo mismo los economistas, los médicos. La especialidad es importante, pero también entender el conocimiento como una totalidad. El Universo es demasiado grande para dejárselo a los astrofísicos.
El Estado debe formar ciudadanos enterados de sus deberes y conscientes de sus derechos. Preparados para ganarse la vida, y también para saberla disfrutar. Y es muy poco probarle hacerlo en su entera dimensión si nos obligan a ver el mundo a través de una rendija.
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