Por Javier Molins
Tras la venta por 179 millones de dólares del cuadro de Pablo Picasso Les Femmes d’Alger (versión O) -una de las 14 versiones que realizó sobre la célebre obra de Delacroix-, había quedado claro que poseer un Picasso era un muy buen negocio. El problema residía en que, descartado el robo, tan solo había dos vías para poder tener un Picasso: comprarlo -para lo que era necesario poseer una amplia cartera- o heredarlo. Y es en este punto cuando muchos se preguntarán qué paso con la herencia del genial pintor malagueño.
Pablo Picasso nació en Málaga el 25 de octubre de 1881 y falleció el 8 de abril de 1973 en Mougins, una pequeña localidad de la costa azul francesa, tras llevar una azarosa vida que concluyó sin haber realizado testamento. La alegría de vivir que siempre había demostrado a la largo de su existencia hizo que se casara en dos ocasiones pero tuviera hijos con otras dos mujeres.
Su primera esposa, Olga Khokhlova, una bailarina de la compañía de danza de Serguéi Diáguilev, murió en la más absoluta soledad en 1955. Su nieto Pablito se suicidó tres días después de la muerte del pintor al ingerir una botella de lejía. Su hijo Paulo, fruto del matrimonio con Olga y padre de Pablito, murió de cáncer de hígado dos años después. María Therese Walter, madre de Maya, se quitó la vida ahorcándose en el garaje de su casa cuatro años más tarde. Tras todos estos fallecimientos, que bien podrían calificarse como la maldición Picasso, quedaron siete herederos: su última esposa Jacqueline (quien, fiel a la tradición, se pegó un tiro en 1986), su nuera Christine (viuda de Paulo); sus hijos Claude, Paloma y Maya (los dos primeros de Françoise Gilot y la tercera de María Therese) y sus nietos Marina (hija de Paulo y su primera mujer Émilienne Lotte) y Bernard (hijo Paulo y su segunda esposa Christine).
Estos siete supervivientes reunieron un equipo compuesto por abogados, notarios y expertos en arte para inventariar todos los bienes del artista. Un tesoro compuesto por 1.885 pinturas, 7.089 dibujos, 1.228 esculturas, 6.112 litografías, 2.800 cerámicas, 18.095 grabados, 149 cuadernos y 8 tapices. Un 40% de su producción total, lo que llevó a que el semanario francés Le Point la calificara como “la herencia del siglo”.
Una vez se determinó lo que había que repartir, llegó el momento del cómo hacerlo. Para ello, fueron necesarias 60 reuniones a lo largo de cuatro años hasta que todos los herederos llegaron a un acuerdo. Pero aún faltaba un último escollo para que este acuerdo pudiera materializarse y ese escollo tenía el nombre de impuesto de sucesiones.
Los herederos tenían que hacer frente a una gran suma de dinero para poder disfrutar de las obras de su famoso pariente. Y ahí es donde apareció la Ley Malraux, que debe su nombre al escritor y ministro de Cultura francés que se inventó la figura de la dación, consistente en poder pagar impuestos con obras de arte y evitar así que esas obras salieran fuera de Francia.
Los herederos pagaron los impuestos con 5.000 obras de Picasso que dieron origen al inigualable Museo Picasso de París, ubicado en el Hotel Salé del barrio de Le Marais. El resto de obras quedó en manos de sus herederos quienes disponen de ellas a su libre criterio. Parte de esas obras, las correspondientes a Christine y Bernard Picasso, son las que han dado origen al Museo Picasso de Málaga. Otras cuelgan de las paredes de las casas de sus herederos y aguardan el momento de salir al mercado (a través de las casas de subastas o de las galerías más prestigiosas del mundo) y quién sabe si batir ese récord de 179 millones de dólares.
Sin duda alguna, el hecho que los herederos de Picasso fueran franceses fue toda una suerte para este país, pues gracias a ello consiguió disponer del museo más importante dedicado a Picasso. Lo que nunca consiguieron es que Picasso dejara de ser español, por mucho que durante un tiempo se aludiera a él en los museos franceses como “artista francés de origen español”. Pero esa es ya otra historia.