Por Manuel Domínguez Moreno
Existe una máxima que no engaña a nadie: cualquier cosa que va mal siempre puede ir a peor. Una ley nunca escrita que en política se cumple con una puntualidad exquisita cuando pasa el tamiz de las urnas y por el veredicto de la ciudadanía. La democracia tiene esas cosas, esos ‘antojos’, lo que hoy parece una marca en valor mañana pierde todo su crédito y aparece en el rincón de los desguaces. La primera cita con las urnas en España este 2015 no ha defraudado a nadie, sobre todo porque ha marcado una dinámica muy clara de cara a las municipales y autonómicas del 24 de mayo, aunque no deja de ser menos cierto que Andalucía es siempre un bastión muy particular.
La principal lección que han podido entresacar las principales formaciones políticas en liza es que nadie está aquí para quedarse. Los dinosaurios son buena muestra de ello. Su falta de adaptabilidad al medio más algún que otro contratiempo exógeno precipitó su desaparición. Que tomen nota los directores de campañas electorales.
El bipartidismo encarnado en este país en PP y PSOE, que amagó en las europeas de 2014 con perder para siempre su cómoda poltrona desde la reinstauración de la democracia, ha recibido otro serio aviso en las andaluzas, aunque mantiene aún su fuerza relativa mejor de lo previsto pese a perder más de 20 puntos porcentuales respecto a los comicios de 2012. Apenas tres años han servido para que los andaluces cuestionen en serio la viabilidad de este “ahora tú, ahora yo”.
Estas dudas de la ciudadanía se han traducido en un reparto más equitativo y disperso de las preferencias electorales, dando entrada de manera fulgurante a nuevas formaciones como son Podemos y Ciudadanos. Está claro que ambas han llegado para quedarse en la política nacional.
Evidentemente, con este panorama, los que tenían todas las papeletas para sufrir las consecuencias del ‘efecto Podemos’ y el ‘efecto Ciudadanos’ no han sido solo PP ni PSOE —que también—, sino sobre todo UPyD e Izquierda Unida. Como dice el refrán, a perro flaco todo se le vuelven pulgas.
El caso de UPyD es paradigmatico: cuando habían logrado hacerse un hueco muy respetable en el espectro del centro político nacional —¡con la de bocados que pegan en este cainita país a derecha e izquierda por este goloso pastel!— ‘surge’ una nueva cara amable (Albert Rivera y su programa centrado gracias al hacendoso trabajo de un grupo de tecnócratas procedentes de otras aventuras políticas anteriores) que desplaza a la formación magenta porque claramente está encarnada por una política que no es nueva en estas lides y de todos es sabido que tiene pasado entre rosas, políticamente hablando. Es esa y no otra la lectura que se debe hacer de los resultados andaluces extrapolables al panorama nacional y municipal.
Y claro, con estos mimbres, no había cestero que recompusiese el agujero por el que se perdían las ilusiones de sus militantes, sobre todo después de que un acercamiento previo entre ambas formaciones fracasase de forma estrepitosa por la arrogancia y soberbia de sus dirigentes, no cabe otra explicación posible para dos partidos políticos que llegan al centro político de este país con unos principios e idearios similares.
El primer aviso de la desbandada en el partido magenta lo dio el ya exeurodiputado Francisco Sosa Wagner. Ahora ha sido la cita andaluza la que ha dado el tiro casi de gracia a una formación que había logrado una cómoda, y también casi irrelevante, presencia en el centro político mientras el bipartidismo era la dinámica preponderante. Su mediático líder Toni Cantó ha arrojado la toalla y vuelve a las tablas del teatro mientras Ciudadanos no le haga replantearse su futuro político.
Probablemente será en las municipales y autonómicas de mayo cuando Rosa Díez extraiga conclusiones aún más demoledoras que las que ya tiene sobre su mesa. Para entonces es muy probable que Ciudadanos ya esté prediseñando gobiernos de coalición en numerosos municipios e incluso autonomías del país.
Por otra parte, en esta dinámica de la desintegración también queda un hueco muy importante para unas siglas históricas que quizá están viviendo sus horas más bajas desde que Adolfo Suárez decidió su legalización allá por el Viernes Santo de 1977. La irrupción del descontento del histórico 15-M en el panorama político nacional bajo el nombre de Podemos ha desplazado hasta casi la insignificancia la presencia de IU. Muchos de sus dirigentes han avisado internamente a sus miembros que, o viran rápidamente hacia posturas de proximidad hacia el imparable partido liderado por Pablo Iglesias o su papel testimonial en el futuro más inminente está asegurado.
Unos y otros, triunfadores y descalabrados en las urnas, deben tener siempre muy presente la lección de los dinosaurios. Nadie llega a este mundo para quedarse eternamente. Lo importante es la adaptabilidad al medio.