Charles Baudelaire –poeta maldito, lo bautizó Paul Verlaine– se llamó a sí mismo, con mucha razón, el más triste de los alquimistas. Y dijo de su propio destino:
Tú me diste tu fango y yo lo hice oro…
¿Vienes del hondo cielo o del abismo sales, Belleza?
Tu mirar, infernal y divino,
vierte confusamente beneficios y crímenes,
por lo que se te puede comparar con el vino.
Se han dicho tantas cosas buenas y malas de su poesía y se han elaborado tantos juicios escabrosos, siniestros y atroces acerca de su vida. Se han escrito tantas impresiones, para exaltar su obra, explicarla o domesticarla, que aquel que desee escribir sobre la genial creación de este poeta tendrá que asumirlo como un desafío, para no expresar verdades de Perogrullo a los estudiosos y amantes de su obra, que son casi todos aquellos que sienten inclinación por la poesía.
…En la jaula infame de nuestros juicios… ¡Hay uno más feo, más necio, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un gran despojo
Y en un bostezo tragaríase al mundo:
¡Es el Tedio – los ojos apretados de involuntario llanto
Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
tú conoces, lector, ese monstruo delicado –hipócrita lector –mi semejante –¡mi hermano!
T.S. Eliot –muy exigente y nada condescendiente en los juicios, cuando el francés aún no era reconocido en su país– sostuvo que Baudelaire era un genio. Su virtuosismo técnico, que casi nunca se puede subestimar, ha hecho que sus versos sean fuente inagotable para poetas futuros, no solo en su lengua. Eliot se identificaba como parte de la progenie de Baudelaire. Esa es la razón por la que en su poema La tierra baldía, cita en tres oportunidades Las flores del mal.
Nace un revolucionario del ser
Charles Pierre Baudelaire fue un poeta, ensayista, crítico de arte y traductor francés, nacido en París el 9 de abril de 1821. El poeta más trascendente representante del Simbolismo francés, aunque de profundas raíces románticas. Se le atribuye el haber acuñado el término modernidad en la poesía para describir la vivencia fluctuante y fugaz de la vida de la metrópolis y la responsabilidad que tiene el arte de apropiarse de esa experiencia.
Su padre, Joseph-François Baudelaire, ex seminarista de 61 años, fue también profesor de dibujo y pintor, secretario de la Cámara de los Pares. Murió en 1827 cuando el poeta apenas contaba con seis años. Su padre le enseñó a leer.
Su madre, Caroline Dufays, más de tres décadas menor que su esposo, era hija de emigrantes franceses a Londres durante la revolución de 1793. Ella se encargaría de que dominara el idioma inglés. Se casó en segundas nupcias con un vecino de cuarenta años que llegaría a ser general comandante de la plaza fuerte de París: Jacques Aupick, al que Baudelaire llega a odiar de tal manera que, en la revolución de 1848, se le podrá ver pidiendo públicamente el fusilamiento de su padrastro.
Tiene en Las flores del mal su obra de más repercusión en el ámbito literario, particularmente en el de la poesía, donde hizo sucumbir los parámetros que la crítica y los estetas habían trabajado hasta su aparición. Entre lo bello y lo feo descubrió las nuevas verdades. Según el colombiano William Ospina:
“Aprendió que la dignidad del arte no está en buscar la belleza donde ya sabemos que se encuentra sino tal vez donde nos dijeron que no estaba…”
Quién es este innovador y temerario poeta
En mi sentir, Charles Baudelaire (1821-1867), simplemente, fue y será en los registros de esta historia nuestra y de otras historias desconocidas de las letras a futuro, un ser humano tan frágil e inocente como un colibrí que, mediante una mágica metamorfosis de la metáfora cargada de infinitas explosiones del alma, buscó con estrepitosa, vehemente y desbordada pasión, sufrimiento e irreverencia, justificar la presencia divina en la naturaleza y en el arte, y a partir de allí le dio a lo bello un prisma estético mucho más integral, moderno, sentido y universal.
¡Oh metamorfosis, portento
que el sentido abarca y resume!
¡Es pura música su aliento
como su voz es perfume!
Hoy, a más de dos siglos de su natalicio, posiblemente con las nuevas tecnologías comunicacionales, la mejor versión irreverente de su poesía, sugiero –como estúpidamente suelen resolver lo complejo las omnipresentes redes–, podría ser un selfie de él [Baudelaire] con Jesús, detrás de ambos, Satán levantando los dedos índice y meñique de las manos, para recordar que los dos, tanto el primero como el segundo, fueron mortales y que tanto el uno como el otro también fueron poetas.
El ser humano, bueno o malo, mezquino o bondadoso, moral o inmoral, culpable o inocente, creyente o ateo, triunfante o victorioso teme blasfemar; todos, sin excepción y en lo más íntimo, sienten pánico frente a la ira divina.
Al igual que en la ciencia y la tecnología, el hombre experimenta duda –a no ser que sea un fanático de alguna ideología o religión– sobre el producto que ha creado y, en materia religiosa, sobre las creencias que ha propagado o ayudado a sostener en el tiempo.
El conflicto que genera esa duda es lo que produce nuevas interpretaciones en los artistas y los científicos; sobre los aportes de la ciencia y el arte, el comportamiento humano, los fenómenos físicos, la historia, la vida y la muerte. Las lecturas de los hechos, los sucesos, las obras y el ser humano tienen perspectivas infinitas, todas aceptables si tienen la lógica y consistencia necesaria que pretende sostenerla.
Dudo, luego existo
La duda hace al ser humano incognoscible a plenitud, para poder autorrenovarse perpetuamente; es su mejor defensa. Es su ruta de escape frente a la opresión y los dogmas del mundo. Baudelaire sosteníaque la poesía no puede, bajo pena de muerte o fracaso, asimilarse a la Ciencia y la Moral. Nada está terminado, cada día la vida vuelve a comenzar.
Dudar es el síntoma más evidente de que no somos máquinas ni miembros de instituciones totalizantes, las más arcaicas y decadentes que aún sobreviven, la Iglesia y los ejércitos, únicas organizaciones donde las propuestas y las órdenes no se discuten. Baudelaire con su poesía, vendría a convertirse en el tornado que arrasaría con toda la falsa moral en la que nos había sepultado el sentimiento de culpa cristiano, y el racionalismo y la hipocresía de su tiempo, que ya nos acompañaba desde los inicios de esta civilización. Banalizó la representación del mal al nombrarlo, y al hacerlo lo expuso y lo convirtió en el otro lado de la belleza.
La poesía, y Baudelaire lo sabía, no sirve para cambiar el mundo, apenas para enseñorearse en sí misma y nutrir de sueños al mundo, pero en particular al individuo para atreverse a pensar por sí mismo, a dudar, a cuestionar, a elevarse y a ser libre espiritualmente, que es la primera de las condiciones para intentar ser humano.
A Baudelaire, para algunos especialistas, además de su entorno primario y sus vivencias; las raíces que ayudan a explicarlo podemos encontrarlas originalmente en el místico del siglo XIX Emanuel Swenderborg, que hablaba, según Borges, con los ángeles en las calles de Londres, en el ritmo musical de Hoffmann; en el eminente poeta Teófilo Gautier, creador del parnasianismo y uno de los precursores del simbolismo. Pero en Baudelaire está también lo mejor del romanticismo, a decir de Ospina:
El hombre de las multitudes y el culto por las tumbas de Edgar Allan Poe, la mirada larga y visionaria de William Blake, el dandismo de Byron, la crítica del presente y la adoración de ese presente, el amor por la naturaleza y la percepción de su violencia, la pasión por la belleza y la conciencia de la ambigüedad, que a la vez ruboriza y altera, la conciencia de que en la divinidad conviven por igual lo angélico y lo demoniaco.
Un nuevo perfil de un gigante de la poesía
Traigo a Bernard de Chartres, principal representante del platonismo en el siglo XII, para justificar mis aproximaciones al genio, sin lucir temerario como iniciado en asuntos de la crítica, cuando decía:
Somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura.
Comento, al respecto, una frase de Proust, que cita a Mallarmé sobre los críticos: Un crítico es una persona que se ocupa de cosas que no le interesan. Y después remata con la expresión: Para la posteridad el pan casero es más importante que las golosinas –dice Saint Beuve, que sigue siendo pastelero–, Proust con sus dos afirmaciones coloca en su santo lugar el juicio del crítico, quien según el historiador español Roca Franqueza, puso en vigencia la crítica como género literario y reconoció muy bien, para su momento con vítores, la mediocridad de algunos escritores que quedaron en el olvido, pero fue injustamente virulento y ligero con Baudelaire, Stendhal y Balzac.
Cuando Saint Beuve recibió Las flores del mal en 1857, en una carta responde a Baudelaire:
Se fue usted al infierno y se hizo diablo. Quiso arrancarles sus secretos a los demonios de la noche. Al hacer esto con sutilidad, con refinamiento, con un talento curioso y un abandono casi precioso… usted se ha torturado analizando sus fastidios, sus pesadillas, sus torturas morales, usted ha debido sufrir mucho, mi buen amigo.
Saint Beuve creó un modelo, que dependía exclusivamente de la vida del escritor, para explicar su obra. Y ya sabemos que la biografía ayuda, pero la obra tiene su propia lectura y su estilo y su técnica; además del temperamento, carácter y condicionantes en el alma del escritor que nunca se muestran, a las cuales solo podemos aproximarnos, jamás conocer.
Y continúa:
Déjeme a usted darle un consejo, que tal vez sorprenda a los que no le conozcan… abandónese usted un poco; no tema tanto hacer como los demás; ni tenga nunca miedo de ser común; solo con su firmeza de expresión tendrá usted para distinguirse.
Su evaluación crítica de ese histórico libro parece más el diagnóstico de una consulta en el diván de un paciente con desajustes psíquicos que busca notoriedad, luego que ha hecho sus confesiones al médico tratante. No hay un solo señalamiento que nos diga qué piensa realmente Saint Beuve en términos literarios de la obra, más allá de superficiales percepciones de emociones y sentimientos del autor.
Su diagnóstico clínico proyecta una pobreza de juicio en el tiempo ni siquiera digna de uno de los chachareros influencers que copan los escenarios para orientar y ayudar a conquistar el camino dorado a los flojos y extraviados, para conseguir la ‘‘prosperidad’’ y el ‘‘éxito’’.
La imaginación, facultad superior del arte
Siento que puede haber muchas motivaciones en los primeros años y la vida familiar que subyacen en el subconsciente de Baudelaire, sus desencuentros en la casa y en el colegio, su vida bohemia, sus lecturas, sus amigos, los imponderables que nos van surgiendo a todos y el destino que va forjando cada quien.
Realmente siempre se trata de una especie de cóctel de razones las que nos inducen a tomar un camino, elegir una profesión, un oficio, cualquier desempeño o ninguno; cometer un crimen o realizar una hazaña; tener vocación para el bien o para el mal; para la mezquindad o la generosidad; para ser policía o ladrón; para la valentía o la sumisión; pero especialmente para romper y crear o adaptarse y reproducir.
Y aquí la diferencia es marcada cuando se trata de sacudir lo que está establecido, desencadenar el asombro, blasfemar contra lo sagrado y desafiar el orden y la autoridad. Especialmente si en la creación se rompe con la tradición y lo que estamos acostumbrados a hacer.
Siento, al igual que el autor de Las flores del mal, que la facultad superior del arte es la imaginación. Yo diría que el complemento de esta gracia –que todavía no logro descifrar cómo acompaña al talento y a la inteligencia y cómo se distingue del genio– es el desarrollo de la cualidad más importante de todos los animales: la intuición, que los ha ayudado a sobrevivir por millones de años, a los inteligentes y talentosos sobresalir y a los genios volar. Thibaudet, uno de los críticos más importantes del siglo XIX, sostiene que solo el genio puede crear, el talento adaptarse.
Siento así mismo que Charles Baudelaire vino al mundo para dinamitar la armazón y el sentido más convencional de la poesía y su estética a través del tiempo. Manuel Santayana Ruiz ha escrito, en uno de los prólogos más elocuentes sobre Las flores del mal:
Del conflicto del espíritu crítico de Baudelaire, con su buceo en lo más oscuro de la psiquis y con su anhelo de infinito, de pureza y de elevación ha nacido su mejor poesía, que aún asombra, deleita y conmueve con su afán de perfección, su ardor y su humanidad.
Las huellas de los primeros años
Hay una huella en Baudelaire que se convierte en una cicatriz gozosa, que su alma para bien de la humanidad tiene necesidad de cultivar y que en el camino se transforma en un almacén donde va acumulando y mezclando con los descubrimientos, las lecturas y las influencias que lo condicionan para producir una obra explosiva y desafiante en su género, en la que sobresale la autoflagelación, el sufrimiento y el dolor sentido con apasionada vehemencia para cuestionar subliminalmente las instituciones más representativas del poder.
Intuyo que desde que tuvo conciencia –nadie sabe en qué momento la adquiere– sintió y descubrió en su padre la amorosa imagen del protector. De él recibe las primeras expresiones naturales de verdadero afecto, de él la ternura que el abuelo-padre prodiga a sus descendientes, de él especialmente aprende las letras y la lectura. Pero de él también, como ex seminarista, las primeras clases sobre religión y una fervorosa religiosidad.
Siempre he tenido la impresión de que todo creador tiene un momento de revelación en el que los dioses y los otros le dan luz para producir su contribución al arte, y no lo sabrá sino después. Pasó en Borges después del duro golpe que recibió subiendo una escalera y que lo mantuvo al borde de la muerte durante semanas. Vendría entonces el inicio de su revelación con su Pierre Menard, autor del Quijote.
Marcel Proust, solo será Proust y En busca del tiempo perdido, después que mueran sus padres y puede sentir que ellos no pueden condenar sus inclinaciones sexuales no oficiales. Margarite Yourcenar solo se decidirá a escribir las Memorias de Adriano, iniciativa ya olvidada, hasta que un día por casualidad, muchos años después de la Segunda Guerra, le devuelven una maleta donde estaban algunos manuscritos. El mundo del arte es misterioso, es hechizo, es enigma; el mismo que rodea los orígenes de la vida y el verdadero significado de la muerte.
En Baudelaire, a la muerte de su padre, seguirá la presencia en casa de todo lo opuesto al mundo que había idealizado muy inocente con su padre. El comandante Aupick se convertirá en la auténtica representación de Satán con todas sus perversiones, incluyendo en primer término la seducción de su madre y un cerco autoritario que le hará siempre buscar su opuesto: la libertad y la bohemia.
Tengo una intuición, que en el conocimiento que todos los seres humanos vamos realizando de nuestro mundo interior y simultáneamente de nuestra fisonomía, Charles Baudelaire, a pesar de que se sentía a gusto con su yo interior, nunca llegó a gustarse a sí mismo. Ni siquiera a aceptarse físicamente y eso, por supuesto, en muchas ocasiones lo transmite en sus composiciones.
Tener confianza en nuestra apariencia exterior, es decir aceptarnos físicamente y gustarnos, es uno de los síntomas que más seguridad prodiga a un individuo durante los primeros años de su desarrollo personal. Y no es fácil que congenien los dos descubrimientos. Así como existen partes de nuestros rasgos de la personalidad que no nos gustan, pero sometemos frutos de la cultura; así mismo hay rasgos físicos, que nos molestan y la mayoría de las veces aceptamos porque están y no podemos cambiar, ni siquiera hoy día, con todas las cirugías que se intenten.
Unas flores que retoñan cada día más vitales
A partir de 1841 empieza a escribir los poemas que forman Las flores del mal, que aparecen el 11 de julio de 1857 y le ocasionan un proceso judicial por ofensas a la moral pública. La pena impuesta será el pago de 300 francos y la eliminación de seis poemas que serán cortados a tijera de los libros que quedan.
Según el autor de Las flores del mal, la diferencia entre el genio y el que no lo es, proviene del hecho de que el primero interpreta, imagina, valora espiritualmente; el otro simplemente copia. Baudelaire dice que el gusto eximio de lo verdadero asfixia lo bello:
La imaginación es la reina de las facultades del artista y la más científica, porque solo ella comprende la analogía universal o la correspondencia.
El crítico francés Albert Thibaudet considera que uno de los componentes básicos de la poesía de Baudelaire lo constituye el cristianismo, incluso este se hace más visible en su poesía satanista. En el cristianismo está presente el principio moral que sirve de andamiaje a muchas de sus ideas críticas y estéticas.
Roca Franqueza escribe:
La idea de Satanás presupone la existencia de Dios. No nos dejemos seducir por el vano oropel de unas frases blasfemas de un momento de mal humor o de profundo dolor físico o moral. Baudelaire no solo es creyente, sino que vive obsesionado con la idea religiosa.
En su diario íntimo el poeta anotó:
Me juro a mí mismo escoger para siempre las reglas eternas de mi vida: Elevar cada mañana mi plegaria a Dios, depósito de todas las fuerzas y todas las justicias… Trabajar todo el día, o cuando menos mientras mis fuerzas me lo permitan. Rezar todas las noches una nueva plegaria a Dios para pedirle la vida y la fuerza para mi madre y para mí… Obedeceré los principios de la más estricta sobriedad, el primero de todos es la supresión de todos los excitantes, sean cuales fueren.
El principio moral siempre está latente y tiene mucho peso, yo diría que supremacía, en el alma del poeta. Para Baudelaire los dos grandes errores del siglo XVIII son de índole moral. La glorificación de la naturaleza y la negación del pecado original. Frente a lo natural, el instinto y el vicio, están lo sobrenatural, la religión y la virtud.
La idea del progreso en las bellas artes
Baudelaire considera que la concepción del progreso debe estar ligada al principio moral. Uno de los elementos básicos para explicar su estética. En su trabajo Idea moderna del progreso aplicada a las bellas artes, el poeta admite, sin ningún género de dudas, el progreso material o físico. Pero afirma que esa categoría que se aplica a los bienes materiales no puede aplicarse a las bellas artes, porque el progreso moral que se gana en estas constituye un avance espiritual y resulta un absurdo constatarlo. Para el doliente, el creador, el único progreso realmente estimable es el moral.
En la idea de progreso se suele confundir, de un modo preocupante, el progreso físico con el progreso moral. Cito del autor de Las flores del mal:
- Un buen francés entiende por progreso, el vapor, la electricidad, milagros desconocidos de los romanos y cree que estos descubrimientos son testimonios de nuestra superioridad, confundiendo lo físico con lo moral.
- Si una nación entiende hoy –siglo XIX– la cuestión moral más delicadamente que en el siglo precedente, hay progreso, está claro.
- Si un artista produce este año una obra que testimonie más saber o fuerza imaginativa que ninguna de las que hizo el año pasado, hay progreso.
- Si los productos son de mayor calidad que ayer hay progreso, sin duda, de orden material.
- ¿Pero dónde está la garantía de progreso para mañana?
Para Baudelaire la idea de progreso en el orden de la imaginación constituye un absurdo gigantesco. Todo revelador tiene raramente un precursor; ni Signorelli fue el generador de Miguel Ángel, ni el Perugino de Rafael. El artista nace de sí mismo. No promete al futuro más que sus propias obras. La poesía y el progreso son dos ambiciosos que se odian, y cuando se encuentran es preciso que el uno sirva al otro.
Epílogo
Charles Baudelaire será, en la Filosofía de la Historia de Walter Benjamín, el ángel con las alas abiertas y los ojos desorbitados que miran hacia un horizonte turbio y maloliente, perdido entre lamentos humanos y suciedad, entre escombros y vómitos, donde todo lo que la mirada del ángel analiza es la imagen paradójica del progreso.
Ese dios que asoma sus fauces a mediados del siglo XIX –que se consolida en el XX y en el presente ha coronado en el dominio y manipulación más absoluto de los deseos y el espíritu humano– es el llamado progreso científico-tecnológico que está corrompiendo el alma de la humanidad o lo poco que queda de inocencia en ella, y el cual no maneja en su diccionario, para nada, la palabra engranaje y límite del reino de Dios en la tierra: la moral. Menos aún algún sinónimo de escrúpulo o pudor para actuar en correspondencia con valores éticos.
Aspiro y sueño no tener que decir en mis últimos años alguna de sus frases célebres, la cual parafraseo: No busques más mi corazón, las bestias lo han devorado. Serán humanos como nosotros, conversos a otros reinos o máquinas hechas de aleaciones de metal y componentes electrónicos altamente sofisticados. Ellas, maquinas inteligentes, serán ladronas usurpadoras, depositarias de toda nuestra sabiduría, experiencia acumulada y milenario sentir.